Antonia

Y así transcurre la película, a trompicones entre momentos entretenidos (especialmente las visiones tipo Amelia que tiene Daniela, la hija de Antonia, pero que a partir de la mitad el director deja olvidadas sin más explicación) y entre momentos realmente aburridos (telefilme de domingo, dijo alguien antes), e incluso enervantes por lo tópico que son: las buenas acciones de Antonia, la homosexualidad de su hija, la inteligencia desmesurada de la nieta, la vena artística de la bisnieta, el cura facha y machista (otro, no el renegado), la maldad de Pitte, un granjero malo malísimo porque sí, el pesimismo del filósofo.
Una corte de personajes planos, buenos-malos, listos-tontos, machistas-feministas, sin mayores matices, y una serie de situaciones absurdas en el peor sentido: no en el del surrealismo o en el del realismo mágico (de hecho tiene un aire a “Cien años de soledad”, pero García Márquez al menos nos cuenta algo), sino en el de que no hay motivación para que ocurran, ni se crea un fondo en el que el absurdo tenga algún sentido.
Puede que al final estén queriendo hablar de que existe la posibilidad de afrontar la vida de otras maneras, más allá de las socialmente establecidas. De hecho cuando Antonia se instala en el pueblo, ella y toda la descendencia que tendrá viene a revolucionar un poco su vida, denunciando con sus actitudes, y a veces expresamente, lo que todos saben pero todos callan. Pero la película no pasa de las buenas intenciones y de unos convencionalismos un poco adolescentes. Quiere ser realista, quiere ser combativa, quiere ser reflexiva, quiere ser surrealista. Quiere hablar de muchos temas, quiere analizar muchos comportamientos humanos. Pero no sabe cómo.