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Voto de Cinéfilo de mierda:
8
Drama. Comedia Albert es el sádico dueño de un restaurante. Su fuerte carácter y las tiránicas formas que aplica en el trabajo hacen que todos los empleados estén sometidos a un continuo régimen de esclavitud, incluida su esposa, Giorgina, a quien ridiculiza. (FILMAFFINITY)
5 de mayo de 2018
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Vengo con una joyita algo desconocida que seguro que le encantará a las personas amantes del séptimo arte que vayan buscando algo diferente: “El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante”. Esta obra de 1989 está dirigida por Peter Greenaway, y nos habla del curioso Albert, un personajazo donde los haya que es dueño del restaurante en el que se sucede la acción. La historia pone el foco en él y en las personas que le rodean, con un elegante tono cómico a la par que sádico que se puede incluir dentro de sus peculiaridades. Quiero avisar que hay una ligera dosis de spoilers, por lo que os animo a fiaros de mi opinión y a ver la peli lo antes posible.
La obra construye, sin compasión alguna por los espectadores, un odio visceral hacia este personaje, maravillosamente interpretado por Michael Gambon –sí, el segundo Dumbledore-. Este odio se compone de su carácter tiránico, de sus castigos desmedidos y desagradables, de su profunda hipocresía y de muchos otros elementos que conseguirán que le deseemos el peor de los males. No se me puede olvidar el maltrato físico y psicológico al que se ve expuesta su mujer, el personaje de Helen Mirren, y que irá ganando protagonismo conforme avanza la narración. Es cierto que su evolución puede parecer un pelín forzada, pero en su defensa es importante marcar que no es una muestra de superación individual la que quiere tratar la obra: esta obra no nos habla de Helen Mirrer, nos habla de la sociedad, del colectivo, aguantando los ataques de un ególatra y rebelándose contra él.
Su narrativa es uno de los puntos fuertes de la propuesta, pero la obra no utiliza demasiados elementos del lenguaje audiovisual. La cámara se limita a dar armoniosos paseos por el espacio escénico, dirigiendo la mirada del espectador de forma natural y parsimoniosa. Es el resto de elementos los que nos dictan la intención del autor, y nos deja con ello un ejercicio fascinante: los espacios están divididos por colores y estéticas, como si de un teatro se tratara -la película no lo oculta, abriendo y cerrando con dos grandes telones-. Cuando he dicho fascinante no exageraba un ápice, es una locura ver como todo cambia de uno a otro con intersecciones que denotan un trabajo de color que no se ha vuelto a repetir hasta ahora. Explicarlo en palabras es complejo y no seré yo quién lo haga; solo diré que es algo que todo el mundo debería disfrutar en su vida.
De todo esto se pueden sacar cientos de conclusiones, y no me cabe duda de que se ha hecho. Greenaway abre su propuesta a la interpretación y a lo abstracto, y aunque algunas teorías pueden resultar simplistas siempre es un gusto que también quepan en ella, que puedan existir con coherencia dentro de su curioso universo. Pocas obras abren tanto la imaginación sin necesidad de sacrificar con ello lo tangible, resultando gratificante cualquier lectura que queramos hacer de ella.
Y quiero cerrar diciendo que “El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante” no es una película, pero tampoco es un teatro. Es una opera que cuenta con una banda sonora a la altura, introducida con sabiduría y gracia. Recomiendo a todo el mundo que se sumerja durante unos segundos en el universo que plantea, y saldrán con al menos un motivo por el que la han disfrutado.
Cinéfilo de mierda
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