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Morir matando

Cine negro. Intriga. Thriller Tras salir de la cárcel, Maurice Faugel asesina a su amigo Gilbert Varnove. A continuación prepara un atraco para el que necesita una serie de herramientas que le proporcionará Silien (Belmondo), un individuo sospechoso de ser confidente de la policia. El robo sale mal, y Maurice, que sospecha que Silien lo ha traicionado, decide ajustar cuentas con él. (FILMAFFINITY)
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Críticas 17
Críticas ordenadas por utilidad
15 de enero de 2022
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Extraordinaria. Seca, dura, fuerte, sin concesiones. Directa y a la cabeza. Nada de contemplaciones.
Un tipo de cine negro europeo denominado 'polar', del que Melville era el máximo exponente.
El guión es sorprendente, con algún cambio que no ves venir en absoluto, giros insospechados que provocan una cierta desazón en el espectador.
La música está muy bien elegida, y el blanco y negro es de una brumosidad que acompaña a la película muy bien. Es una cinta que podría haber rodado perfectamente un director americano.
Lo que me gusta de Melville es que prescinde de todo relato moral o psicológico de los personajes. No te explica por qué hacen las cosas, o cuales son sus motivaciones. Simplemente te cuenta lo que acontece. Sin más.
Me ha parecido extraordinaria. Me ha gustado mucho Jean-Paul Belmondo, de una seguridad apabullante. Un gran actor, algo rudo pero tremendamente varonil. Me extraña que no tuviese una carrera 'americana'. Quizá no sabía bien ingles, o vaya usted a saber. Nunca le faltó trabajo en el cine francés o italiano. Un grande.
ÁAD
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7 de mayo de 2023
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Sólo soy un pobre diablo", admite Silien a los policías, que no saben a qué atenerse. Y tiene muchísima razón.
Nos hallamos ante un diablo, el más calculador e inteligente. Porque la mayor habilidad del Diablo es hacer creer al Mundo que no existe. Y éste lo consigue.

Nos trae a este tipejo despreciable, pues, al menos para ellos, no hay nada peor que ser un criminal, salvo un soplón que se aprovecha de un criminal para su propio beneficio. Entra y se escurre cual lagartija entre el fango; el sr. Jean-Pierre Melville se dispone, a su vez, a utilizarle para traérnoslo en el que será su primera incursión, oficialmente hablando, en ese universo de los gángsters, cuya iconografía e imaginario ha tomado, sin ningun disimulo, del cine negro norteamericano, que adora. La esencia del mismo puede que ya impregnara a su "Bob, el Jugador", pero aquí todavía se acercaba más al drama.
Tal vez lo que deseaba era desprenderse de la etiqueta que le habían colocado sus aduladores de Cahiers du Cinema y sus jóvenes seguidores de la "nouvelle vague", virando por unos caminos mucho más convencionales, incluso comerciales, en cuanto a forma y temática; así era el francófono: independiente hasta las últimas consecuencias. Sin embargo hubo de plegarse a exigencias, como la de sus productores sobre contratar a un actor conocido si quería que "Le Doulos", inspirado en el debut homónimo del genio de la literatura criminal francesa Pierre Lesou, cuyas obras serían posteriormente muy llevadas al cine, tuviera éxito en las salas.

Ese actor es Belmondo, a quien le une una relación de desprecio mutuo. Pese a ser el protagonista y mencionarse el tipo de personaje que encarna al principio de la película, ese criminal que se aprovecha del criminal, el soplón, la rata, con sombrero que lo delate, no es él con quien la empezamos. Sello característico del cine de Melville, el destino marca la senda por la que caminan los hombres; si es así Maurice se dirige con determinación, pero sin saberlo, a su propia sentencia de muerte, como si andase por un corredor de la muerte metafórico figurado en los pasadizos de ese túnel en el cual le vemos a través de un extenso y elaboradísimo plano-secuencia.
Irá a cometer un crimen, y contra un amigo (Varnove) por venganza. Mucho más tarde describirá este hecho como casual: "Ese movimiento fue terrible: se giró y vio la pistola. Nada más". Melville empapará a sus gángsters de una impasibilidad implacable, contagiada por el entorno, dotando al ya de por sí nihilista universo del "noir" de un estigma de resignación, casi melancólicamente poético; así concibe el género, así debe concebirse: tan duro, áspero, frío e impenetrable como las aceras a las que se arrojan los individuos que lo habitan. El criminal recién salido de prisión de Serge Reggiani es un perfecto ejemplo, pero, mejor que él, el Silien de Belmondo.

Arropado, casi oculto, por las sombras de la tan particular fotografía de Nicolas Hayer, de raíz expresionista, el actor sufre la restricción de no poder improvisar y su deber a atenerse a una actuación lacónica y gélida; más bien desalmada, y es algo que captura al vuelo. Narrado con silenciosa precisión, en una serie de largos planos-secuencia por los que se distinguirá la película (y toda la obra del cineasta), el atraco que prepara Maurice es lo que dispara una serie de desastres donde la amistad, la lealtad y la confianza son aplastados por el yunque del interés y la codicia; ni siquiera los criminales pueden fiarse de su código interno.
Se agazapa en las tinieblas el soplón. Regala su sonrisa malévola a la pobre y machacada Thérèse (en una de las escenas más terriblemente crueles de la Historia del cine, irrealizable hoy día). A partir de aquí, cual héroe de tragedia épica, Maurice se levanta y se enfrenta a los elementos en busca de venganza; al otro lado una policía de métodos desesperados dirigida por un sagaz comisario que también formará parte del mundo gangsteril "melvilliano" para la posteridad (aquí un magistral Jean Desailly, protagonizando una escena inolvidable donde su verborrea ante Silien y su andar en círculos por el despacho es filmada sin cortes desde el mismo eje fijo).

Entre el humo de los bares, sutilmente fotografiado en el blanco y negro rugoso, entre las calles mojadas por la lluvia, y sobre todo, y otra "marca de la casa", entre habitaciones que dificultan la escapatoria a un lado y al otro, Silien hace sus juegos de manos como un mago del engaño, se burla de unos y otros; criminales, policías, mujeres y nosotros mismos caemos presa de su arte para la manipulación, como un maestro de ceremonias que moldea este mundo de muerte negra a su antojo. Un buen trabajo tenemos aquí en el desarrollo de un guión que pasa por muchos lugares, intrigas y traiciones; complejo, sí, pero tampoco enrevesado.
Basta con prestar atención a las jugadas del soplón para salir siempre airoso, siendo la culminación de su obra el incluso quedar como inocente ante los ojos del hombre al que vendió sin miramientos. Y mientras tanto Maurice en la tela del desconcierto, la cual queda bien enhebrada gracias a unos "flashbacks" fantasiosos (magnífico uso de la forma y el estilo) donde la auténtica verdad nunca es revelada, pero que sin embargo conduce, porque siempre deben de haber brechas en las mentiras, a un final apocalíptico. El de "Le Doulos" trata la imposibilidad de huir de los pecados y la corrupción propia y el castigo por la traición del código de honor.

Paul Misraki aporta unas melodías de oscura profundidad subrayando la fatalidad, la catástrofe. Melville volvería a obligarnos a habitar estas esferas refinadamente viscosas para instalarnos en ellas hasta el final de su carrera.
Por desgracia ya no lo volvería a hacer con Belmondo a bordo, pero pudo brindarnos la que podría disputarse como la más impresionante interpretación de su vida, con todo lo lacónica y estoica que sea. En su contención radica su grandeza, como sucede en la propia película.
Chris Jiménez
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26 de abril de 2014
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jean-Pierre Melville siempre fue considerado uno de los padrinos no oficiales de la llamada Nouvelle Vague, la mítica vanguardia francesa que bebía tanto de la serie B noir norteamericana como del neorrealismo italiano, evidenciando su carácter netamente deconstructor… El cine de Melville, contrariamente al de otros colegas suyos del movimiento francés, no envejece (pues no apela tampoco al intelecto, of course); Melville nunca pasa de moda, sencillamente porque jamás se puso de moda, ni para sus coetáneos franceses…Además, su mito, evocador desde la más evidente reivindicación, influyó enormemente en el cine policíaco del futuro, tanto en Europa como en Estados Unidos e, incluso, en el cine asiático, especialmente en Japón y Honk Kong… El mismísimo Quentin Tarantino, el gran cineasta actual de la multirreferencialidad, consciente de su deuda con el maestro, le dedica ‘Reservoir Dogs’ (1992), lo que nos dice mucho de la hondura que nos dejó su huella…
Sus admiradores son cinéfilos porque el propio Melville fue un cinéfilo, o mejor aún, un producto de la cinefilia, la de su fascinación por el thriller y el noir clásicos norteamericanos…Al realizador parisino siempre le apasionó todo aquello estadounidense, sobre todo el cine negro gansteril, popular en el Hollywood de los años 30; a pesar de utilizar y ensalzar descaradamente elementos iconográficos como los eternos sombreros de fieltro, los gabardinotes con cinturón, aquellos automóviles con alerones desproporcionados y los humeantes night clubs, Melville siempre transformó estos tópicos a su conveniencia, en un ejercicio de devoción didáctica con la clara y distinta voluntad de configurar una voz cinematográfica personal, huyendo hacia la posmodernidad… La exaltación de cualquier cine pretérito siempre es un acto de reafirmación autoral…
Quizás por ese mismo motivo, hay mucho de ‘El Confidente’ (‘Le Doulos, 1962) en la ópera prima de Tarantino… No podía ser menos, pues en la caja de resonancias tarantiniana, repleta de referencias y exaltaciones cinéfilas, la proyección del cine de Melville es casi inevitable… El fatalismo romántico que rodea a los dos protagonistas de la película, Silen y Faugel (Jean Paul Belmondo y Serge Reggiani), es tan exacerbado que uno no puede evitar atribuirle cierta aura shakesperiana, quizás incluso como un cruel acto de reverso crítico hacia el ‘factum’ clásico, merced a las desconfianzas recíprocas y al miedo a la traición…Los buenos títulos de cine negro, sean franceses, americanos o japoneses, rezuman el inconfundible aroma pesimista de las tragedias griegas…
Deudor a la novela homónima escrita por Pierre Lesou, Jean-Pierre Melville nos ofrece en ‘El Confidente’ (considerada por él mismo como su primer film noir verdadero) una inmaculada disección del engaño, la corrupción y la mentira, a pesar de la fidelidad que sus personajes muestran a los estrictos códigos de honor y lealtad de su particular mundo mítico, tan estilizado como icónico, en el que pueblan por igual las amistades fieles y las traiciones implacables…Sin ir más lejos, el frío y contenido merodeador que compone Jean Paul Belmondo alcanza las más altas cotas de fatalidad del policier mervilliano, un mundo cerrado y claustrofóbico en la que los personajes son sometidos a las más inauditas opresiones a ambos lados de la ley… En este brillante film, el sabio empleo de la imagen por encima de la palabra, de la mirada sobre el diálogo, hace patente el particular estilo del cineasta…Sin duda Melville, asentado a las antípodas de cualquier manierismo, fue un auténtico maestro de la ausencia, tanto de la elíptica narrativa como del más perturbador de los sonidos… Evidentemente me refiero, hablando del maestro de maestros del polar francés, al implacable y desolador silencio de sus tristes y fatigados antihéroes ante sus destinos…
Sabino (Diari Menorca)
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31 de diciembre de 2016
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Melville fue un director de talento que no goza del reconocimiento de otros directores de sus país. El trama puede resultar confuso a veces. No se sabe las verdaderas intenciones de los personajes. Personaje cuyas verdaderas cuyas acciones no están del todo esclarecidos. Filme llevado con buen ritmo. La fotografía es excelente. Melville con buen ejercicio cinematográfico nos muestra el mundo del hampa, así como las contradicciones de sus personajes. Belmondo y Reggiani cumplen bien con sus papeles.
Señor Cara de Papa
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29 de marzo de 2024
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un delincuente, que sale recientemente de la cárcel, volverá a visitar a sus compañeros de banda, y a uno de ellos, lo matará a sangre fria, sacándole unas joyas robadas.

Un noir, con sutiles pinceladas de misterio, personajes ambiguos y que maneja, una trama compleja, retorcida y que narra sólidamente desde su filoso y elaborado guión, los temas de la LEALTAD, y personajes con un inexorable y fatalista destino...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Contemplando cine
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