Intentos inútiles de humanidad distraen al viejo Ivo de su tarea constructora de cajas, las mandarinas apremian, mientras las escaramuzas bélicas se suceden tímidamente a su alrededor. Georgianos, rusos, estonios, chechenos, una ensalada de nacionalidades que intentan apropiarse de las tierras según cada uno con razones fundadas. Al viejo estonio le vale lo de las mandarinas: esa es su patria; el resto es solo la banalidad de la muerte y el honor. Ivo quiere tener algo de dignidad y se la traspasa a un par de soldados de bandos contrarios, haciéndole brindar por la muerte, que es lo único que vale en un contexto como ese.

Una sucesión de fotos construyen la película. Recuerdos de todos los tiempos resuenan en la cabeza de un sujeto que es sometido a experimentos en un mundo postapocalíptico. Pero no son las proezas tecnocientíficas las que confieren mayor atención si no que son los pómulos de la mujer que insiste en visitar nuestro protagonista soñador. El amor fuera de tiempo o ,mejor dicho, superador del mismo es, otra vez, el hilo conductor de esto que llamaremos experimento fílmico.

Si, la tragedia amorosa es el principio y el fin de la odisea vital que insistimos en repetir una y otra vez. Que ingenuamente entrañables que somos, convenzámonos de eso.

Analógico, blanco y negro: eso primero. Lo segundo: Antártica, fauna y témpanos flotando sobre el mar.

...Y nosotros no podemos dejar de análogar la naturaleza con nuestra existencia humana (estoy casi seguro que somos “fuera de la naturaleza”). Un grupo inmenso de pingüinos están como esperando la venida de algún tipo de mesías que les distraiga por 2000 años. Un río separa a cientos de aves de un grupo más pequeño de estas en una batalla muy desigual. Los témpanos flotan apacible sobre un espejo de agua esperando la batalla final.

Chelos y voces les dan estructura dramática a esta representación cotidianidad de lo humano como devenir banal.