Mítica y legendaria, no sólo por la muerte en pleno rodaje de Brandon Lee, sino por la película en sí, visualmente atractiva y oscura de la mano de un gran Proyas. EL papel de Lee le da un carisma y presencia a Eric Draven que no se ha conseguido ni intuir en ninguna de las paupérimas secuelas que sucedieron. Un reparto acertado con unos personajes bien desarrollados. Una visión decadente, violenta, gótica y triste que plasma en la cinta el director que remató una película de culto con legiones de fanáticos.