Feud: Capote vs. The SwansMiniserie

"Feud: Capote vs. The Swans" es café para muy cafeteros, teniendo en cuenta la presentación del asunto, prácticamente sin contexto. Si en el primer episodio ya se consuma la traición, ya vemos a Capote perjudicado y a los cisnes cabreados como monas, ¿Qué nos queda? ¿Siete episodios más redundando en lo mismo? ¿Y cómo nos va a afectar una traición sobre una amistad de la que no hemos sido testigos? ¿Cómo vamos a tomar conciencia de la magnitud de dicha deslealtad si no nos dicen exactamente qué es lo que Capote escribió sobre ellas? ¿Cómo narices pretenden que un neófito se entere de algo?

No sé. Jon Robin Baitz y Gus Van Sant no me ofrecían ninguna confianza y me han dado la razón, pues lo que más falla es un guion que divaga en exceso y una dirección que no se permite jugar, y eso que a mí no tienen que convencerme porque yo soy cafetero como el que más, pues conozco el tema y sé quién es quién, pero tienes ocho horas, muchos personajes y una factura técnica acojonante... Calma. Tómate tu tiempo y dale cariño al tema, leche.

Dicho lo cual, y a riesgo de parecer insoportablemente contradictorio, "Feud: Capote vs. The Swans" me parece un sueño, desde el propio argumento repleto de elementos fundamentales en cualquier tragedia hasta el retrato de Truman Capote como escritor brillante y humano mezquino, pasando por, obviamente, la élite neoyorquina, personificada en esas mujeres bien casadas que no trabajaron un sólo día de sus vidas, unas vidas, intuyo, de mucha frustración disimulada con joyas, fiestas, cotilleos y humo. Mucho humo.

Y ahí llegamos al culmen de la serie: el arsenal de nombres propios que Ryan Murphy, una vez más, ha logrado reunir. Sólo por ver a estas actrices que todos conocemos y que hace demasiado que no vemos interaccionando entre ellas, ataviadas con ropajes asombrosos y soltando veneno por la boca ya vale la pena. De verdad que sí. Naomi Watts brilla en el papel más agradecido, aunque yo me quedo con Diane Lane, Calista Flockhart y Demi Moore brotando como leonas heridas y demostrando que siguen siendo las que fueron. O, incluso, mejores.

Diane logra la actuación más genuina procediendo como un soldado dispuesto a matar por su círculo y no es exagerado decir que está en el cénit de su talento. Calista, que trabaja una vez por década, con suerte, entra en escena como el cisne más ácido y eleva a su personaje, tratado de muy secundario, a la categoría de protagonista, tal es un carisma. Y Demi sorprende con unas capacidades dramáticas desconocidas hasta la fecha. La madurez le ha sentado de lujo. Ellas son lo más interesante de esto, junto a un Tom Hollander que sortea la caricatura mimetizándose con Capote de un modo asombroso. Algunos dirán que está pasado de vueltas y será porque no conocen a suficientes homosexuales. En el otro lado de la balanza, Chlöe Sevigny y Molly Ringwald resultan elecciones desacertadas.

Todo ello envuelto en una ambientación majestuosa, una banda sonora deliciosa a cargo de Thomas Newman y con Jessica Lange apareciendo por ahí como el cisne negro... Siendo su visualización un camino de altos y bajos constantes, sus altos (el episodio en blanco y negro, la amargura cínica de Slim y Lee, la tragedia de Ann, Capote ligando con el fontanero) son tan jugosos, divinos, delirantes y terriblemente tristes que celebro "Feud: Capote vs. The Swans" con toda mi alma.

Socialité. La crème de la crème. La élite. La hay en New York y en todas partes. En España suelen tener apellidos rimbombantes, muchos con guión. Y nombres que evocan el siglo de Oro, aunque sus hipocorísticos son tremendamente ridículos. Por el Imperio hacia Dior. Todos tienen en común esa lejanía de la realidad cotidiana de la mayoría de la población. ¿Madrugar?. Elysium. Maseratis y jaguars. Yates. En sus círculos suelen adoptar a homosexuales amanerados para que les sirvan de bufones y les entretengan. Allí y aquí. Todos hemos visto tertulianos con pluma hablar de memeces de la socialité en radio y televisión. De derechas y de la izquierda elitista.

Truman Capote fue un escritor asombroso con una debilidad, le gustaba ser agasajado por la élite. Ejercer de bufón. Conocer cosas íntimas. Entrar en esas casas a las que nadie con sueldo tiene acceso, salvo la servidumbre, los y las amantes y el técnico del aire acondicionado. Una especie que sólo se mezclaban entre sí. Endogamia clasista. Las cisnes eran un grupo de tipejas arribistas, que habían pegado un buen braguetazo y que vivían de la herencia suya o del dinero de sus maridos. Pésimas madres. Capote, en una época de falta de inspiración, decidió relatar sus intimidades y esa exposición que las ridiculizaba no se la perdonaron jamás. Curiosamente, a ellas quién no les perdonó fue el tiempo, quedando obsoletas, unos fósiles vivientes con peinados imposibles y progresivamente olvidadas.

No obstante esta miniserie no va solo de Capote y las cisnes, sino de su relación con las mujeres, sea su madre o su ahijada. Y de su autodestrucción. De sus vicios -siempre los mismos- abusados de manera compulsiva hasta su muerte. Un pobre hombre.

Pero la serie parece deslavazada. Son como momentos. Algunos inventados. Y lo que relatan sobre las cisnes y su vida realmente no interesa, ya que nada dejaron tras de sí salvo la superficialidad más hiriente. Parásitos de la historia. Y se hace demasiado larga. Sobran varios episodios.

Un buen reparto ayuda a verlo, por mucho que nos duela ver a Molly Ringwald con ese aspecto. Hollander compone un Capote histrión, exagerado, pero parece que como era realmente el personaje, con esa manera afectada de expresarse, esos amaneramientos y esos gestos tan teatrales ¿Sería así en la intimidad?

Pero no se confundan. Ese mundo sigue y seguirá existiendo. Aunque evolucione, siempre pecará de la misma manera. Y es que la humanidad no ha cambiado desde que bajó del árbol y se fue a la cueva.

Son mi debilidad todos esos cotilleos que generan las mariquitas malas, convenciendo a personas honestas y buenas que confían en "ellas" para compartir sus secretos más íntimos, siendo traicionadas de manera certera, casi inmediata.

Truman Capote, según refleja la magnífica serie, era despiadado con quien quería serlo; no respetaba ni siquiera a sus amistades, de las que esparcía cuanto sucedido descubriese, desvelando su privacidad, a través de comentarios infames.

Bocado goloso para toda aquella sociedad hipócrita sumida en una vileza abyecta... Hay que ser muy inteligente para hacer poder de la maldad.

Es mordaz, divertida; contiene esa frescura entre irónica y tierna que destilaba Truman Capote. No he acertado a descubrir si realmente refleja la vida del escritor.

Existe una gran parte de desencanto cuando las SWAN se sienten traicionadas. No creo que Truman, hubiera pretendido hacer daño... De alguna manera me recordó al escorpión cuando clava su aguijón, no lo hace por maldad... es algo que está en su naturaleza.

Algunos capítulos son innecesarios, pero ya sabemos como se gestionan las series, hay que alargarla para llenar minutos, y eso es lo que en la mayoría de los casos realizan las productoras.

Un siete global que ha sido mi valoración, tal vez le venga grande, pero de las dos notas posibles, es el 7 donde mejor encaja.

Existe en ella mucha mezquindad, inteligencia; reflejada en personajes vacíos, que llenan su vida con dinero, a través del cual, lo pueden comprar prácticamente todo, menos una plenitud que les permita cierto grado de satisfacción personal.

La serie refleja el esplendor y ocaso de Truman Capote, mal gestionado por él mismo. Su soberbia infinita lo llevo desde la cumbre de la alta sociedad, donde se desenvolvía con absoluta pericia, hasta caer en un insoportable ostracismo.