Luego de un accidente en el que su auto cae al río, Mary empieza a dar cuenta de que su antiguo mundo ya no es el que era: silencios incomprensibles, presencias inquietantes y, ante todo, una sensación de extrañamiento magnificamente retratada por Harvey hacen de Carnaval de almas una peli de terror de argumento manido, sí, pero con un poder sugestivo digno de admiración.

Porque luego de 50 años, el guión ya no resulta una sorpresa. El espectador intuye con claridad la situación de la prota apenas pasados los quince minutos. Pero como el terror no necesariamente se nutre de finales a base de golpe de efecto, en Carnaval...las fuerzas motoras se centran pura y exclusivamente en ese período de transición que sufre la protagonista.

Sin poder hacer nada al respecto, asistimos tan impotentes como ella a su propio abandono, a su adiós definitivo y nunca asumido. Si la forma de expresar esto sólo fueran esas presencias fantasmagóricas, pues la peli decaería bastante. Sin embargo, son sus propias sensaciones y, por sobre todas las cosas, sus trances lúgubres, mortuorios a la hora de tocar el órgano en las iglesias lo que opera de forma muy efectiva sobre el espectador.

Al apartarse poco a poco de la vida, ella se aparta de la ley de los hombres y las instituciones, en este caso la iglesia, y se lo hacen saber, desplazándola sin remedio de su antiguo oficio. Hay en la peli dos esferas bien marcadas: la de Dios y el perdón y... la otra, representada ya desde el principio, dado que ella muere violando una ley: mediante una picada de autos.Aquí es donde se filtra una cierta ideología sobre hacer el bien o bien esperar por el mal absoluto, mal que ella siempre pregonó, en sus propias palabras: "no vengo a la iglesia a practicar la castidad, sólo a hacer mi trabajo".

Pesimista y terrible desde su concepto final, Carnaval...es una de esas pelis ríspidas, ásperas en su forma de expresión. Y el terror ha salido, en este caso, muy bien parado.