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Lady Macbeth

Drama La Inglaterra rural de 1865. Katherine (Florence Pugh) vive angustiada por culpa de su matrimonio con un hombre amargado al que no quiere y que le dobla la edad, y de su fría y despiadada familia. Cuando se embarca en un apasionado idilio con un joven trabajador de la finca de su marido, en su interior se desata una fuerza tan poderosa que nada le impedirá intentar conseguir lo que desea. (FILMAFFINITY)
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Críticas 65
Críticas ordenadas por utilidad
3 de octubre de 2020
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una joven plebeya, casada con un noble aristócrata, que la dobla en edad, frío y despótico, aprovecha la ausencia de este y de su suegro para salir del palacio. Se enamora apasionadamente de uno de los criados de su marido. Y, a partir de este hecho, ningún obstáculo se interpondrá en su camino para llevar a cabo sus planes. El espectador conocerá entonces la verdadera personalidad de la joven esposa: su firme determinación, su carencia de escrúpulos, su crueldad... Un filme que muestra la parte más oscura y deleznable del ser humano.
Luis
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8 de diciembre de 2023
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué lejos estamos ya de los tiempos de la Merchant-Ivory Productions. Aquellas películas, producidas por Ismail Merchant, y dirigidas con suma sutileza por James Ivory, marcaron un antes y un después en el cine de época. Tanto que, hoy en día, cualquier cinéfilo de pro recuerda esas cintas, y asocia el cine de época con estas producciones tan cuidadas. El vínculo afectivo-profesional Ivory-Merchant duró hasta el fallecimiento del segundo en 2005, en efecto. Ahora Ivory lleva años retirado, no en vano tiene ya 95 años... Una habitación con vistas, Maurice, Regreso a Howards End, Lo que queda del día, son películas que cosecharon gran éxito de público y muchos premios, en distintos festivales y encuentros, como los Oscar... E. M. Forster era el autor adaptado, en tres de ellas; el otro es Kazuo Ishiguro, en The Remains of the Day. Estas obras hicieron que mucha gente se hiciera una idea cabal del "cine de época", hasta el punto de que se creó una especie de estándar, en el cine dramático ambientado en la Inglaterra del siglo XIX, la época victoriana y el comienzo del siglo XX. Es un cine esteticista, con grandes actores, pero que cansa, aburre incluso. Creo que en la tercera de las citadas, me quedé dormido en el cine, inevitable...

Ahora tenemos esta cinta, que es bien diferente. El autor teatral William Oldroyd decide adaptar la novela de Nikolai Leskov, Lady Macbeth del distrito de Mtsensk, que ya sirvió a Shostakóvich para componer su más famosa ópera. Y lleva la acción a la Inglaterra rural, en ese año de gracia de 1865. La película no tiene nada que ver con el drama de Shakespeare, como ya han advertido otros antes. No conocía la obra del ruso, pero me hago una idea, por los resúmenes que he leído. Como estamos en 2016 (año de la cinta), ya no valen aquellos mimbres, ni los de Ivoy tampoco. Es decir, que vivimos en tiempos feministas, de emponderamiento de la mujer, y el director y su equipo lo tienen bien en cuenta. No en vano la guionista es Alice Birch, una mujer. Así que cogen la vieja novela del ruso, en donde la protagonista al parecer acaba mal, en Siberia, y le dan varias vueltas de tuerca, ¡todas las que hagan falta!, para hacer el personaje principal más atractivo. Y eso está muy bien. ¿Quién dice que los dramas de época tienen que ser fieles a la novela de turno? ¿quién piensa que todo ha de estar en su sitio, y que todo ha de cambiar, para que todo siga lo mismo? Ya el más malo de todos, el iconoclasta Derek Jarman, rebatió todo eso, en sus películas profundamente anacrónicas, esteticistas y rabiosamente queer. Ahora Oldroyd enseña un poco la lengua, y nos dice: ¿veis a esta señorita, vestida de azul, tan modosita? ¡no os imagináis lo que puede hacer, la chavala!

Y la chavala la lía, pero bien. Eso pasa por tanto corsé y tanto constreñimiento y tanta orden. Del marido y del suegro y de su puta madre. La paciencia tiene un límite, nos decían algunos profesores, en la lejana infancia, allí en el apestoso colegio. Un viejo caserón, en la campiña inglesa, puede convertirse en la mayor de las cárceles. Desde el principio vemos a Katherine Lester (Florence Pugh, maravillosa, llevando todo el peso de la historia) devastada por semejante ambiente opresivo. La excelente, maravillosa, genial fotografía de Ari Wegner, nos muestra, en la mejor tradición de los fotógrafos de cine arty, esos interiores escuálidos, fríos, sin alma. Cada plano, cada secuencia, está rodado con mimo, y no hay nada que sobre. Poco a poco avanza la historia, de forma lenta pero inevitable, hacia el desastre. Cuando la cosa está tan podrida, por algún lado tiene que reventar. Katharine aprovecha la ausencia del amo para hacer de las suyas. La película es doblemente subversiva, como otras críticas han señalado, ya que presenta una doble opresión. Por un lado, la de la mujer, que es un mero objeto, algo decorativo, al servicio del hombre-amo. Si no le da hijos, no sirve para nada. Por el otro, los mozos de cuadra, los criados, que eran poco menos que animales, y así eran tratados, al más mínimo descuido o error. En los personajes de Anna (excelente también Naomi Ackie) y Sebastian (Cosmo Jarvis) se puede ver esta silenciosa revolución que estaba en marcha. ¿O pretendían los amos del cotarro que su juego iba a durar siempre? Todo se acaba en esta vida, un día u otro. Mucho se aguanta uno, hasta que un día se acaba la paciencia, y ya no se puede más. No es que Katharine sea una psicópata, no. Es que ya la tienen hasta el último pelo, venga cepillado y venga vigilancia. Y la muchacha, que es joven y rolliza, quiere un poco de juerga, quiere movimiento, quiere acción. Esas secuencias, ella paseando por el páramo, con esos colores tan únicos, son de una belleza fría realmente emocionante. No se ha visto esto antes en una pantalla, que yo sepa...

Habrá sangre, desde luego. No culpemos a la mujer, ella no tenía otra que reventar, estaba hasta el moño, nunca mejor dicho. Lo bueno de esta cinta es que, a pesar de todas las situaciones extremas que aparecen, y que poco a poco se convierten en una montaña rusa de emociones y locura, todo es perfectamente real, creíble. Es un drama de época, sí, pero puesto al día. Por primera vez, en una pantalla, vemos los rostros verdaderos, adustos, secos, miserables, feos, del siglo XIX inglés. Ese Boris (el suegro); ese Alexander Lester, el marido; ese Doctor Bourdon; ese Padre Peter..., todos los personajes tienen el rostro que merecen, según su carácter y su forma de vivir. "Repite conmigo: «Hasta los 30 años, uno tiene el rostro que Dios le ha dado. Después de eso, uno tiene el rostro que se merece»." (de la sinopsis de El rostro que mereces, Miguel Gomes, 2004).
Lukas
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10 de diciembre de 2017
1 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sorprendente opera prima que adapta la novela corta de Nikolai Leskov, cuya versión operística a punto estuvo de costarle la vida al pobre Shostakovich.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
capote
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28 de enero de 2018
1 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
No me podía creer que estuviera viendo el primer largometraje de un director. Rezuma elegancia y vigor por todos los lados y presenta un clásico inglés de una forma que hace olvidar cualquiera de las obras anteriores de directores expertos en teatro de Shakespeare.

Normalmente me aburro cuando veo películas de época porque se presentan de una forma suave, sin sangre circulando por las venas. Para mí el paradigma es la maravillosa Barry Lindon. Pues aquí sientes cada plano, cada mirada, duele cada silencio.

Si ha empezado con este nivel William Oldroyd va a tener muy complicado el futuro porque siempre lo vamos a estar comparando con su debut.

Ahora que se ha levantado una ola de persecución de lo "políticamente incorrecto" me gustaría saber que opinan los nuevos censores de todo lo que cuenta esta película, que es muchísimo.
Juanmadrid
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4 de octubre de 2020
2 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los perros.
Suele pasar. Empiezas con un genocidio que se te va un poco de las manos y llega inesperadamente el día de las elecciones generales, tan deseadas e imprescindibles, y hasta por un momento dado dudas sobre la imperiosa necesidad de depositar tu tan democrático voto. Es muy normal.
Sordidez, sarcasmo y descalabro (como creo que decía Woody Allen en "Final made in Hollywood", parece el lema de un partido político francés, tal vez). Deliberadamente, exclusiva, únicamente es eso, se elimina todo lo demás, el sagrado contexto (nos esquilman casi toda la información, de dónde vienen, cómo fue el origen exactamente de tanto jolgorio, quiero cuentas, declaraciones de la renta, libro de familia, toda la pesca, currículum vitae, qué cojones pasa en esa campiña inglesa de, imagino, cumbres borrascosas, nada, para que así podamos chapotear a gusto, mucho nos gusta, en el lodazal infecto sin hacernos preguntas incómodas que nos causen demasiada angustia), se reduce el foco, todo desaparece, solo queda o nos dejan una tediosa y estúpida retahíla de felonías/fechorías supinas, agónicas, abismales, imbéciles, en ristra y suma, porque sí, a lo loco.
Trata de disimular su fondo escombro, que es cutre material de derribo morboso, las peores pasiones vendidas muy baratas en el más zafio mercadillo, con un tono solemne, arropado por los mejores adornos técnicos y estéticos, en ese aspecto no hay queja ni pega, intenta aturdir, despistar con la belleza bestia de ella, con la hermosa fotografía, el impacto de las imágenes, la truculencia botarate, pero según van muriendo los minutos, a dolor, aquello pasa de curiosidad a idiotez, de interés a desguace, no se sostiene, follar y asesinar a todo dar, sin más, nada más, se abandona cualquier atisbo de verosimilitud o rigor, que, muy asustados, huyen despavoridos ante un espectáculo tan necio y barriobajero, ante un desfile de miserias tan manipuladas y enfermas, casquería fina, y al final, para rematar la triste faena y no variar, se agarran al clavo ardiendo, lo único que les queda, el resto ha sido arrasado por una tormenta bruta tonta, del sensacionalismo, del tremendismo, del efectismo, a la esperanza de que la pasión te nuble la razón, de que también tú como espectador desprecies cualquier tipo de juicio en favor del más negro instinto, o, quizás peor, de que te vuelvas un moralista a toda hora y clames justicia, reparo, que pague por ello, ella, oye.
Solemnidad pretenciosa de alma chusquera y chapucera, de telefilm de toda la vida de dios en la que una familia pija y abotargada contrata a una niñera, o una santa mujer se pirra por un bandido amante de tan buen aparentemente talante que después es un rufián aberrante, da igual el asunto ridículo, es solo una fórmula, como tantas otras, como la de la misma coca cola, mece la cuna y acaba matando, no era oro todo lo que relucía, hasta al hámster del vecino que pasaba por allí, también al apuntador, ese es su sustrato, destino y sentido, el crimen más nefando como entretenimiento, la búsqueda desesperada del placer a través de la crueldad y la idiocia, con la se supone inestimable colaboración gozosa del espectador que debe jalear en silencio y por una vez en la vida así darse gusto un poco y ya de paso un rato poder soltarse la rienda que en la vida diaria tanto le aprieta y ahoga, esa continua reprimenda que tiene en su cabeza, a la que nunca, aunque mucho lo intenta, del todo se acostumbra, como de transferencia, terapia de choque, electroshock, y a ver si así por fin despierta, que algo por una vez sienta.
Algunos hablan de feminismo, liberación, patriarcado, di no al racismo, al clasismo, al vampirismo, y todas esas bellas palabras y conceptos que dan, como decía el clásico, unas ganas locas de invadir Polonia o asaltar por lo menos el distrito trece, y mirándolo bien creo que tienen toda la razón, no me había fijado mucho, perdida, centrada la mirada en la parte más puramente carnal y sanguinolenta, soy así de primario, pero sí, solo hay que observar con un poco de detenimiento el principio para darse cuenta de ello, por poner solo un ejemplo, cuando ella se enamora de él tan perdidamente al comprobar su elevada estatura moral, ese catártico momento en el que se da de bruces con algunos ruidos y alborotos que por ahí están pasando y al abrir una puerta descubre a su amado educando amablemente a su compañera en la lucha racial y social, enseñándola los conceptos más elevados al respecto, de hecho, ella, y la otra, y todas nosotras, lo comprende e inmediatamente se eleva, levita, queda colgada del cielo, asciende casi al mismo éter de tanto que aprende, cómo no te vas a prende/ar de un alma así, pero no es solo eso, lo mejor tal vez venga después, cuando el hombre asalta a su amada en la noche con algo de ímpetu, tampoco tanto, es para disimular su timidez, y donde los seres más brutos o insensibles hablarían de intento salvaje de violación, en verdad es solo amor, respeto, rotación/torsión, ella al vuelo lo pilla y tras un simpático y leve forcejeo, coqueteo intelectual más que animal se podría decir, se entrega, no era no o solía ser no o debería ser no o tal vez legalmente dice el juez que no pero ahora ya es sí, frenesí, y juntos, después de esto, de este fenomenológico encuentro, emprenden una cruzada moral y abismal en la que irán consiguiendo la transvaloración de todos los valores, ella como feminista se liberará a sí misma y a todas las demás hermanas como consecuencia, derribarán el patriarcado de paso, y él como hombre tan oprimido por los machirulos blancos de la mano sabia de ella conseguirá la igualdad de clase universal entre todos los humanos, irán sorteando, además, todas las dificultades con muy buena disposición de ánimo y gran capacidad de diálogo, respetando los derechos humanos siempre que se tercie, darán un ejemplo cabal de si se quiere, se puede. Se acabaron de un plumazo la discriminación racial y sexual y casi que ni lo notamos, andábamos despistados.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ferdydurke
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