"Bob Esponja (Un héroe fuera del agua)" no es una película perfecta, pero tiene algo que me parece fundamental y que al mismo tiempo suele ser muy escaso en la actualidad, personalidad. La película de Paul Tibbitt rehuye, durante la mayor parte de su metraje, de la moderna animación de la que vienen abusando la mayoría de estudios, para recalar en la animación tradicional que ha sido seña de identidad de la serie en que se basa. Vamos, algo parecido a lo que ya le funciono a “Los Simpsons, la película” (David Silverman, 2007). Y, en la parte final del film, es cuando cambia radicalmente a una mezcla de acción real y animación que funciona a la perfección como toque de novedad. Ambas formas de animación se mezclan a las mil maravillas, para dar como resultado una cinta cuanto menos diferente.
En líneas generales, y dejando al margen el tema de la personalidad, "Bob Esponja (Un héroe fuera del agua)" ofrece una de cal y otra de arena. La cinta es un continuo derroche de vitalidad y energía, del que es imposible no resultar contagiado. Da igual si conoces la serie original o si por el contrario, como me ocurre a mí, nunca has visto un episodio; contagiarse de su fuerza es sencillísimo. En cambio, esa vitalidad radica en una trama totalmente vacía e infantil, vale que ni mucho menos llega a las cotas de vergüenza ajena de “Los Pitufos" (Raja Gosnell, 2011), pero es que la trama es muy endeble. Al final te queda la sensación de que todo lo que acontece sucede porque si, cosas del tipo: que necesitamos una maquina del tiempo, pues hacemos una. Da la sensación de que los guionistas metían en la película lo primero que se les ocurría, sin pensar si tenía sentido.
En fin, supongo que tanto lo malo como lo bueno equilibra la balanza, y hace que al final "Bob Esponja (Un héroe fuera del agua)" sea una película entretenida e infecciosa de su vitalidad, pero de breve permanencia en la memoria. Vamos, que si despues de verla no te apetece una burger cangre-burger, es que eres de piedra. Y además, esta la presencia del siempre solvente Antonio Banderas, al que hay que reconocerle el merito de actuar ante un montón de pantallas verdes, y aun así resultar convincente. ¡Grande el malagueño!