Trolls 3: Se armó la banda

Asistir a salas a ver 'Trolls 3: todos juntos' debe de ser parecido a ir a un concierto de NSYNC con un escenario infantil, sobresaturado y lleno de purpurina que casi requiere de gafas de sol. Así, prácticamente lo único que ofrece la película es una encadenación de impactos deslumbrantes: una puesta en escena llena de colores, brillos y música a todo volumen con un ritmo muy ágil.

Por lo demás, es un film sin sorpresas, con una trama casi inexistente en la que destaca el amor fraternal y una reflexión acerca de la industria musical. En este contexto, el fenómeno boyband envuelve toda la cinta y se incluyen referencias a la cultura pop de los 80 y 90, destinadas principalmente al público adulto.

De todas maneras, no deja de ser un producto para niños con una animación impecable y un diseño de texturas que no merece más que elogios.

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Dreamworks ha encontrado en Trolls una muy rentable franquicia, que además, ha conseguido convertirse en un icono del cine infantil de animación actual en muy poco tiempo. Las dos primeras películas fueron ambas muy buenas como cintas de animación familiar: tenían personajes cucos, presentaban aventuras sencillas pero efectivas y se beneficiaban de unas bandas sonoras espectaculares que combinaban canciones legendarias de todas las décadas con temas originales como ese Can’t stop the feeling de Justin Timberlake. Incluso me atrevería a decir que la segunda fue mejor que su predecesora.
Esta tercera entrega mantiene esa diversión y fiesta de colores y música que eran Trolls 1 y 2, pero queda en evidencia el desgaste de la franquicia. Lo que funcionaba como un reloj ahora da síntomas de agotamiento; ya no hay la misma magia porque apenas hay innovación en las historias y los momentos difíciles para los personajes, pese a que siga explorando diferentes géneros musicales. En este caso, las boy band, algo que hará las delicias de los adultos que acompañen a los niños.
No nos engañemos; merecer merece la pena como lo que es, beneficiada además por su breve duración. Pero la fórmula empieza a agotarse. O cambia algo a los trolls no les quedan muchos más conciertos que ofrecer.

Dirigida por Tim Heitz y Walt Dohrn y protagonizada en sus voces por Justin Timberlake, Anna Kendrick, Amy Schumer y Zoey Deschanel.

Tercera entrega de la saga de Trolls iniciada en 2016 con Poppy y Branch en una nueva aventura, esta vez centrada en el pasado en una banda musical de hermanos por parte de Branch y conocer la hermana mayor de Poppy.

Nuevamente, estamos ante todo aquello que hace bien efectiva esta saga animada, en donde nos volvemos a encontrar con la maravillosa música a su disposición y una historia que vuelve a ser simple, con mensajes claros y que agrada tanto a pequeños como adultos. Su guion agrega a todo aquello un poco más de locura, lo que permite que tengamos una aventura un tanto más desenfrenada en tanto a colores como a la animación que vuelve a demostrar su buen trabajo artístico.

Su reparto de voces sigue siendo fundamental para que disfrutemos de cada momento y situación que nos proponen. Sus nuevos personajes también se mezclan perfectamente en un mundo donde todo es sumamente musical y melódico, cosa que es fundamental para esta saga de magia pura.

La gran calidad que tiene su animación vuelve a elevar el listón para darnos un mundo bastante colorido y lleno de texturas que van abarcando distintos mundos y canciones por igual. Después entramos a los detalles más llamativos de una historia en donde hace un claro homenaje a las agrupaciones musicales de los noventa conformadas por chicos. Bueno, concretamente aquella banda liderada por Justin Timberlake y todos los conflictos que traía consigo. Todo esto se mezcla con la psicodelia propuesta para darnos una aventura que termina siendo un espectáculo visual alucinante.

Nos seguimos divirtiendo, nos seguimos emocionando y seguimos pasando un grato momento frente a la pantalla con una saga que mantiene una línea sin grandes tropezones y desilusiones, ya que nos seguimos llenando de todo aquello que funciona multiplicado por tres.

Color y más color, ruido y más ruido. Una auténtica locura de montaje. No me extraña que los niños se suban por las paredes cuando vean esta bazofia. Diez horas dejados de la mano de Dios en un colegio, en un sálvese quien pueda, y el fin de semana los llevan a ver esto. Menudas películas. Acorde con los tiempos: cuanto más deprisa, cuanto más ruido, cuanto más nada, mejor. Los niños consumen porque sí este tipo de cine y hay que darles otras posibilidades. Creo que hasta puede resultar insano. Cuando salimos, alterados, nos tuvimos que relajar pensando en las historias de aquellas hermanas que tenían un vecino llamado Totoro, a las que tanto echamos de menos. Pronto nos recogió el Gatobús y nos llevó de vuelta a casa.