El silencio

No me gustaría ser un personaje de Bergman. No me gustaría ser uno de esos seres insensibles y descerebrados, como aquí Gunnel Lindblom, lanzados a una búsqueda del placer que nunca les reconforta, lanzados a una búsqueda del otro que solo les lleva a una soledad acompañada, tan inútiles en la labor de encarar el menor sufrimiento como incapaces de evitarlo, e incapaces también de cualquier empatía. Tampoco me gustaría ser de esos cultivados y atormentados, como aquí Ingrid Thulin, cuya capacidad de ver y sentir más allá de lo básico solo les comporta dolores, pesares y soledad, mucha soledad, y que obtienen como premio a la agudización de sus sentidos… una injusta pero implacable enfermedad grave. Y no me gustaría ser de esos desinformados e inexpertos, como el niño de Lindblom, condenados a verlo todo sin entender ni poder variar nada, igual que esos impotentes e irrelevantes, por muy buena voluntad que pongan, como el viejo ordenanza del hotel. Tampoco me gustaría vivir en esos hoteles, gélidos y rancios como la vida misma, ni en esas calles, irrespirables, o bien por el calor del día, o bien por los tanques y el toque de queda nocturno. Naturalmente, el conjunto es muy coherente. Bergman solo pinta lo que ve. Sus cuadros son impecables. En su composición, en su contraste, en su profundidad. Sí, Ingmar, sí. Ese chico tan calladito al que llaman Dios. Sí, Ingmar. Siempre ahí, silencioso: desentendido de todo, incapaz de hacerse querer salvo para quienes lo convierten en un mito absurdo al que rendir ciega fidelidad (o simularla, si es necesario). Ese muchachito eterno. Siempre quietecito y calladito. Exactamente, como si no existiera. Exactamente, como si no fuera más que una absurda invención para el alivio de algunos y el regodeo en la duda de otros.

¿Qué es lo que nos hace sentir solos al nacer? La ausencia de nuestros padres, claro. ¿Ahora, a un niño que la imaginación repiquetea en su cerebro sin cesar, que aguarda? El misticismo de cada recoveco del lugar en que se encuentre, por supuesto. A dos seres que por naturaleza se repelen y, por ende, buscan en cada una ya sea un lugar integro en sus oficinas o una desaforada aventura en las afueras, ¿qué aguardan? A sus padres, por supuesto. Siempre esa imagen acecha, y todo lo guarda nuestro más íntimo sentimiento pueril. Decir, aparte, que el silencio que propiamente está decorado en la película es impresionante estando adyacente a la fotografía. Momentos que me invadieron de ternura y a añorar al otro. En definitiva, somos animales sociales.

Mi nota a "El silencio" es 10/10.

Otra "genialidad" más del Bergman, otro film lleno de personajes "cliché", estereotipados y cojudos, que se hunden en un vaso con agua y no ven más allá de sus narices. La naturaleza malsana, enfermiza, malévola, de los films de este sueco de alma putrefacta. Pero también me doy cuenta de la calidad artística del trabajo de Nykvist, de ahí las 4 estrellas; si sólo dependiera de Bergman le pondría 1 o 2.
Los personajes aquí mostrados casi parecen de broma, por el carácter arbitrario y nada claro de sus conductas, simples marionetas de un mal director que parece dividir al mundo femenino en dos: la-hermana-neurótica/reprimida-y-la hermana-ninfómana-caliente-todo-el-tiempo. Muy inteligente de su parte. Pero lo que más me sorprende es que creo, este es el único director de toda la historia del cine que hacía películas increíblemente tediosas y aburridas, y a la vez chocantes, ofensivas, de mal gusto. Sus mierdas no tendrían ningún valor, repito, si no hubiese sido por el trabajo de Nykvist, quien fotografiaba sus mamarrachos y les imprimía algo de calidad artística.
Excremento emocional en estado puro. Bazofia, aunque bien fotografiada, eso hay que admitirlo. (3.5/10)

El Silencio.

Luego de haber incursionado en "Persona" y en "El séptimo sello", obras del director, le llega el turno a El Silencio, en el que una vez más, Bergman ahonda en temas existenciales constantes por medio de sus protagonistas, esta vez desde un punto de vista diferente al tratado en las dos películas suyas que he tenido la oportunidad de darle visionado.

La cinta agarra bajo un concepto de viaje para poder iniciarse, viaje del que poco se nos dice y poco se profundiza de él (y por qué no, del que poco nos importa saber), siendo la lectura que se le podría otorgar a esto, es que Bergman nos introduce a un mundo distópico, por el cual nos hará alojar en ese ambiente ficticio lleno de hostilidad, choques y desencuentros entre nuestras protagonistas, haciendo relación a que la palabra "distopía" se define como una representación ficticia de características negativas causadas por la alienación humana.

Para hacer aún más foco en esa adversidad que se siente en el ambiente, al director le es fundamental determinar las condiciones de personalidad que conforman a ambas actrices, generando de esta forma entre ellas una incompatibilidad innegociable a lo largo de todo el desarrollo, a la vez que las propias imágenes, los pocos diálogos y los muchos silencios tallan rigurosamente ese entorno pesado para el espectador en el que el conflicto está latente a todo momento.

La parte de alivio se lo otorga interpretativamente a Gunnel Lindblom (Anna), en ella podemos percibir una mujer libre, decidida y audaz, lo que su contracara y su choque, es la actriz Ingrid Thulin (Ester), una mujer encerrada en su propia burbuja y en la cual podemos dilucidar que no se permite concretar esa liberación de los instintos más profundos y secretos mejores guardados que posee en su ser.

Desde este punto surge el elemento de la sexualidad, a la sexualidad le podemos conceder un cierto componente transgresor moral y socialmente teniendo en cuenta la época en la que se sitúa, y a la vez podemos asignarle un elemento de liberalidad de los impulsos corporales, es muy interesante como se le plantea a la desnudez de la mujer el fundamento de la sensualidad y erotismo, "que bien que no nos entendamos el uno al otro", se la escucha decir en un pasaje al personaje de Gunnel Lindblom, dándole una concepción de que, cuando las barreras del idioma y de la moralidad separan, lo que une a los seres humanos es el placer carnal.

"El silencio", valga la redundancia, está plagado de silencios, y es que en esta ocasión el sueco lo considera una pieza fundamental para hacer entrar ahí donde las emociones abundan, por medio de su dúo femenino actoral se logra plasmar nuevamente el histrionismo y lo teatral en el afán de ser un ingrediente esencial para evidenciar la complejidad del tratado que se le da a su relato.

Bien esta crónica puede terminar tal como empezó, embarcándonos a un viaje al que no le importa su realidad de arribo y consolidando la idea de que nada a cambiado en una narración donde la naturaleza de ser es lo constante de lo conflictivo y los enfrentamientos, a los cuáles a veces, es mejor enfrentarlos emprendiendo justamente un viaje, incluso si es un viaje hacia la eternidad.

Calificación: 8.4

La película maneja un par de conceptos, y los resoba durante su mayor parte. Sólo me parecieron interesantes los treinta minutos (aprox.) que comienzan con el último intento de "escapadita" de Anna y terminan con el niño llorando en el regazo de Ester; entre medias, unas tensas confesiones y un niño que descubre a su madre con un hombre.
La atmósfera, más que agobiante, es cargante; los pocos chistes, fallidos; y las actuaciones, irregulares (hay bastante sobreactuación, sobre todo con el "regodeo" visual en los ataques de Ester).
La dirección y el guión, muy pretenciosos, se olvidan de la narración en favor de la imagen, de las ideas aisladas. La provocación es gratuita: tetas, masturbaciones, enanos, meadas contra la pared... Poca sutileza y poca garra, que son las cosas que realmente diferencian a los grandes directores (acabo de recordar a Buñuel).

Soy insomne, así que es muy raro que me duerma al ver una película. En ésta estuve a punto. Como supongo que la mayoría de vosotros no tendrá este "don", os recomiendo que os toméis un café bien cargado antes de adentraros en el soporífero mundo del Bergman pretencioso.
No me gusta, hablando en líneas generales, el cine de Bergman; pero reconozco que no es tonto. Sabía muy bien cómo ganarse a la crítica en una época de censuras. Lo que me mosquea es que la crítica actual, salvo un par de sinceros que se atreven a llevar la contraria, siga engañándose a sí misma. No sería la primera vez que uno de ellos ronca durante la proyección y al terminar va diciendo que ha sido magnífica.