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El sabor del sake

Drama Shubei Hirayama es un viudo que vive con una hija de veinticuatro años. Sintiéndose viejo y acabado, se da cuenta de lo injusto que es que la joven viva única y exclusivamente para cuidarlo y decide casarla. Aunque ella se resiste a abandonarlo, al final acabará haciéndolo. Entonces Shubei buscará en el licor del sake el refugio de la soledad, el consuelo a la angustia. (FILMAFFINITY)
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Críticas 28
Críticas ordenadas por utilidad
7 de septiembre de 2008
77 de 87 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine de Yasujiro Ozu no es espectacular, ni sorprendente. Siempre sé que me va a transportar sin prisas por su universo familiar, tan común y corriente como mi ropa de diario, como las gafas para la miopía que uso todo el día y a las que estoy tan acostumbrada que ni siquiera recuerdo que las llevo puestas. Tan cómodo como mis pijamas, tan llano como el agua del grifo, y al mismo tiempo tan sutil y profundo como esas heridas del alma que no se pueden ver pero que se sienten. Tan delicado como una caricia, tan elegante como un quimono de seda, y un observador que mira y escucha en silencio, permitiendo que todo se deslice suavemente hacia esa parte de nosotros en la que anida la emotividad.
Cada vez que veo una película suya, sé perfectamente que no me va a desmarcar con giros inesperados.
Y de todos modos, no me importa. Vuelvo a caer una y otra vez en la magia de su cine.
Porque él remonta lo cotidiano hacia lo sublime. Tiene ese don de transmutar lo prosaico en hermoso.
Ozu es un analista que ejerce una comedida neutralidad. Hace pasar ante sus cámaras, sin la menor estridencia, el espíritu del Japón de posguerra. Cicatrices de una guerra devastadora. La veloz recuperación de un país hasta hace poco destrozado, pero que ya va mostrando un floreciente avance hacia una calidad de vida cada vez más en alza. Costumbres del pasado e influencias de Occidente que conviven en armonía. Tradición y apertura buscan su pacífico acomodo en la sociedad.
La realidad de las películas de Ozu es la de unas calles por donde soplan los vientos del porvenir, trayendo aires cargados de promesas. Edificios con la ropa tendida en los balcones, callejones repletos de carteles anunciando en japonés y en inglés las especialidades de los comercios, transeúntes circulando hacia sus puestos de trabajo, hacia las tiendas, hacia los bares y restaurantes, hacia un destino que casi siempre es el mismo. Luces de colores que destellan en la noche, componiendo una oda a la modernidad y a la belleza de la mediocridad. Una ciudad que despierta cada día con ilusión, oyendo una música alegre que se acompasa con el ritmo de nuestros latidos.
Y en esa ciudad, familias y amigos que nada tienen de particular. Hombres maduros que cada anochecer, al salir del trabajo, se reúnen alrededor de una mesa baja, sentados en sendos cojines y compartiendo una cena regada con sake, vino y cerveza. Hablando de lo que todos los hombres de familia probablemente hablan: de sus esposas presentes o fallecidas, de sus hijos e hijas, del problema de ser viudos y tener a alguna hija soltera que no se casa por quedarse abnegadamente cuidando a su padre, de los posibles pretendientes para ella, de los hijos e hijas ya casados, los empleos de éstos y sus perspectivas de pronta paternidad o maternidad… Conversaciones distendidas en las que el sake es uno de los protagonistas, porque el alcohol es una de las maneras socialmente reconocidas de hacer más llevaderas las penas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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14 de enero de 2014
59 de 61 usuarios han encontrado esta crítica útil
“En las cosas que carecen de importancia, seguir la moda; en lo importante, actuar con ética; y en arte, ser fiel a uno mismo.”

Estas declaraciones de Yasujiro Ozu invitan a situar el arte casi fuera de este mundo: ni importante ni carente de importancia. El arte, más allá del concepto de finalidad o utilidad, es otra cosa. El arte, para mí, es un milagro.

Asombra la idea que tuvo el ser que, por primera vez, decidió fabricar un utensilio (un cuenco, por ejemplo, para contener el agua). Asombra aún más quien por primera vez adornó el cuento –una línea pintada, una figura– pensando que, de ese modo, lo hacía más bonito.

El hecho útil es signo de la Inteligencia –aunque no siempre para bien; la utilidad de unos a menudo choca con la de los otros–. El hecho estético es cifra de algo mucho más profundo: hunde su raíz en la Belleza. Belleza en un sentido amplio, que supera con creces la luz de la Razón.

===

“Siempre digo que soy un fabricante de tofu, que sólo hace tofu. Una misma persona no puede realizar películas muy diferentes entre sí. De hecho, no se come bien en un restaurante en el que hay de todo. Aunque parezcan idénticas a los ojos de los demás, mis películas expresan todas ellas cosas diferentes y encuentro en ellas intereses siempre renovados. Exactamente como un pintor que dibujara cada vez la misma rosa.”

Pequeñas variaciones que contienen, en sí, la propia vida.

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‘El sabor del sake’ es la última película de Ozu. La cinta está impregnada de nostalgia. Una nostalgia seca, regada con alcohol. Un descreimiento sereno se adivina en cada fotograma. Un descreimiento casi resignado, con pinceladas de ironía.

“Volverse hacia la existencia con la mirada de quienes están al borde de la muerte, es como hablar a la gente desde su propio testamento.”

En estas palabras de Kiju Yoshida encuentro el tono de la cinta. Palabras que nos sitúan a un paso del ‘bushido’ o camino del guerrero. Vivir, filmar, como del lado de la muerte. Sin temor a perder lo que, de antemano, está perdido.

Sostiene Yoshida que, en la etapa de madurez de Ozu, “es evidente que no somos nosotros los que miramos sus películas sino que son sus películas las que nos miran a nosotros.”

¿O es que el vacío nos devuelve la mirada?

A diferencia de otras de sus cintas en color (‘La hierba errante’, ‘Buenos días’) ‘El sabor del sake’ me produce siempre una impresión de gran tristeza. Por encima incluso de lo razonable. Pienso en el pequeño drama del viejo profesor; en el esbozo de un amor que, antes incluso de empezar, ya es cosa concluida; en las menciones, tragicómicas, de la guerra; en el horizonte de la soledad de un padre sin esposa e hija…

Y no, no es suficiente. Quizás la verdadera clave esté en la biografía del propio director.

Su madre, con quien había pasado toda la vida (Ozu nunca se casó) y a quien estaba tan unido, murió en 1962, durante el rodaje de ‘El sabor del sake’. Muy afectado, compuso en sus diarios un poema:

Bajo el cielo, la primavera en flor.
Los cerezos maravillan.
Al volver, me noto distraído, y pienso en ‘El sabor del sake’.
Las flores de los cerezos están arrugadas como trapos.
El sake es amargo como un insecto.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Servadac
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23 de marzo de 2009
49 de 55 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siempre me cuesta mucho hablar sobre el cine de Ozu. Me parece que no encuentro explicación a que un cine tan sencillo te desarme de esa manera. Ozu es mi sastre. El único al que consiento que en lugar de vestirme me desnude entero. Y podría hablar sobre los centímetros de altura a los que ponía su cámara, sobre su cine estático, sobre sus planos fijos a pasillos o edificios, o sobre las mejores elipsis del cine…
Pero al fin y al cabo, lo que queda cuando un servidor termina de ver “El sabor del sake” no es más que otra película más de Yasujiro Ozu: un remake de su “Primavera tardía”. La última película. O la primera. O una de en medio...

No señores, Ozu no hacía películas, emulaba vidas.
Chagolate con churros
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27 de septiembre de 2014
22 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ozu nunca se casó, nunca tuvo hijos. Vivió prácticamente toda la vida en compañía de su madre. Era aficionado a la bebida. Se le atribuye un carácter más bien tímido.

Pienso que, quizás, algunos espíritus elevados llegan a comprender con hondura ciertas dimensiones de la vida obviando el paso de haberlas experimentado directamente. Quizás Ozu fuese una de esas almas sensibles. Nunca se casó, nunca tuvo hijos. Su obra captó y desnudó la esencia de las vidas que él no vivió.

...

Todos los personajes son enfocados, en algún momento, al nivel de sus ojos. En las composiciones grupales, nadie domina el plano. La existencia es un escenario donde nadie se impone a nadie; la vida es una obra de protagonismo coral.

Siempre se ha atribuido a la forma de ser japonesa una quieta contención emocional. Quizá la fijeza y sosiego de las imágenes del Cine de Ozu sea reflejo de dicha moderación.

Ozu pronunció dos frases que me sorprenden. "¿Para qué buscar el ruido, si el silencio lo domina todo?"; animándonos a buscar las claves de la emoción en la pureza no mancillada por la evidencia. Y, la más rotunda: "mis películas no son gran cosa"; la inaudita sencillez y humildad del Cine de Ozu deja sin habla, estando la sociedad actual general, y la sociedad cinematográfica en particular, tan trufada de concesiones al ego y reafirmaciones narcisistas.

...

Quizá el Cine de Ozu sea una puesta en imágenes de aquello que escribía el poeta Li Po hace cientos y cientos de años...

"Los pájaros han tornado a sus nidos en bandadas.
Perezosa, la última nube se aleja.
La montaña es mi última compañera.
Ni al uno ni al otro vernos nos cansa".

"Rodeado de flores, ante un jarro de vino,
libo sólo, sin compañera.
Alzo la copa, y convido a la luna.
Ella, mi sombra y yo, venimos a ser tres amigos.
Aunque la luna no puede beber,
y mi sombra en vano sigue a mi persona,
las tomo por transitorias compañeras.
¡Divirtámonos, amigas, antes de que pase la primavera!"

...

Cuentan que la hija de Albert Camus, alarmada al ver a su padre un día sentado en la cama con gesto abatido y taciturno, se acercó a él para preguntarle qué le ocurría. "Que estoy solo", fue su respuesta.

Hemos visto calles, comercios, transeúntes y nubes... todo bañado de luz apacible, a la vez tenue; todo hermoso, con fecha de caducidad; todo moviéndose, en la inercia que detendrá el instante último. En cualquier caso, sentado frente al sake, bebe y espera; y todos, en realidad, en otros lugares, están haciendo lo mismo, hermanados en el mismo acto de espera, en soledad.

Sólo le vemos derramar una lágrima al final, observando los espacios vacíos, ingobernables, casi infinitos, de la vivienda donde le queda vegetar, adormilado ya por los efectos del alcohol. En efecto, está solo... ¿no es ello parte indispensable de la vida?

...

En la lápida de la tumba de Yasujiro Ozu, no puede leerse su nombre, ni sus fechas de nacimiento y defunción; sólo la inscripción de un kanji. "Mu", cuya traducción es "nada".

Gracias.
Nuño
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15 de mayo de 2009
22 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
A la vez que Mizoguchi y Kurosawa, sus coetáneos más representativos del cine japonés, en épocas de posguerra se decantaban por escudriñar entre la historia, fábulas y cuentos de un imperio entonces ya inexistente, el Imperio del Sol Naciente, con la finalidad de engarzar a su Japón del valor y orgullo atropellados (nunca hasta la raíz) con el desenlace de la Segunda Guerra Mundial, Ozu toma un camino distinto.

La labor de Ozu nunca apuntó a los dramas de época (excepto la primera entrega de su filmografía, en 1927) para reflejar una situación actual. Ozu siempre se valió de lo que verdaderamente se tenía a mano para darle frente a la realidad.

En el ejercicio de la última pieza de su legado, Ozu aborda la decadencia de su país partiendo de un concepto aparentemente insignificante, el sake, que es entendido desde dentro (Japón) como cualquier bebida alcohólica y desde fuera como una bebida alcohólica tradicional a base de arroz. ¿Y en qué momento trasciende este concepto? En el momento de ser ingerido, en el momento en que en nuestro paladar se logra destilar su verdadero sabor, que bien puede alojarse en nuestro organismo como bien puede anegar nuestro espíritu.

Aquel sabor que sientan nuestros personajes en sus espíritus estará determinado por la forma. Si el sake llega caliente a sus manos y en forma de sakazuki, habrán estado bebiendo añoranza y una delicada melancolía. Si el sake llega espumeante a sus manos y en forma de vaso de vidrio, habrán estado bebiendo resignación y una ligera armonía.

La belleza conceptual aquí esbozada, de aparente simplicidad pero que entraña cuantiosa profundidad, irá siendo trazada con maestría por Ozu a lo largo de la película, en todo plano, en toda escenografía, en todo diálogo. Para darle forma a sus trazos es que se cuenta con la particular incidencia del uso del contraste entre la luz y la penumbra, entre las ruinas y la industria, entre las geishas y las emancipadas, entre los kimonos y los ternos, entre el kanji y el inglés. Entre el sake y la cerveza.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Javier
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