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Voto de Antonio Morales:
8
Cine negro Para crear una banda de atracadores, Martín y Antoine se ponen en contacto con Román para que les consiga armas y un cuarto hombre. Román convence a Picas, un antiguo atracador que ahora trabaja en una masía. (FILMAFFINITY)
9 de noviembre de 2016
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Otra película maldita de otro director maldito e injustamente olvidado. Cuando Francisco Pérez-Dollz debuta con este thriller, llevaba casi 30 películas como ayudante de dirección, y rueda una ópera prima de muchos quilates pese a la modestia de medios, porque es sobria, concisa, austera, además de tener una fisicidad urbana apabullante. Una obra que respira desde el principio un profundo pesimismo, con una ambivalencia de unos personajes exentos de cualquier tipo de cortapisa moral, de una realista verosimilitud documental, un buen ejemplo de relato apegado a los hechos, narrado de forma seca y escueta como una página de sucesos. Todavía hoy resulta modélica y deslumbrante la planificación de la persecución portuaria, la ubicación de la cámara en el golpe al banco y al Patronato de apuestas, de qué forma utiliza el plano secuencia en el prólogo inicial, la escena del garaje que parece más un acto subversivo al régimen político, o la elegante elipsis durante el encuentro entre José Suarez y María Asquerino.

Se trata de un film de fidelidades y traiciones, el argumento dibuja un definitorio retrato de unos perdedores y sus circunstancias, entre la desconfianza y la fatalidad: desde la ilusión de Jordi “El Picas” (Carlos Otero), un ex convicto que sueña con poseer una masía como en la que trabaja de mozo; reclutado para la banda por su amigo Román (Suarez), que pretende dar un golpe que le sirva para cambiar de vida junto a su amante Marisa (Asquerino); ambos amigos se unirán a dos anarquistas llegados de Francia, el siniestro y malencarado Martín (Julio Peña) y su discípulo Antoine, un atractivo joven que se pierde por las féminas. Un film que interesa más por sus gestos y situaciones que por las palabras, buena prueba de ello es el doble golpe de la banda que monta magistralmente en paralelo el cineasta, que describe las costumbres sociales de la época en un domingo vespertino invernal: las apuestas del 1-X-2 con el fútbol retransmitido por los transistores, por un lado, mientras por el otro asistimos al ajetreo de un elegante “meublé” donde se practica sexo clandestino, desenmascarando la hipocresía de la sociedad de la época.

“A tiro limpio” hace buen uso de los estilemas de la sensibilidad “noire” del “thriller español”: espacios urbanos reconocibles, en este caso, la iconografía de la Ciudad Condal, las sardanas bailadas en la explanada de su catedral, planos exteriores del “Camp Nou”, el mercado del Borne, las mejilloneras del puerto, varias estaciones de metro (Lesseps, Fontana). El empleo de exteriores e interiores naturales, amenizada por una banda sonora de ecos jazzísticos, la fotografía de claros y oscuros en un ejemplar blanco y negro con unas estéticas definidas por la iluminación. El cineasta consigue una notable intensidad psicológica sin estereotipos ni absurdas idealizaciones, de unos ex activistas políticos hartos de lucha, desencantados, que sólo buscan evadirse de la pobreza, sobre todo Jordi y Román. Ambos son dos desheredados que anhelan una vida mejor gracias al dinero fácil. Todo ello conforma los pequeños detalles que otorgan prestigio a esta gran película.
Antonio Morales
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