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La strada

Drama Cuando Zampanó, un artista ambulante, enviuda, compra a Gelsomina, la hermana de su mujer, sin que la madre de la chica oponga la menor resistencia. Pese al carácter violento y agresivo de Zampanó, la muchacha se siente atraída por el estilo de vida nómada, siempre en la calle (la "strada", en italiano), sobre todo cuando su dueño la incluye en el espectáculo. Aunque varios de los pintorescos personajes que va conociendo en su deambular ... [+]
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Críticas 100
Críticas ordenadas por utilidad
7 de diciembre de 2020
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Todo en esta vida tiene un propósito, incluso esta piedra […] Porque si esta piedra no tiene sentido, entonces nada lo tiene. Al menos, así pienso yo”. Palabras de consuelo ante el dolor de la existencia. La strada es el camino de Gelsomina (perfectamente interpretada por Giuletta Masina) para encontrar ese propósito, habiendo tenido siempre una existencia miserable, condenada a la pobreza y a la falta de afecto. Y no es un camino fácil ni moralista: al contrario, la película nos enseña –entre otras cosas- cómo, por desgracia, se pueden crear lazos de afecto hacia un maltratador. Es una película dura, pero merece la pena verla.
Ibai_93
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9 de diciembre de 2021
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La bestia humana, Zampanó desencadenado, y la fea alcachofa, Gelsomina caricata.
Es muy triste y está muy bien. Es clara y a la vez sutil, bruta y compleja, cruda y nada sórdida, salvaje y sutil, atroz y elegante, tremenda y ambigua, realista y poética.
Son las dos caras de la misma moneda del arte comedia condicionada por un medio pobre y despiadado. Él no cede, nunca es agradable, no se relaja, siempre está en combate, en la pelea, enfrascado en la más dura lucha por la espantosa supervivencia, es un pobre hombre que lleva una mala vida y se emborracha para escapar y también folla, un poco se desahoga, es una fuerza de la naturaleza, y come y caga y todo eso, las funciones vitales básicas las desarrolla con ecuanimidad y salud, en perfecto estado de revista, es un animal, también entereza. Ella es la ternura y la inocencia personificadas, se defiende del mundo con la bondad y la paciencia. Ambos están perdidos y son seres muy desvalidos. Él distingue, no abusa, por ejemplo, sexualmente de ella tal vez porque no le atrae y a ella seguramente le gustaría un acercamiento de ese tipo, más íntimo, es posible, todo queda solo insinuado, la frustración e impotencia de ella, los posibles celos (en los que cabe todo, desde el deseo insatisfecho y yermo, la lealtad traicionada, los sentimientos de pertenencia heridos, el sentido de la amistad olvidado y la propiedad malvendida), su dolor cuando él se va con otras, casi cualquiera, ocho que ochenta, y la deja sola como a una perrita faldera (la escena de la "cocinera" recuerda a una parecida de "Un mundo perfecto", con otra mujer también ofrecida, aquí más elíptica), lo mismo que insiste en que ella duerma en caliente y en que coma y al final le da tregua, diez días de plazo antes de abandonarla, para que recupere la cordura, y en verdad lo comparte todo con su pequeña compañera, la derrota y la alegría, no es hipócrita ni cicatero, va de frente, con todo, es, a su manera lamentable, franco y sincero, sabes con él, una vez que lo conoces, siempre a lo que atenerte. No se ceban en su retrato, no es el fácil archivillano del maltrato, ese grotesco estereotipo al que el público actual está más acostumbrado.
Es penosa y a la vez sensible. Hermosa y negra. Desgarrada y delicada.
Y el loco está herido hace el personaje bisagra, el único que allí piensa, el verdadero artista o con algún real talento, el que reflexiona en voz alta y más juega, el poeta, el que está condenado, por ello, por ver más, por su lucidez, a morir precozmente, no es de este mundo. Les pone el espejo a ellos que solo viven o sienten, sin trasfondo o filtro, a las bravas, en un eterno y fugaz presente, que siempre huyen hacia delante. De la fuerza bruta se ríe, de la candidez a prueba de bombas atolondrada, también. Del primero se burla con saña, a la segunda algo más la acaricia el alma, la escucha o consuela. Ella se podría haber ido con los del circo, como Jack Nicholson en "Alguien voló sobre el nido del cuco" se pudo largar y se quedó trágicamente allí ya para los restos, o con el loco está herido, pero en verdad en ninguno de los dos casos la necesitaban tanto como él, el violinista se bastaba desgraciaba solo y los otros ya eran más que suficientes, Zampanó, en cambio, sí que dependía en cierta medida de su contrapeso, de la fidelidad amable de ella, de su entrega y encanto, de un aspecto agradable en una existencia tan llena de ruido y furia.
Él es horrible pero querible o por lo menos compadecible porque está humanizado y comprendido, está recreado, no es odiado ni despreciado como personaje, eso sería lo fácil, se le acepta pese a todo lo malo mucho que tiene, se entiende que haya tipos así, de esa calaña y que no hay que esconderlos ni en la hoguera quemarlos o hacer una obvia caricatura de ellos, tampoco simplificarlos, eso sería lo tan habitual, lo artísticamente y moralmente malo, lo rancio y curil que ahora nos asola con en todas las putas cosas, reducir lo humano a fantoches de telenovela que no exijan nada del espectador, que se lo den todo hecho, es mejor mostrarlos, que de esos hay a montones, con esa visión del mundo tan desaprensiva e implacable, tan a la defensiva, en la guerra, tan hechos a palos de ciego, tentetieso. Es grosera y primariamente pragmático, sus actos más deleznables no son gratuitos, no es cruel porque sí, no es violento por malsano o sádico placer, no, es su modo de enfrentarse a la realidad, de resolver los problemas, de atajar o conseguir cosas por la vía rápida, de imponerse y resistir. Y ella no es que sea tonta o pusilánime o no se entere de nada la pobre o tan mansa o sumisa como pueda parecer o parece, simplemente tiene pocas armas con las que defenderse y estas las utiliza como buenamente puede, con tan poco margen de maniobra, pero no se chupa el dedo, se da cuenta de todo, sabe lo que quiere, digamos, en todo caso, que se hace la tonta porque no tiene otro remedio, no tiene a nadie, no sabe hacer nada, hasta su madre la ha echado de casa, es su papel, su máscara, el animal acorralado que se disfraza de planta para no ser comido por el resto de bichos, que se queda quieta y espera, igual que la careta de él es la hosquedad desagradable normalmente, la del perro que ladra por miedo y falta de habilidades, carne de cañón los dos, pobre gente, las piedras del arroyo, santos inocentes, el cuento del bárbaro y la princesa. Por todo esto tampoco a Gelsomina se la mira con sorna ni se ríen de ella los creadores de esta película, no la consideran una idiota que babea, la quieren y comprenden perfectamente, a los dos, a todos, a todas las cosas y hechos y seres que pueblan esta obra del mismo amoroso preciso exacto modo los contemplan.
Y, claro, Italia, pobreza, franqueza en la mirada, terror cotidiano, espectáculo de miserables variedades, sufrimiento, circo, mal buen compañerismo, viaja a ninguna parte, ya lo dijimos o titulamos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ferdydurke
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2 de enero de 2022
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
No puedo evitar ver "La strada" con la mirada de mi tiempo, es decir desde el empoderamiento que gobierna el mundo civilizado. Un mundo donde la mujer ha conquistado una voz propia y con ella no sólo reivindica su identidad sino que acusa la violencia gratuita del varón (no sin cierta exageración a veces). Desconozco la impresión que causó "La strada" en su época, pero es indudable que actualmente la película está condicionada por esta nueva mirada.

Desde esta lectura feminista un único tema se apodera de la película como las garras de un gigante cruel. El sometimiento de una mujer sumisa a un hombre brutal. Ella un gorrión frágil y él un ogro primitivo. No hace falta ser psicólogo para reconocer en la pareja los patrones del perfecto maltratador y de la perfecta maltratada.

Gelsomina y Zampanó, subidos a ese triste carromato, viajan hacia ninguna parte bajo la sombra del fatalismo. Ella todo ternura, busca la alegría, busca el amor y no pierde ocasión por iluminar la vida. Él despiadado, bestial, incapaz de dar cariño. Personajes de valores absolutos que funcionan como arquetipo. No existen personas así en la vida real. Se suele calificar "La strada" de neorrealista, así lo demuestra la puesta en escena, pero la historia se asemeja más a una fábula con moraleja. El eterno conflicto entre la bondad y la crueldad.

La felicidad de Gelsomina siempre es anulada por Zampanó. El silencio alegre de Gelsomina conquista el corazón del espectador, mientras Zampanó boicotea sus ilusiones. Con Zampanó cerca no hay forma de que ocurra nada bueno. "La strada" inaugura todo el universo felliniano: costumbrismo de postguerra, miseria social y sobre todo el circo como forma de vida. El payaso triste como metáfora de las sonrisas y las lágrimas del mundo. Fellini convierte a Gelsomina en una mártir. Símbolo femenino de entrega incondicional al amor, la luz y la esperanza. El mensaje de Fellini, implacable, es efectivo porque al salir del cine buscaremos en la vida lo que el director nos ha robado en la película: el amor.
Robert Denigro
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11 de enero de 2022
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
'La strada' es la historia de Zampanó (Anthony Quinn) y Gelsomina (Giulietta Masina), dos desarrapados, la bestia y la bella, condenados a entenderse en la Italia desesperanzada de la posguerra. El relato, tremendista, casi deshumanizado, no es más que otro punto de vista, complementario al de 'I vitelloni', de buena parte de la sociedad transalpina de la época. Pero si la película anterior de Federico Fellini estaba protagonizada por cierta clase burguesa, más hastiada de su propia existencia que preocupada por salir adelante, aquí el relato se centra en una clase más baja y necesitada, que vive al día para ganar su sustento, lo que lo hace todavía más duro.

En este contexto, el propio Fellini vuelve a trasladar la acción al circo y las compañías ambulantes, algo que enrarece una atmósfera ya de por sí marchita, y que dota el ambiente de un histrionismo en el que se van, poco a poco, desdibujando y difuminando las aspiraciones de unos personajes que, a pesar de ser capaces de lo peor, terminan despertando compasión en su afán por complementarse. Una dinámica, esta, que es más bien de dependencia obligada en una realidad más que hostil.

La banda sonora de Nino Rota –quizá, uno de sus mejores trabajos– es la encargada de abrazar esta aventura neorrealista de supervivencia y soledad en la que la música también es parte importante de lo que se cuenta. Porque solo a través del sonido de esa trompeta llegamos a comprender parte de la condición humana, forzada, a veces, a asir lo impensable para renacer o, en este caso, entender a qué se ha terminado renunciando.
Jorge Pardo
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14 de marzo de 2021
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Federico Fellini cuenta con varias obras maestras reconocidas como la que nos ocupa, expectativas que en esta ocasión juegan en su contra, ya que si no congenias con su particular estilo cinematográfico es difícil apreciar sus películas más allá de la superficie.

En este caso tenemos un fabuloso trabajo de fotografía y una desgarradora puesta en escena que plasman a la perfección la decadencia de una época deprimente, pero la historia que sirve de hilo narrativo, centrada en su lastimosa pareja protagonista, no acaba de emocionar ni tocar la fibra del evidente modo que pretende.

Quizás sea por lo poco que se profundiza en las motivaciones de sus personajes o por unas interpretaciones en las que Quinn brilla con rotundidad en contraposición a una ingenua Masina cuyo atolondramiento llega a provocar rabia. Sea como sea es un clásico impepinable muy representativo e ilustrativo del contexto histórico en el que se ambienta y se filmó.

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Cine de Patio
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