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Críticas de Cinéfilo de mierda
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Críticas 71
Críticas ordenadas por utilidad
8
13 de enero de 2018
31 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todo el mundo sabe que para ser un buen cinéfilo (de mierda) es importante entender el cine como una disciplina artística, y no únicamente como una industria. Y para entender el cine como un arte, hay que conocer a los artistas y disfrutar de sus obras. Todo esto que digo es clasista y fácilmente rebatible; pero hay algo de cierto en que, para conseguir nuestro ansiado carnet de cinéfilo, debes tragarte algunos tostones. No estoy hablando de verte “El caballo de Turin” una vez por semana ni de conocer toda la filmografía de Bergman, aunque sí que es conveniente que sepas recurrir a autores que no sean Nolan o Fincher.

Si pretendes, por tanto, introducirte un pelín más en este apasionante mundo del séptimo arte y atravesar la férrea barrera de lo comprensible, “El sacrificio de un ciervo sagrado” de Yorgos Lanthimos es tu película.
Esta película es arte, aunque con el término no quiero agregar ningún tipo de connotación. Es arte, simplemente, para bien o para mal: es la mirada de un artista hacia un tema, y la forma que tiene él de comunicarlo. Sobre el tema en cuestión, creo que podemos ponernos relativos, ya que el discurso es lo suficientemente amplio y ambiguo como para encontrar varios hilos conductores; desde una compleja deconstrucción de la familia burguesa tradicional hasta una historia sobre la justicia o sobre, simplemente, la madurez. A Lanthimos, además, parece no importarle dónde coloque el espectador el foco, y otorga a cada una de estas ideas la presencia que merece, sin dejar que ninguna se vea anulada o destacada. Sabe introducir pasajes más figurativos que guían la trama y que se encuentran supeditados a principios de causalidad, así como momentos más abstractos abiertos a la interpretación subjetiva. Esta variedad hace que la obra sea muy disfrutable para cualquier persona, sea cual sea su costumbre hacia ver este tipo de propuestas. Quizá los cinéfilos más “hardcore” echen en falta cierta complejidad en el tratamiento, pero nunca atraviesa el portal de lo sencillo.

Lo que más puede echar hacia atrás a los neófitos es su ritmo, lento pero muy adecuado. Aunque está lejos del estatismo de Haneke, no tiene miedo de mantener el plano el tiempo necesario para transmitir lo que quiere contar. En conjunto, aunque la llegada al clímax no es tan pronunciada como nos tiene acostumbrados Hollywood –y podría serlo-, se observa un crecimiento notable de la tensión y un ejercicio de tempo muy correcto, que no se ata a ninguna corriente predominante y tiene la osadía de crear su propio estilo. Pero en “El sacrificio de un ciervo sagrado”, el ritmo no viene marcado únicamente por la consecución de los planos ni por su morfología: los actores juegan un papel fundamental, pues están dirigidos bajo la premisa de sonar pausados, excesivamente formales e, incluso, hieráticos. Su interpretación es notable, transmitiendo una impostada rectitud que va rompiéndose conforme avanzan los acontecimientos. Sorprende que la pareja protagonista (Colin Farrell y Nicole Kidman) se hayan querido incluir en este tipo de obras, y denota que Farrell se encontró cómodo con Lanthimos tras “Langosta”, su anterior trabajo en conjunto. Destacar al misterioso Barry Keoghan, que sin muchas florituras logra atraernos con su aparente ingenuidad.

Otro de los pilares de la obra es su imagen. Junto a su habitual director de fotografía, Thimios Bakatakis, Lanthimos nos regala un conjunto de estampas magnificas, con un uso muy acertado de la iluminación y de los movimientos de cámara. Si hablamos de “Dunkerque” o de “Blade Runner 2049” como claras candidatas a mejor dirección de fotografía del año, debemos agregar a la lista esta cinta que, con un despliegue infinitamente menor y desde la modestia, también obtiene resultados muy sobresalientes. Incluso se permite algunos alardes técnicos y de estilo que resultan muy de agradecer y que se pueden apreciar desde la misma apertura. Y lo más importante, es que la imagen, al igual que todos los elementos de la película, transmite.

Aconsejo a las personas que se acerquen a esta obra, y que pretendan continuar posteriormente con obras similares, que se dejen llevar por la propuesta y que no se preocupen por buscarle una lógica o un significado. “El sacrificio de un ciervo sagrado” tiene mucho de surrealismo; y como tal, es bonito perderse en la evocación y en las sensaciones más que en la historia o en lo apreciable. Tanto la imagen, como el ritmo, como el sonido o la interpretación de los actores, están en sintonía para transmitirnos un conjunto de emociones que se pueden perder si estamos pendientes de buscarle todos los detalles y todas las reflexiones. Esta cinta, como los cuadros de los grandes autores de vanguardia del siglo XX, hay que entenderla como una obra centrada en evocar y en transmitir. Durante el metraje podremos sentir la extrañeza, la frialdad que domina el tono; y que ésta se vaya transformando poco a poco en agresividad, en temor, en desesperación e impotencia. Cada escena tiene un aura que, cuándo concluye, se mantiene soterrada bajo el personaje que la protagoniza y condiciona el significado de las escenas posteriores. Así, existen ideas de rebeldía adolescente, de pasión, de curiosidad, de misticismo, de manipulación… Se trata de un conjunto de sensaciones que desembocan en un final absurdo, desde el aspecto más amargo del término.

Y es lo bueno de esta propuesta: una vez la hayas vivido y, te haya gustado o no, te permite la opción de volver en un futuro a descubrir nuevas emociones y nuevos sentidos o de dejarla apartada para siempre en tu cabeza, abriéndote la mente a nuevas historias y nuevas propuestas. Sacarle todo el jugo no es posible en un primer visionado, y puede que tampoco en un segundo, ya que esa es una de las ventajas –o de los inconvenientes- del arte; pero no llega al hermetismo onanista casi paródico de ciertos grandes nombres europeos. Lo cual, para ciertas personas, es bueno.
Cinéfilo de mierda
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6
27 de julio de 2018
13 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
La intro de la segunda temporada de “Paquita Salas” está interpretado por Rosalía. En conjunto, define muy bien las intenciones de Javier Calvo y Javier Ambrossi en esta nueva temporada: su voz aterciopelada dispara la carga emocional de la canción, las imágenes que la acompañan homenajean todo un universo icónico y, para colmo, terminan de asentar a Los Javis como los principales artífices de toda una generación. Esta obra es una bomba millennial, y está destinada a ese público de manera explícita, desde el primer video de promoción de su segunda temporada. Me alegra que la industria no tema apostar por un proyecto con un target tan marcado; pero me pregunto hasta qué punto la obra puede resultar interesante para otro tipo de espectadores y espectadoras.
La segunda temporada, narrativamente, cuenta con un comienzo impecable. Al margen de la escena “me cago en España”, los primeros minutos nos presentan tanto a los personajes principales, encarnados por Brays Efe y Belén Cuesta; como la nueva situación a la que se deben enfrentar: PS Management está en números rojos, Paquita ha sufrido una especie de traición profesional –similar a la de Macarena García, pero con matices-, y recurren a la ayuda de una coach para canalizar todas sus frustraciones. Los Javis hacen uso del estilo “falso documental”, muy similar a “Modern Family” o el genial “Vincent Finch: Diario de un ego” –al que Paquita Salas le debe MUCHO, MUCHÍSIMO-, para señalar las peculiaridades de los personajes y sus respectivos roles en la relación. Es cierto que este rollito es muy permisivo, pero en los cuidadísimos diálogos se nota el talento de los creadores para desarrollar historias y para crear personajes.
Las desventuras de Paquita nos llevan por calendarios solidarios, por telenovelas españolas y festivales de pueblo; todo con ese aire que camina entre el glamour y lo castizo, poniendo en valor la vulgaridad y lo pragmático, y huyendo de todo lo que no sea natural. Lo natural es el centro de la obra, y de este modo vemos a actrices admitiendo que no las conoce ni dios, representantes sin devoción alguna, ídolos caídos en desgracia y todo un conjunto de elementos que nos muestran el lado más desconocido del cine y la televisión. Puede desentonar que, de fondo, contemos con ciertos mensajes herederos de toda esa ola super correcta de los 80/90, pero la actualización por la que han pasado hace que se sienta algo nuevo. Así, tenemos un obvio “no temas decir lo que piensas”, precedido de un ME CAGO EN ESPAÑA; un canto a la solidaridad que no teme mostrar la cara B de las personas con discapacidad, un “hazlo a tu manera” que luego se transforma en un “hazlo y calla” o una redención que no deja de lado el orgullo personal.
Sin embargo, el centro de esta obra no es la historia ni el mensaje. El centro es la propia Paquita, el personajazo que asaltó los premios Goya y se codeó con los niños de Stranger Things. Un personaje que rompe la cuarta pared constantemente, que trasciende, que se muestra transparente al público y que, en esta temporada, nos muestra sus flaquezas. Paradójicamente, el foco se encontrará desplazado por momentos, llegando incluso a ser eclipsada por una Lidia San José, haciendo de sí misma, que no llega a alcanzar la fuerza necesaria en determinado capítulo –suerte de sus acompañantes… Llama la atención la necesidad de los Javis por incluir cameos alocadamente, como si temieran que su personaje principal no fuera capaz de sostenerse por sí misma. Es divertido verla interactuar, sí, pero habría agradecido que le dejaran algo más de espacio.
Por otro lado, y esto lo considero lo peor de lo peor, nos encontramos con muy poca imaginación a la hora de desarrollar cada uno de los episodios; repitiendo la estructura de la forma más tosca posible. Es cierto que son poquitos, pero no hay el que se libre: el problema suele surgir de forma explícita a los 4-6 minutos, se intercala con una trama secundaria ligerita y se soluciona con una catarsis videoclipera con música indie de fondo a toda leche. Y además, con letra, encargada de reforzar lo que los espectadores deben sentir. En algunas está la cosa más forzada –agredir al dependiente de una tintorería por el vestido de Ana Obregón me parece excesivo-, en otras está mejor llevado, pero en general es una práctica algo negativa que espero que se solvente en una tercera temporada que viene fuerte.
Cinéfilo de mierda
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9
29 de enero de 2018
8 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como espectador es lo ideal, pero como proyecto de crítico siempre es complicado encontrarse ante una obra tan redonda como “Tres anuncios en las afueras”. Por que el mundo quiere sangre, le cuesta creer que una obra sea perfecta, y forma parte de nuestro cometido saber mantener la mente fría para poder localizar esos fallos. Sin embargo, la propuesta de Martin McDonagh es tan firme que cuesta horrores encontrarle el más mínimo “pero”.

Si se me permite una pequeña introspección, diré que últimamente me cuesta mirar bien al mundo. Aunque siempre he tenido una mirada muy crítica, estos últimos meses parece que no dejo de orientarla a lado más oscuro de la sociedad, y me saltan a la cara las miles de injusticias que tenemos que soportar día tras día. Me duele mucho verlas y haber perdido la capacidad de entender el porqué de su existencia, como si de un tiempo a esta parte el ser humano hiciera cosas malas sin motivo alguno, sin justificación aparente. Y quizá ocurra de ese modo y, con este panorama, es muy difícil vivir feliz y en paz. Imagino que, dados los tiempos que corren, mis sensaciones deben ser compartidas con muchas otras personas. Y por eso, “Tres anuncios en las afueras” es tan necesaria.

Porque su protagonista, una espléndida Frances McDormand que DEBE llevarse el Oscar, siente algo parecido a lo expuesto anteriormente. La película comienza destacando lo negativo de nuestros días y golpeándonos con ello: nos golpea con el racismo, con el machismo, con la homofobia, con el abuso de autoridad, con la muerte, con el capitalismo exacerbado y con la indiferencia, el golpe más doloroso de todos. Lo hace conscientemente y sabiendo mostrarlo con toda su crudeza, pero sin caer en lo rudo ni en lo grosero, manteniendo una elegancia que pocos directores sabrían encontrar. Y el término “encontrar” tiene todo el sentido del mundo, pues McDonagh consigue aportar un tono que se siente único y fresco, mezclando lo anteriormente expuesto con un humor alejado del chascarrillo o del gag, basado en las situaciones, en sus personajes y en el tratamiento de la escena.

Y es que a nivel narrativo, la obra hace uso de varios recursos para comunicar su historia y dar ritmo al visionado. Los usa sin miedo alguno y sin perder la unidad estilística en ningún momento. Ocurre algo similar con el guion, que no teme en poner a su disposición varios elementos con mucha inteligencia, ofreciendo un entramado de historias y situaciones perfectamente hiladas. Además, su creador -también guionista- nos regala una “aventura” original, alejada de muchos tópicos y dispuesta a sorprender por las direcciones que toma sin necesidad de alzar la voz con giros inverosímiles; apoyada sobre unos personajes rebosantes de carisma -los hay que salen cinco minutos y tienen más que muchos repartos completos- que gozan de un desarrollo muy complejo y natural, interpretados todos de un modo soberbio.

En el plano técnico, contamos con una imagen muy expresiva, algo sucia por las condiciones del entorno y con un juego de luces muy bien gestionado. Quizá la banda sonora podría haber tenido mayor presencia, pero me parece una tontería decir eso cuando hay secuencias en la que es protagonista.

Pero lo mejor, como indicaba antes, de “Tres anuncios en las afueras” es que es muy necesaria hoy día, y quizá el que quiera llegar completamente virgen a ella, debería dejar de leer. Por que esta película, a pesar de su cruel planteamiento, es un soporte para aquellas personas que, como yo, se encuentran decepcionados con la raza humana. La obra se esfuerza en rebuscar en lo más profundo de sus despreciables personajes hasta encontrar un rayito de luz mínimo, pero lo bastante grande como para darnos en los ojos y alumbrarnos con algo de esperanza; sin atravesar la línea -que yo he DESTROZADO- de lo excesivamente pasteloso e inmaduro. “Tres anuncios en las afueras” es una genialidad de nuestro tiempo, un pequeño milagro que persigue un objetivo muy noble: busca hacernos mejores personas.
Cinéfilo de mierda
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Teo (Serie de TV)
SerieAnimación
España1996
4,2
446
Animación
3
16 de junio de 2018
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por si alguien lo dudaba: no, no me trago una decena de capítulos de “Teo” por gusto. La gilipollez tiene un límite que no me gusta cruzar, porque lleva al masoquismo. Pero cuando te debes a la gente, por suerte o por desgracia, pasan estas cosas. La cosa fue que animé en instagram a criticar la primera película que se me ordenara. ALGUNA GRACIOSA creyó conveniente torturarme con la adaptación audiovisual de la famosa saga de libros infantiles creada por Asunción Esteban, Carlota Goyta y Anna Vidal, bajo el pseudónimo de Violeta Denou. Y todavía tendré que dar las gracias por no tener que tragarme esa maravilla de cinco horas que es “Novecento”.
El primer dato curioso es que la serie está producida por BRB Internacional, la misma productora encargada de obras como “Willy Fog”, “D’Artacan” o “David el Gnomo”. En 1996, casi veinte años después de su creación, decidieron adaptar los cuentos a la televisión, en forma de capítulos de no más de ocho minutos centrados en un aspecto muy concreto de la vida de Teo, de forma que el espectador -o espectadorcillo- descubre junto al protagonista cada una de las cosas que va haciendo. Así, tenemos historias como “Teo va a la escuela”, “Teo se pone enfermo”, “Teo va a la playa” o, mi favorita, “Teo va al veterinario”.
Sus historias no ofrecen mucho más de lo que indica el título. Se alternan escenas en las que Teo y su grupo social correspondiente interactúan con las situaciones planteadas, sin mayor hilo que el espacio escénico. Tampoco existe mucho conflicto, ya que Teo es uno de los niños más dóciles que existen: acata TODO lo que le dicen sin rechistar, todo le parece estupendo y todo le viene bien. Tampoco está interesado en hacer travesuras o, no sé, EN COMPORTARSE COMO UN NIÑO, por lo que cualquier atisbo de insumisión es coartado instantáneamente. Imagino que la idea es mostrar a los pequeños como es un comportamiento intachable, pero creo que por el camino pierden la oportunidad de introducir catarsis que comuniquen mejor sus ideas.
En términos visuales, esta obra se puede considerar fallida INCLUSO teniendo en cuenta la época y el público. La animación es más tosca que un tractor, con unos personajes enormes que parecen moverse a cámara lenta; el juego narrativo es nulo y los espacios muestran fallos en la proporcionalidad y en la perspectiva tan graves que es fácil preguntarse si esta obra no estará dibujada por niños. Incluso las figuras y el fondo están tratados de forma diferente, y en conjunto resulta muy antiestético.
Me gustaría frenar, por otro lado, en un aspecto fundamental de los productos destinados al público infantil: sus valores. Partiendo de la mala base de esa sumisión obsesiva, “Teo” acierta en sus enseñanzas dentro de la época en la que está planteado. Existen cuestiones que no han cambiado, como la importancia de la educación, de la sanidad, de los deberes… pero otras, aunque pudieron ser algo llamativas en los 90, se han quedado algo obsoletas. Hablo, por ejemplo, de niñas jugando con niños al fútbol o de la inclusión de personas de orígenes diferentes. Sin embargo, las niñas “se vuelven” niños y las personas de razas diferentes, aunque están ahí y eso es bueno, no interactúan excesivamente con el resto. Es como si estuvieran metidos a la fuerza, no incluidos. Aún así, se agradece la intención.
Al final, la pregunta que define si esta serie merece la pena es bien simple: ¿se la pondría a mis hijos? La respuesta es un rotundo NO. “Teo” está desfasado, anticuado, y existen propuestas infantiles infinitamente mejores en cuanto a calidad de producción como en cuanto a calidad didáctica. Si alguna persona está interesada en verla -por cualquier motivo-, podéis encontrar un amplio catálogo en varios idiomas en YouTube. Mientras lo disfrutáis, yo rezaré por que la siguiente vez no me obliguéis a tragarme a “Peppa Pig”.
Cinéfilo de mierda
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8
9 de marzo de 2018
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para describir el rechazo que me produjo “La cumbre escarlata” necesitaría ingerir una buena dosis de cianuro potásico. Al verla, sentía que todo estaba MAL, que había sido realizada con desdén y pereza, que me habían contado la misma historia mil veces antes y mil veces mejor. Y no os voy a engañar: la historia de “La forma del agua” también me la han contado mil veces antes… pero ésta se encuentra entre las mejores.

Ya el tráiler supo captar mi atención con maestría por su propuesta. Una historia muy clásica, sí, una mujer que se enamora de un monstruo; pero hablamos de una mujer muda, de un marco tan interesante como la américa de la Guerra Fría y del uso del agua como elemento metafórico, aportándole unidad y coherencia a la historia. La obra tiene todo eso, y se guarda muchísimas cosas para acabar siendo una de las mejores propuestas de lo poco que llevamos de año, y sin lugar a dudas la mejor obra de su autor.

Me vais a permitir volver a “La cumbre escarlata”. Guillermo del Toro siempre ha sido un director muy barroco, muy plástico, pero en esa obra se le fue de las manos. La imagen era sucia, sobrecargada y confusa, te provocaba ganas de abandonar la cinta y mirar un punto negro sobre un folio blanco. En “La forma del agua” ocurre todo lo contrario, y aunque sus imágenes tienen más textura que el gotelé y una amplísima variedad de colores muy saturados, el conjunto siempre resulta agradable, medido, equilibrado y funcional; haciendo parecer bella una época llena de hostilidad y oscuridad. Además, se permite ciertos juegos de luces súper expresivos e integrados maravillosamente en el tono general de la obra, logrando envolverte y hacerte partícipe de lo mostrado.

La ambientación se ve reforzada por una banda sonora sencillamente sublime y una dirección artística impecable. “La forma del agua”, en ese aspecto, puede calificarse de orgásmica; ya que tal derroche de buen gusto, de imaginación y de dominio técnico puede igualar en gozo a las noches más placenteras.

EL guion es la parcela dónde puede considerarse que la película HACE AGUAS -matadme por favor-. El principal inconveniente es que cuenta con ciertos topicazos que pueden echar para atrás a quién busque originalidad e innovación. Sin embargo, los tópicos se ven compensados por sus personajes, y por ello del Toro merece un fuerte aplauso. No solo la película está protagonizada por una mujer muda, con todos los retos narrativos que supone –algunos mejor ejecutados que otros…-, sino que su mejor amiga es negra, su compañero de piso es un homosexual entrado en años y el personaje del científico, aunque tenga el nombre más genérico que existe, cuenta con tantos matices que podría sostener una película por sí mismo. Y como esos, existen varios ejemplos con los que la película demuestra que quiere hacer algo diferente, que quiere darle una vuelta a todo lo que hemos visto hasta ahora, dejando por el camino un cuento de fantasía plagado de personajes asombrosamente reales. Un gozo, de verdad.

En resumen, “La forma del agua” nos da lo que nos ha prometido, y algo más: es imposible sentirse defraudado con la última película de Guillermo del Toro. Sin embargo, debo lamentar que la obra no me haya emocionado todo lo que me habría gustado… Lo achaco principalmente a un final brusco y ejecutado con cierta prisa. Si comparamos la tensión lograda en una gran escena anterior, vemos que quizá habría sido conveniente frenar en el último momento: Los desenlaces de los personajes se suceden como en una carrera de fondo, con prisa, cuándo durante el resto de la obra se ha tomado todo el tiempo que ha necesitado para cada escena. NO está mal ejecutado, e incluso es destacable que el autor sepa desarrollar a los personajes en tan poco tiempo; PERO el resultado está lejos de hacernos reflexionar, lejos de llenarnos de rabia o lejos de lograr que lloremos: “solo” nos hace sentir enormemente complacidos del precioso viaje que hemos disfrutado.
Cinéfilo de mierda
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