El espía

Sorprende que en aquellos años, una estrella como entonces era Ray Milland participase en un proyecto como este. Una meritoria (y modesta, por su presupuesto) película, rodada en plena Guerra Fría (la cosa va de espías en USA), cuya particularidad esencial es que no hay en todo el metraje de la película, ni una sola palabra de diálogo. Y sin embargo, la película funciona, gracias al buen manejo de la cámara y a un montaje más que decente. También ayuda la intensa interpretación del veterano Ray Milland y unos pocos, pero bien escogidos actores, que consiguen crear los "tipos" adecuados. Incluso con el hándicap de la ausencia de diálogo, el film mantiene una cierta profundidad que ya quisieran para sí muchos bodrios plagados de estrellas y con más de un guionista en nómina especialistas en eso, en diálogos. No es una obra maestra, no nos engañemos, pero es una película que merece ser vista por los amantes del género. Para el cinéfilo tiene el interés de ver como se van conformando unos personajes y unas situaciones en una película en la que se ha pretendido que sólo hablen las imágenes. Cine mudo sin serlo. Me parecen notables las escenas de exteriores rodades en Wasington primero y en Nueva York después.

Curiosísimo artefacto. La apuesta es la siguiente: facturar una película de espías sin una sola línea de diálogo. A priori puede parecer arriesgado y a posteriori lo es. La película cae, sobre todo en su primera parte, en una evidente repetición de esquemas, aunque también hay que reconocer que la argucia dota a la trama de cierta tensión y acentúa el grado de implicación con un atribulado Ray Milland y su padecimiento que suponen, sin duda, lo mejor de la función. Teléfonos que suenan y suenan, ellos son la verdadera voz de la película, y el pobre Milland paseando sudoroso como un león enjaulado por una habitación que empequeñece cada vez más. Pero la manera de forzar el guión y manipularlo de modo que no sea necesario la inclusión de diálogo alguno acaba por pasar factura y llevarlo por caminos cien veces recorridos, y todos los tópicos acaban por tener lugar. A destacar una secuencia inevitablemente cómica en la que un paranoico Milland se vuelve loco buscando micros en su cubil (!!!).
Curiosa, y poco más.

Tengo buen recuerdo de esta pelicula que ví en Mayo pasado, sobre todo por el talento interpretativo de Ray Milland y la forma en que se las arregla el director y los intérpretes para hacerse entender sin pronunciar una sola frase a lo largo de toda la película. Realmente es muda sin serlo.
Recomendable sobre todo por eso y por la presencia siempre inquietante de Milland.

Harta de tanto parlamento con ínfulas de posteridad y de tanta palabrería hueca sólo apta para mentes estúpidas, agradecí indeciblemente esta insólita muestra de celuloide donde, tras los diez primeros minutos, quedan claras las intenciones del director de regalarnos una clásica historia de espías muda, y en la que ninguna palabra salida de los labios de cualquiera de sus intérpretes serviría para aumentar nuestro disfrute. Un claro ejemplo de que, en incontables ocasiones, las palabras sobran.

Ideal para verla en versión original y apreciar todos los detalles interpretativos no sólo del serio Ray Milland, ese tipo con pinta de médico de familia al que le veo siempre con el espejo frontal, si no de todos y cada uno del elenco que aquí aparece.

El espía es del mismo año que la fabulosa Operación Cicerón y nos muestra la sangre fría de esta gente a la hora de fotografiar documentos secretos, que siendo una operación tan sencilla, pone los pelos de punta al espectador presintiendo que alguien va entrar en ese momento y lo va a pillar. Para los seguidores de este género casi rancio, propio de un tipo de gente introvertida, The Thief ofrece secuencias interesantísimas y emocionantes con detalles tales como son miradas aviesas, de complicidad, de toma esto y que no nos vean, y de mucho más. Otra prueba es la espectacular aparición de Rita Gam como figura controvertida, figura dostoievkiana total (así es la película), para atacar con gran poder de sugestión, la moral ya tambaleante de nuestro querido protagonista.