Le faltan un par de vueltas. Se nota apresurada, poco pulida y de aspecto terriblemente falso. Su primera mirad es espantosa. Diálogos y diálogos vacuos en los que no entiendes nada.

Luego, la cosa mejora porque la idea fundamental es sugestiva: el arte realizado a partir del sufrimiento que castiga a quiénes se lucran con él. Sobran personajes, la mayoría son puro relleno sobreactuado. Collette y Malkovich, cargantes. Ashton, lamentable.

Los interesantes son Russo y Gyllenhaal. Sus tramas sí funcionan, y si Gilroy se hubiese centrado sólo en ellos y hubiese pegado un tiro mejorar dado, "Velvet Buzzsaw" podría ser una película realmente impresionante, porque tenía posibilidades.

Lo que tenemos en una gran idea con dos buenos protagonistas pero cuyo resultado, aún funcional, es fundamentalmente irregular.

"Calibre" se desinfla según avanza de forma dramática, siendo especialmente víctima de una factura técnica y un apartado de arte formidables en un argumento que termina en el ridículo. Al inicio, todo muy solemne y muy adulto, luego pasa lo que pasa y el director decide que va a retorcer las tuercas hasta límites insospechados. El final no hay por dónde cogerlo*(1).

La premisa es interesante y la factura técnica se mantiene a un gran nivel a lo largo de la visualización. Quizás, a demasiado nivel. El envoltorio es tan exquisito que el abismo con respecto a un contenido que se va descalabrando se hace más acusado. Es como un patito de goma envuelto en papel de regalo de Luis Vuitton, no sé si me explico. El patito acaba siendo más ridículo, si cabe. Del reparto destaca Jack Lowden en un personaje muy bien construido al que él le da muchos matices. Sientes cada una de sus emociones. El resto están un poco pasados.

Con otro desenlace, "Calibre" podría haber sido una película realmente interesante, pues la idea tenía posibilidades y el entorno sumaba, pero no puedes ir de intimista y acabar siendo efectista como el que más.

Netflix no es HBO. Producción simple, montaje tosco y narrativa directamente para bobos (te ponen la fecha y hasta la relación con el día de autos). La creatividad se la dejan a otros. La pausa y la serenidad, también. Esto es fuegos artificiales todo el rato, que si no la peña se aburre. Que esto no es HBO, leche.

Lo que la hace interesante es el aspecto humano. El crimen de unos padres. Claro, eso es irrebatible. Y tan difícil de entender que, ahí estás, pegado a la pantalla para intentar descifrar la pregunta del millón: ¿Por qué? Netflix se mantiene prudente y no tira para un lado ni para otro. Ni ellos saben qué sucedió. Eso lo que hace de "El caso Asunta" algo digno de ver, la potencia sísmica de un caso que fue real, así como las actuaciones de Tristán Ulloa y Candela Peña.

Sus llantos desconsolados te atraviesan el alma, sus erráticas actitudes te desconciertan, a veces dan miedo, a veces, asco. Según el momento. Tristán y Candela lo tenían dificilísimo para no caer en la parodia o la sobreactuación y han salido victoriosos porque son dos actores prodigiosos. Si la serie estuviese situada en Oklahoma en vez de Galicia se llevarían todos los Emmy de actuación. Y quitando a una María León atroz, el resto de secundarios contribuyen a la causa, especialmente Carlos Blanco, la siempre magnífica Alicia Borrachero y el ubicuo Javier Gutiérrez, que siempre me tira para atrás por eso mismo, pero aquí me rindo ante su talento.

El guion también tiene algunos momentos de lucidez, como las conversaciones entre ellos en las celdas. Por lo demás, “El caso Asunta” es sencilla como el mecanismo de un chupete. Cuentan lo que sucedió y ya, sin una pizca de lustre o mimo. Eso sí, es tremendamente entretenida, pues esa es la gran baza de Netflix. El entreteniendo. Pero es el hecho de que sea un caso real y el esfuerzo de los actores lo que la convierten en interesante, nada más.

Como un perro monstruoso escondido en las sombras de un establo, que se sabe que está ahí, se le teme y se le endiosa, pero no se le ve con claridad. Eso es "El poder del perro" y todo lo que hay detrás de ella. Detrás de un relato aparentemente lánguido y descafeinado, que no lo es para nada, pero puede parecerlo. Detrás de esos personajes con tanta enjundia y de esa historia tan bien tejida, como si de una cuerda de las que arma el protagonista se tratase.

Su único error es una introducción tremendamente espesa, tanto que dudo que no haya espectador que no se le atragante en algún momento. Sólo los pacientes hallarán la gloria que Jane Campion nos reserva. Por lo demás, "El poder del perro" es magnífica. Nos presenta a un protagonista amargado por su propia naturaleza al que la aparición de una cuñada termina de rematarle.

Su hermano, su único y verdadero compañero de vida, le relega a segunda posición. Él se venga siendo venenosamente cruel contra ella, una chica débil que no soporta el desprecio constante. Será el hijo de ella el que termine con la guerra fría entre ellos. Cada espectador esbozará su propia idea de lo que sucedió, pues la película nos da mucho, pero no todo. Como hacen las buenas películas.

En el terreno de lo concreto, las escenas entre el protagonista y el chico poseen una lírica abrumadora, así como la atmósfera malsana que Jane Campion imprime a todo el lugar. Esas vastas praderas, esas colinas en el horizonte... Que se vuelven asfixiantes. La sensacional banda sonora y la abrumadora fotografía sólo aumentan el nivel, así como un buen reparto liderado por un Benedict Cumberbatch cumbre. Clásica y al mismo tiempo fresca como pocas, "El poder del perro" es una de las películas más osadas y colosales de los últimos años.

¿Cómo puede haber alguien que se aburra de observarte? ¿De no sonreír cada vez que sonríes? ¿De no intentar descifrar qué dicen tus esquivas miradas? ¿Cómo puede alguien no emocionarse con tus ojos vidriosos aún sin saber el por qué de ellos? ¿Cómo puede, el ceporro de tu marido, abandonarte de ese modo? ¿Y, el otro, el encantador de serpientes, cómo puede revolotear de ese modo sólo para llevarte a la cama? ¿Por qué nadie te tiene en cuenta siendo, tú, quién eres?

A ti, Diane Lane, de uno que no se cansaría nunca de mirarte, de escucharte y de venerarte.

Y, a vosotros, amantes del cine...*(1)