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The Square

Comedia. Drama Christian, mánager de un museo de arte contemporáneo, se encarga de una exhibición titulada "The Square" en la que hay una instalación que fomenta valores humanos y altruistas. Un día le roban el móvil y la cartera en plena calle, incidente que causará más consecuencias de las esperadas.
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Críticas 92
Críticas ordenadas por utilidad
13 de noviembre de 2017
117 de 140 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quien sea habitual de los museos de arte moderno no será extraño a la propuesta de esta película.
En esos sitios cabe de todo, desde lo patético hasta lo terrible, obras inacabadas e insoportables pedanterías, hipocresías gigantescas y visiones agresivas.
Son desiertos de irrealidad, lidiando con la simple posibilidad de arrancar sensibilidad al visitante medio.

Si tan solo pudiéramos ser nosotros las piezas a exposición, nos encontraríamos con algo como 'The Square'.
Ruben Östlund renuncia a un hilo narrativo convencional de buenas a primeras, y en su lugar nos ofrece pequeñas pildoritas, vagamente conectadas por Christian, mánager del museo de Copenhague que, en los días previos a una exposición, intenta encarrilar una vida absolutamente fuera de control.
La obra de arte en cuestión, que da nombre a la película, se trata de "un espacio seguro donde toda persona tiene los mismos derechos y responsabilidades", y sería fascinante ver lo que sucede dentro del cuadrado, pero lo de fuera es cien mil veces más interesante.

Al principio se aparece esa estampa habitual que cualquiera puede ver por las calles, en la cual un mendigo despatarrado por la acera comparte espacio con una voluntaria que pide donativos para el extranjero, y uno se pregunta si hasta ahora no se había dado cuenta del absurdo que es preocuparse por lo de fuera cuando se muere por dentro.
Pero la cosa no acaba ahí: un ballet de estudiada indiferencia se mueve alrededor de Christian, el único que reacciona al oír una chica que pide ayuda, y Östlund nos deja deliberadamente ciegos (pero no sordos) al posible peligro que se aproxima.
Quizá, si no sabemos qué hay, nos podrá la curiosidad en vez de la indolencia. Tal vez, si nos urge ver no podremos apartarnos una vez que decidamos retirar la mirada: ya estamos atrapados en la misma red que los retratados, y apenas hemos entrado a la galería.

Ese es el tema que nos persigue a cada cuadro de la vida de Christian: la cuidada ceguera que dedicamos a todos los problemas del mundo, mientras diseñamos costosas, polémicas y a la postre irrespetuosas campañas publicitarias denunciándolos, porque es la única manera en la que podemos sentirnos bien, fingiendo hacer algo desde cálidos despachos en los que en realidad no se hace nada.
Dos jóvenes y habilidosos publicistas hablan de nuestra limitada capacidad de atención, "2 segundos iniciales como mucho", y entonces se explica que buscamos hacer todo el daño posible con lo que creemos verdaderamente importante, ya que pensamos que no atravesaremos nuestra insensibilidad ejercitada cada día.
Eso sí, luego habrá que bromear conque a alguien le suene el móvil durante un discurso duramente ensayado, o tratar de llevar con normalidad una rueda de prensa en la que un afectado por síndrome de Tourette le pide a la moderadora que enseñe las tetas: porque la tolerancia debe funcionar siempre, hasta en las situaciones más extremas, ni que sea porque es más fácil concederla que prestar verdadera ayuda.

La inauguración de The Square entonces se aproxima como algo muy parecido a una esperanza, en palabras del propio Christian, un retorno a "esos tiempos donde un niño podía jugar solo, porque los demás adultos serían gente en la que confiar y no rivales".
Un idealismo que choca frontalmente con su planificada confusión al hablar frente a Anne, su amante pasajera (en segundo plano hasta cuando la folla apasionadamente); con la frialdad de interacciones humanas incómodas y utilitarias frente a obras casi salidas de la basura; y, sobre todo, con la inocente pero malhablada acusación de un chaval a su persona, que da la vuelta a todo el discursito de adultos cuidando de los niños.
A su favor, hay que decir que la propia película evita hacer mucha sangre de su obra: cómo tratar de explicar los propios actos si hacerlo implica mearse en la libertad de expresión o ser un cobarde, según sople el viento de la siempre volátil prensa.

Me ha gustado el recorrido por el museo, aunque no todas las obras estén al mismo nivel, y ni siquiera parezcan pertenecer al mismo artista.
Pero me callo por si acaso, que quién sabe si conviene ir contra la masa.
O a lo mejor mañana grito más que nadie, diciéndoles a todos que vayan a apreciar verdadero arte.

Mierda, creo que ya estoy dentro del Square que nos hemos formado entre todos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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6 de noviembre de 2017
96 de 132 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ante todo ‘the square’ es una comedia. Su discurso: la sátira. Aunque su principal baza es proporcionar un viaje al espectador y no dejarte indiferente.
La ganadora de la Palma de Oro en Cannes busca dejar exhausto al espectador en cada uno de los gags que hacen avanzar su narración que no va a otra cosa que hacer tomar parte al espectador en una moralización mutua.
Ruben Ostlund construye su sátira a través de Christian (Claes Bang), comisario jefe de una prestigiosa exposición en Estocolmo. Es algo fácil demonizar el mundo del arte que envuelve a nuestro protagonista; sin embargo aunque esta es la base, el film, sus personajes y el espectador tendrán una evolución durante la proyección. Evolución no lineal, por cierto.
-La anterior película del director sueco nos hablaba sobre quienes somos realmente y que queremos ser. Cuestionaba al espectador ante una situación límite. ‘the Square’ se extiende más allá; nos habla de los límites con la representación simbólica de un cuadrado. Un cuadrado que pretende definir nuestros derechos y obligaciones como seres humanos. Unos límites rotos constantemente por una sociedad que ha llegado a no saber dónde están esos límites, ni si los está sobrepasando. Todo esto se hace sin buscar culpables, no hay buenos, ni malos…el dardo es contra la sociedad, contra ti, sí.
Su carácter moralizador puesto de manifiesto a través del mundo del arte estereotipado puede resultar una premisa algo básica. Sin embargo el avanzar la trama hacia terrenos más mundanos y las sutilezas nada desechables, hacen que esto no corra en su contra. De hecho, es completamente defendible.
Escenas excesivas con una puesta en escena en momentos teatral con unos diálogos ágiles, inteligentes y fantásticamente interpretados. Si los actos son largos será para sacar lo máximas sensaciones del espectador. La película juega con este haciéndole estar incómodo, estremeciéndolo, haciéndole reír..
La finalidad última de la película es encontrar nuestra ética-moral, destruirla y quizás poder renacerla para una nueva sociedad ‘civilizada’.
Claes bang es un regalo. Enorme descubrimiento. Actor danés muy poco conocido, tampoco en su país. Su actuación es tan increíble y visceral que su caso me puede recordar al de Christoph Waltz. El actor austriaco no era especialmente conocido hasta que conoció a Tarantino.
Christian es el alma y motor del film. Los demás personajes están en estado de gracia y bien definidos dentro de lo que la película necesita de ellos. Claes bang tiene una actuación que me evoca al recuerdo de la de Marcello Mastroianni en la Dolce Vita (también Palma de oro en el 1960). Salvando muchas distancias, se encuentran ciertos paralelismos en ambas propuestas.
También cabe resaltar que su personaje es más perfecto para el momento actual y con el mensaje circular que persigue la cinta. Tenemos que sentirnos juzgados y con todo merecimiento.
Película imprescindible en este 2017, candidata por Suecia para los Oscars y nominada a los premios del cine europeo, le deseo la mejor de las suertes.
Su actor protagonista, Claes Bang espero verlo más y si es en papeles tan fantásticos como este, mejor.
Y a Ruben Ostlund, si ya me gustó con ‘Force majaure’ con esta se convierte para mí en un referente. Con comedia todo es más 'fácil' xD
franckocean
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4 de febrero de 2018
128 de 224 usuarios han encontrado esta crítica útil
Voy a ser muy rápido Nunca había escrito una critica y por fin me decidí..... Uno se hincha de tener que aguantar truños de este calibre, entre los cuales podemos dar cabida a otra insufrible película como lo fue el año pasado la alemana Toni Erdmann. Para mi el cine ademas de ser un arte debe de tener mucho de entretenimiento y sin duda el tener que aguantar películas como esta de dos horas y media de duración, que estas deseando que termine a los 15' de comenzar, no es un buen inicio. Al parecer la película es una critica a la nueva cultura que nos hace ver arte lo que no lo es, pero ¿no cae la película en lo mismo?. Alucino con los premios que tiene y los que tendrá, pero no me bajo de la burra y no comulgo con los listos sesudos que creen ver en películas de este tipo algo mas que una perdida de tiempo.
monty
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15 de febrero de 2018
48 de 68 usuarios han encontrado esta crítica útil
41/11(12/02/18) Film a priori con muchos atractivos, avalado con la Palma de Oro en Cannes 2017, nominado al Oscar en la categoría de Mejor Película en Habla No Inglesa, un realizador sueco, Ruben Östlund, que me sorprendió muy gratamente en su anterior trabajo “Fuerza mayor”, un tema atractivo como es radiografiar el esnobismo e hipocresía del arte moderno, esto aderezado con secundarios sugerentes en Elizabeth Moss y Dominic West, pero tras un sugestivo arranque la cinta va decayendo, hasta hacerse cansina y extensísimo su desmedido metraje, dos horas y media para lo que cuenta. El realizador como en la mencionada película juega a los contrastes, a darle la vuelta a los clichés, a hacernos reflexionar, a ponernos en el lugar del protagonista a ver como reaccionaríamos nosotros, a como un hecho fortuito y cuasi-anecdótico puede ser el catalizador para que nuestro mundo preestablecido se remueva y sufra una catarsis y con él un viaje emocional cuasi-existencial, pero al contrario que la pretérita le queda fallida y errática, entre otras cosas porque quiere abarcar demasiado y aprieta poco (más bien nada). Pretende hacer una ácida crítica a lo políticamente correcto, al condescendiente altruismo, al clasismo de las élites gafapastiles, al egoísmo intrínseco a la naturaleza humana, a nuestra sociedad del bienestar, repito pretende, pues se queda en eso en pretensión estéril. Y es que tiene un inicio que da esperanzas, la sátira al arte contemporáneo, a su sin sentido, a su petulancia con ínfulas (vacías) intelectualoides te llega, pero a medida que el metraje avanza esto se diluye siendo al final una parodia de sí misma, cayendo (bastante) en aquello que ataca, sin definirse, sin rumbo, salta de un tema a otro cual set-pieces inconexas, son como esbozos de situaciones sin perfilar, sin acabar, con lo que no provocan al espectador, lo dejan frío. Quedando al final algo muy cercano a lo pedante, a mirarse el ombligo en demasía, a que los árboles no le dejan ver el cuadrado.

El título corresponde como su nombre indica a una plaza, aunque la traducción para la cinta sería “El cuadrado”, en medio de la plaza adoquinada frente al museo la artista argentina Lola Arias (persona real que no aparece en la cinta, Arias es una escritora, actriz, performer y directora teatral argentina), donde se ha marcado lumínicamente un cuadrado con placa que dice en parte: "La Plaza es un santuario de confianza y cuidado. Dentro de sus límites compartimos derechos y obligaciones iguales”, y paradójicamente Östlund le da la vuelta al sentido, poblando la plaza de home-less.

Östlund yerra cuando debe hincar el diente, expone en su primera mitad unas cuantas ideas y mensajes a medio puntear y cuando debe desarrollar se pone moroso, dimite de involucrarnos. Quiere ser una comedia cínica que se burle de los ascetas que elevan el arte moderno a los altares, cuando en su mayoría esto no es más que postureo huero de contenido, perorata de farsantes entre “artistas”, siempre lo asociaré al cuento de “El Rey desnudo”, pero esta caricatura se queda en el trazo grueso, y con ella se bordea hacer igual que lo que atacas, con lo que el Rey desnudo acaba siendo la película de Östlund. Solo está la novedad de querer meternos como se funde con las nuevas tecnologías. El tempo narrativo se le desboca con situaciones que se alargan perdiendo toda la gracia, con momentos supuestamente de humor que levantan más allá (siendo benévolo) de una mueca, siendo grotesco y grimante lo de la inclusión enfermos mentales como dina a de su supuesto humor transgresor.
Lo de la aparición de la actriz Elizabeth Moss (muy desaprovechada) se antoja más un reclamo publicitario que un rol pensado dramáticamente, Christian (el protagonista encarnado por Claes Bang), tiene un affaire con su personaje, Anne, ella tiene un chimpancé en su casa, no se menciona el motivo, ni se le da relevancia mínima; Lo supuestamente incisivo y mordaz, es cuando tras terminar de fornicar, y ella le pide que le dé el preservativo para tirarlo a la papelera, y Christian se resiste, creándose unos segundos de tensión entre los dos, donde la confianza de uno y otro queda agrietada, pues sabemos que el hombre piensa que ella puede coger y con el condón utilizarlo para quedarse preñada, y esto se supone que nos debe poner en el rincón de pensar, pues me mueve a la nada; Pero si infrautilizada está Moss, peor aún está Dominic West (el inolvidable James 'Jimmy' McNulty de la serie “The wire”), como Julian, promotor publicitario de una idea viral que pone contra la pared al protagonista (hacer un video para youtube donde estalla a una niña rubia dentro de “The square”), acaba en escándalo mediático. Esto también te debe poner en el rincón de pensar y reflexionar sobre los límites del arte, venga ya! Y es que con esto cae en aquello que crítica. (sigue en spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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27 de noviembre de 2017
40 de 62 usuarios han encontrado esta crítica útil
Christian (Bang) es un hombre divorciado, un correcto padre para sus dos hijas y además trabaja como el curador principal de un importante museo de arte moderno. Su vida es feliz, glamorosa y absolutamente barnizada de este “prestigioso aroma de elite cultural”.

En vísperas de la apertura de una nueva instalación llamada “The Square” en que se expresa el concepto de que The Square es un espacio donde “todos deben sentirse seguros y felices y confiar en las personas” Christian sufre el robo de su celular.

Aconsejado por un compañero de trabajo, deciden realizar una “acción de recuperación” aparentemente inocente. Pero como en todo, no hay acción sin reacción y la avalancha de aconteceres se desata, tenga o no que ver de forma inmediata con ese hecho, transformando la vida de Christian en una especie de realidad paralela fatal y donde la racionalización es un concepto más que abstracto y olvidado al diluirse con la realidad sin forma de nuestros días.

Ruben Östlund (“Fuerza Mayor”) lo hace de nuevo, el polémico director ahora seduce hasta las más altas esferas del intelecto y avasalla en Cannes llevándose la Palma de Oro y lo hace desnudando, en pocas palabras, la vacuidad de la modernidad liquida y cuestionando hasta la médula la cultura del arte moderno de una manera mordaz y absolutamente consciente.

The Square se mete de lleno en un tema plagado de exquisitez: “El arte”, y más aún, “el arte contemporáneo”, donde el bluff supera cualquier norma, regla, tendencia, movimiento o expectativa… y sin embargo Ruben Östlund lo hace de una manera magistral, simple, llano y sarcástico.

Si bien es cierto que el tema del acontecer del proceso artístico es una fuente inagotable (tal como el arte mismo) para hacer reflexiones sobre él, y que puede resultar fascinante ingresar a las diversas miradas sobre el tema, The Square, que nutre sus raíces temáticas en ese mundo, toma tal cantidad de perspectivas alternas sin dejar de mirar al centro del arte, que la hacen en sí un complejo y fascinante trabajo de creación artística (sí de ese mismo arte contemporáneo que con tanta hilaridad analiza) entonces, ante nuestros ojos el cazador se convierte aparentemente en presa, pero sale proyectado en tantas direcciones que en este acto va a aligerar un discurso que podría sonar hasta retorcido.

Una jolgoriosa calamidad sigue los pasos de Christian y los problemas llegan a parecer una comedia fatal. El que una persona del aseo barra sin querer algunas piedras de grava de una instalación puede ser un problema demencial de consecuencias internacionales.

Pero al mismo tiempo, la vida del mismo Christian va en acelere hacia múltiples colisiones, tiene problemas de alcoba, un niño lo acusa de haber acabado con la confianza que le tenían sus padres y una lujosa cena termina en un catastrófico performance que rompe todas las reglas… que no se compara a lo que va a suceder con la inusitada campaña de marketing que una agencia diseña para la instalación de The Square.

Ruben Östlund seduce porque usa todas las herramientas que encuentra en este mundo del arte para construir su obra, es vibrantemente actual vibra al ritmo de este momento de este mundo, coloca todos los elementos conociéndolos desde dentro usando tomas que hablan de los diversos ritmos visuales usando la estructura narrativa para jugar se esconde y sale a la luz para dar pinceladas de cinismo y luego se desvanece tensando la neurosis de la vida diaria, la absurda e incuestionada manera en la que las cosas hoy por hoy funcionan para este momento, para el hoy absoluto.

Dentro de la trama y los infinitos reflejos en este alocado y vaporoso ambiente del arte entre brincos, gruñidos, performances, millenials, redes sociales, recaudaciones de fondos, escándalos, multimillonarios patrones de museo que están más interesados en atacar las viandas que en enterarse de lo que están comiendo y mucho menos aún en entender el tema de la exposición, la aceptación y aplauso de “lo que sea” simplemente porque se está dando dentro de los muros del museo, aunque sea algo que ni el propio artista entienda. Niños stalkers, la crónica indiferencia ante el mundo o ante el otro por dejarse absorber por la realidad alterna del celular… cada latido es un compuesto de este mundo y en este concierto desconcertante, cada latido cuenta.

Paralelo a la figura de Christian tenemos a toda la fauna del mundo del arte el artista que vive como Hefner, prácticamente en pijama y bata, la periodista ambiciosa y fan de Christian: Anne (Elisabeth Moss ) con la que Christian sostiene una de las escenas más icónicas de toda la cinta.

Ahí los artilugios del lenguaje construyen un entramado conceptual que sería la mezcla entre un cuadro de Escher, el jardín de las delicias y la Escuela de Atenas para acabar explotando en un simple letrero de neón al fondo que dice “No tienes nada”.

Así de sutil y deliciosamente perverso puede ser el mundo de Östlund. Esta sorprendente situación va a ver su culminación en una pelea por… un condón y nuestro asombro va y viene sin disminuirse .

Claro que también tenemos la perturbadora presencia de Oleg (Terry Notary) en el culmen de tirarle a la cara a todos los posers en una cena de gala alguna que otra cosa y provocando que el “lado salvaje” invada hasta la médula aún a los más emperifollados asistentes. Y el juego sigue el espacio sigue reflejándose una y otra vez hasta el infinito formando simetrías por siempre.

Al final como bien dicen, nombre es destino y The Square es un espacio, contenido en un cuadrado luminiscente en una plaza que acaba volviéndose dentro de sí, se duplica en espejo y juega alborozada con ella misma, delira embrujada en su propia imagen, pero no todo lo que el espejo refleja está al frente… y atrás de él existe el mundo al revés.
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Escrito por Fabian Quezada Leon
https://cinemagavia.es/the-square-pelicula-critica-ostlund/
Cinemagavia
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