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El reencuentro

Drama. Comedia Tres veteranos de la guerra de Vietnam -Doc (Steve Carell), Sal (Bryan Cranston) y Mueller (Laurence Fishburne)- se reúnen en el año 2003 para enterrar a Larry Jr., el hijo de Doc, que ha muerto en combate en su primer año en la guerra de Iraq. (FILMAFFINITY)
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Críticas 17
Críticas ordenadas por utilidad
28 de marzo de 2018
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
De la camaradería al compromiso, Hal Ashby realizaba un retrato a principios de los 70 cuyas connotaciones quedaban diluidas en un espejo humano que el cineasta tendía a sus tres protagonistas, propagando así una duda que también se cernía sobre el espectador y devenía en última instancia como afilada crítica: ¿es antes la amistad o el deber? Cuarenta años más tarde, Richard Linklater recoge el testigo del autor de Harold y Maude para otorgar nuevos matices a aquel testimonio deslizado en El último deber a través de la novela de Darryl Ponicsan, acogiéndose precisamente a la segunda parte de aquella The Last Detail escrita por el de Pensilvania, de título Last Flag Flying —que, como en el film de Ashby, mantiene—.

La última bandera supone así una nueva puesta en escena a través de los personajes creados y desarrollados por Ponicsan, no tanto en aquel humanismo que impregnaba la película de 1973, más bien acogiéndose a un terreno donde la crítica se perfila de un modo mucho más directo, quién sabe si a raíz de esa guerra cada día más politizada, signo del cambio de los tiempos, o sencillamente debido a una situación que se antoja aún más dramática que la propuesta en El último deber.

Linklater no cede sin embargo a ese dramatismo que parece clamar la historia desde un punto de vista sensiblero, y sostiene un pulso entre el tejido más cercano al drama y unos inesperados destellos humorísticos que surgen con naturalidad palpable, e incluso parecen apuntar en clave de homenaje a la obra dirigida por Ashby —hay, de hecho, algún momento bastante similar en cuanto a concepción—. En ese sentido, rodearse de dos intérpretes de estrecha relación con la comedia como Steve Carrell y Bryan Cranston ofrece al cineasta la posibilidad de apaciguar un tono que de todos modos en ningún momento reviste la gravedad a la que sí podrían apuntar las circunstancias de lo relatado. Esa perspectiva permite mantener una distancia que deriva en respeto hacia la situación descrita, pero además lo hace sin necesidad de incurrir en una mesura y reflexión que no parece tener cabida en esa reunión propuesta tantos años más tarde, ni mucho menos en la escenificación de un grado de complicidad que por momentos traspasa la pantalla, como ya sucedía con su predecesora.

La última bandera apunta más a una coyuntura concreta que sirve como eje para indagar en la mentira y el absurdo que promulgan las guerras, estableciendo unas consecuencias que cobran menos importancia de la que cabría esperar ante sus personajes. Así, la tesitura de Doc ante un cuerpo, el de su hijo, convertido en héroe a conveniencia, no se explora tanto desde un punto de vista juicioso —que también— como mediante la asunción de un drama en el que se profundiza sólo hasta ciertos puntos; Linklater huye en ese aspecto de las cicatrices de un pasado al que dedica ciertos apuntes pero no remueve, prefiere dejar como está, dotando de una cierta sutileza que le viene muy bien al conjunto en determinados tramos y eleva lo que se podría extraer de una historia como la expuesta —no sabemos si a efecto del material original, o del prisma del propio cineasta—.

Quizá la virtud del nuevo trabajo del autor de Boyhood, quede en cierto modo empañada por un discurso final que, aunque preparado, conocíamos de antemano, pero ello no enturbia un estimulante ejercicio que probablemente no se encuentre entre lo más destacado de la obra de Linklater, y supone una aproximación más que digna a un terreno por lo general ajeno a su cine más personal, que además manifiesta cierta devoción y respeto por el original —en la mimetización de ciertas secuencias, e incluso en aquel carácter que imprimía Ashby en torno a sus personajes— captando además el extraño reflejo entre dos etapas tan lejanas pero cercanas al mismo tiempo, que guardan consonancias y encuentran el estímulo suficiente como para que La última bandera no caiga en saco roto.


Crítica para www.cinemaldito.com
@CineMaldito
Grandine
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18 de julio de 2018
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esperaba una película diferente o al menos yo creía que iba a ser más de mi agrado y eso que el director Richard Linklater me gusta bastante.

El tema que toca del ejército es toda una crítica al sistema americano y seguro que ha levantado alguna ampolla pero que me parece necesario para abrir los ojos a más de uno.

De los 3 personajes principales (y únicos, salvo secundarios) Steve Carell se pasa toda la peli con cara seria y mirada perdida (posiblemente es lo que el director quería para su personaje) pero me parece desaprovechado. Laurence Fishburne está correcto sin más, podría haber tenido algo más de protagonismo y haberle dado a su personaje algo más de profundidad en los diálogos, creo que se queda a medias. Luego nos queda Bryan Cranston. ¿Qué adjetivo se puede decir de él? Actor todoterreno, de enorme talento pero que en esta cinta muestra una parte cómica que a veces se hace irritante.

Una película correcta pero si se le hubiese dado más profundidad al tema creo que podría haber tenido más "eco" en el sistema.
Leonard
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14 de abril de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace tiempo que tenía pendiente este drama, no por ser uno de los últimos trabajos del inclasificable Richard Linklater (con una filmografía tan interesante como variopinta), sino más bien por su espectacular trío protagonista, formado por Steve Carell, Bryan Cranston y Laurence Fishburne. Casi nada.

Las críticas en el momento de su estreno fueron bastante positivas, pero fue totalmente ignorada por el público, siendo un sonoro fracaso y perdiendo cualquier posibilidad de nominación (merecía alguna, pero luego iremos con ello). Y la verdad es que es una pena, porque, aunque tampoco estamos ante una maravilla, sí se trata de un drama tan interesante como reflexivo, con algunos instantes cómicos que le vienen genial y que no merecía acabar en el olvido, cuando es muy superior a producciones mucho más aplaudidas y recordadas.

La dirección de Linklater es tan correcta como convincente, no destacando especialmente pero cumpliendo sin problemas en lo que respecta a un drama sin grandes florituras. No es de sus mejores trabajos, pero todo avanza según lo esperado, por lo que nada que reprochar.

El guion también es cortesía de Linklater, siendo una adaptación de una novela, y la verdad es que hay tantos aciertos en el film como algunos contras. En lo positivo se pueden destacar personajes como el de Cranston (una joya que merece una película para él solo) o Fishburne (contrapunto perfecto del otro), la astucia a la hora de introducir necesarios toques de humor en la cinta (cortesía, de nuevo, de Cranston), así como la clara crítica a la guerra de Irak y al patriotismo de los Estados Unidos, además de dejar algunas reflexiones más que necesarias sobre el duelo ante la pérdida de un ser querido.

Por otro lado, en lo negativo estaría el flojo personaje de Carell, que se supone que es el gran protagonista y el personaje sobre el cual gira la trama, y al final es eclipsado por sus dos compañeros, aparte de que por el final la película pierde fuelle en un desenlace algo abrupto y agridulce.

Y eso nos lleva al reparto, sin el cual la película no dejaría sensaciones tan positivas, ya que estamos ante unos intérpretes en estado de gracia (aunque lo suelen estar). Tenemos a un sobresaliente Bryan Cranston volviendo a dejar patente que tiene un don para la comedia, con un fabuloso personaje a su medida, eclipsando al resto de los presentes en cada una de sus intervenciones, que no son pocas. De hecho me atrevería a decir que él es el verdadero protagonista de la historia, ya se que sale bastante más que el personaje de Carell.

Y por cierto, he visto actuaciones muy inferiores respecto a la que nos ocupa y han obtenido nominación al Oscar, y en este caso le relegaron al olvido. Una de esas injusticias inexplicables, cuando Cranston ofrece una interpretación magistral y merecedora de todos los premios habidos y por haber. Por favor, Hollywood, más comedias para este buen hombre.

No se queda atrás un convincente y medido Laurence Fishburne, con una química brutal con Cranston en un personaje muy bien dibujado, formando ambos un dúo impagable. Lamentablemente, no se puede decir lo mismo de Steve Carell, en un comedido e insustancial personaje que no le pega nada al cómico. No digo que el bueno de Steve siempre tenga que ofrecer interpretaciones histriónicas y desternillantes, pero está bastante desaprovechado en este film, apareciendo menos de los esperado y siendo ampliamente superado por sus dos compañeros de reparto, los cuales tienen mejores personajes. Creo que se tendría que haber mejorado el supuesto personaje principal o haber escogido a otro actor.

En conclusión, estamos ante un recomendable y necesario drama, con un gran reparto (con la salvedad de un desaprovechado Carell) y que, sinceramente, podría haber dado un poco más de sí para quedar más en el recuerdo, ya que una vez finaliza te quedas con ganas de saber un poco más sus vidas (un epílogo no habría estado de más). Una interesante película que mereció mejor suerte. 

Más críticas: ocioworld.net
Javi McClane
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25 de febrero de 2018
6 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo que Richard Linklater hace muy bien en sus películas, es generalmente enfrentar a dos o más personajes en un mismo lugar con diferentes puntos de vista. Los permite hablar, y aunque no siempre estén de acuerdo, podemos aprender y comprender a cada uno de ellos a través de sus diferentes formas de pensar. Es un apasionado del respeto a las creencias, los principios y los deseos de los demás, y ese respeto es tanto defendido como cuestionado a lo largo de su película. Es muy interesante observar cómo las diferentes personas comparten sus creencias y personalidades a través de una conversación natural y espontanea.

Con cada uno de los personajes principales muestra todos los pros y contras dentro de una gama de arquetipos: en un momento dado, Fishburne y Cranston son casi literalmente el ángel y el diablo posando en los hombros de Carell. La dinámica principal en La Última Bandera proviene de los ácidos diálogos entre Sal (Cranston) y Mueller (Fishburne). Magnífica interpretación de ambos actores.

Bryan Cranston interpreta a un dueño de un bar, alcohólico y sarcástico. Sal es tosco, odioso, no le importa ofender a quien sea y al principio no aparece muy agradable, sin embargo a medida que vamos conociéndolo descubrimos a un hombre con gran corazón y leal con sus amigos necesitados. Mientras que Laurence Fishburne, en su papel de pastor de la iglesia, al principio, es fácil simpatizar con él. Tiene el papel más liviano y divertido de los tres amigos. No está satisfecho de su pasado ni de las cosas que hizo en Vietnam, pero está orgulloso de haber servido al ejército.

Mueller tocó fondo tanto durante, como después de la Guerra de Vietnam, y usó la religión para superarse a sí mismo. En cambio, Sal en realidad nunca sacudió sus demonios de la cabeza y se refugia en el alcohol. Pero lo que hace que estos dos personajes sean geniales es que el público puede relacionarse e identificarse con ambos en diversos momentos de la película. Las continuas discusiones entre ambos es la parte más divertida de la película que sirve para suavizar en gran medida la tragedia central de la historia.

Steve Carell interpreta a un personaje perturbado, habiendo interiorizado sus lesiones del pasado. Realiza una fuerza dramática extraordinaria por su simplicidad. Carell resulta devastador como un padre afligido, una actuación discreta y sencilla, que es tan hermosa como desgarradora.

La Última Bandera parece romper con sus retratos juveniles anteriores, ya sea “Boyhood” (2014) o “Todos queremos algo” (2016). En su última película trata de entrar en la edad adulta, y lo hace desde la perspectiva de la guerra en Iraq, detrás de la cual inevitablemente surge el trauma de la Guerra de Vietnam.

El destino de los tres protagonistas toma forma de road movie transportando un ataúd, a veces divertida, otras trágicas, pero ofreciendo a estos veteranos de guerra la oportunidad de superar sus diferencias ideológicas y encontrar un nuevo vínculo que sustituya al que les tenía unidos en el pasado.

En cierta forma, es comprensible que Sal y Mueller tengan una antigua deuda con Larry y que les ofrezca la oportunidad de pagarla treinta años después. Con medias palabras, evocan un episodio en el que nunca entenderemos exactamente a qué se refiere, donde Larry cubrió a sus camaradas y estuvo en la cárcel por culpa de ellos.

Esta road movie servirá de redescubrimiento de la amistad entre los tres amigos, por medio del proceso de duelo de Larry. Los tres van percibiendo que sus respectivas realidades actuales son el resultado directo de sus experiencias en tiempo de guerra, en un intento de expiación de pecados pasados.

Como siempre, Linklater trabaja la profundidad de sus personajes detrás de aparentes estereotipos. Nunca pinta un retrato psicológico, pero muestra los defectos que atraviesan los personajes, ya sea en su extrema moderación o en sus intrépidos excesos.

Usando la muerte del hijo de Larry como recurso narrativo, Linklater hace una interesante reflexión sobre la muerte, la guerra y el engorroso patriotismo estadounidense, pero de hecho transforma su película en un himno tragicómico de la vida. La película habla especialmente sobre la amistad, la responsabilidad civil, la solidaridad, los conceptos hoy perdidos en la indiferencia que lleva nuestras vidas.

La primera parte de la película es una crítica dura del heroísmo militar, especialmente desde que el hijo de Larry murió en circunstancias muy alejadas de las razones presentadas oficialmente. Además, La Última Bandera muestra cómo cualquier guerra, tan absurda como inútil, permite poner a prueba el ímpetu de la solidaridad y la humanidad.

A pesar de su clara postura antibélica, invita a reflexionar sin ser muy riguroso. A pesar del tema, La Última Bandera en su mayoría se abstiene de crear cualquier polémica política, apenas incluso de trazar las lineas de la condena de la guerra misma. Sal y Larry expresan su inconformidad y rechazo con la administración Bush y se lamentan de la inutilidad de la guerra que combatieron, pero la película aborda el conflicto violento con desprecio desapasionado e indiferente, como un error inevitable de la civilización.

El guión de Linklater y Ponicsan es una mezcla perfecta de patetismo y humor, manteniendo el drama humano de la historia. Da lugar a una serie de diálogos cool que se exhiben a través de aparente ligereza y levedad, infundidas en largas conversaciones y diatribas sobre todo, desde el trato militar a su personal y las razones de la guerra, hasta los teléfonos móviles y la música de Eminem.

El resultado final es una película conmovedora y profundamente personal que encuentra un delicado equilibrio entre el humor sincero y el drama crudo dentro del contexto de la familia, la amistad, el patriotismo y el dolor.
https://cinemagavia.es/la-ultima-bandera-pelicula-critica/
Eduargil
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21 de abril de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La nueva película de Richard Linklater, con guión del director y de Darryl Policsan, es una historia sobre la amistad, que se desarrolla como una “road movie” que abarca un largo viaje desde Virginia a Boston y un regreso pasando por Nueva York. Pero es también una aguda reflexión sobre el sentido de la vida, la inutilidad de las guerras, y las consecuencias sobre los soldados que han participado en ellas.
Todo comienza cuando Larry (Steve Carell) recibe una noticia. Su hijo, un infante de marina, ha muerto en Iraq. Larry está solo en la vida. Por un lado, su esposa ha fallecido. Por otro, ha perdido su licencia de médico militar por comerciar drogas durante la guerra de Vietnam. Ahora sobrevive como dependiente de un almacén. Consecuencia de ello, decide buscar la compañía de sus viejos camaradas Sal (Brian Cranston) y Muller (Lawrence Fishburne), a quienes no ve desde que les dieron su baja del ejército, hace casi 40 años atrás.
Está claro que por sobre todas las cosas que trata, Reencuentro es una película sobre la amistad, ese vínculo capaz de mantenerse intacto a pesar de la distancia física y los años pasados, aun cuando hayan transcurrido sin verse el uno al otro. Y es también una reflexión sobre el paso del tiempo, sobre las frustraciones y alegrías de la vida, y sobre el aprovechamiento de las segundas oportunidades. El film adquiere la forma de una road movie donde tres amigos se reencuentran en un viaje que se transformará en iniciático. Marcará un antes y un después al estar signado por la vejez, por la necesidad de apoyarse uno al otro, por acompañarse en el dolor y sobre todo por compartir el duelo del amigo ante la pérdida de un hijo. El film es una indagación en las historias individuales de cada uno.
Ese reencuentro significa un volver a vivir. Cada uno ha desandado caminos diferentes por 40 años y ahora se han vuelto a encontrar en un momento de la vida en que se hayan perdidos, donde van camino a ser otros no necesariamente mejor de lo que fueron de jóvenes. En ese rencuentro existe un volver a empezar que alude a la esperanza.
No obstante ello, El Reencuentro es también poner sobre la mesa el rol de Estados Unidos en estas guerras donde no se aclara bien el porqué de su participación. La visión acida de la película es absolutamente cuestionadora de las intervenciones americanas. Primero, porque sus propios personajes han estado en ellas y no tienen muy en claro porque fueron y mucho menos, porqué pelearon. Segundo, porque volvieron sin saber si habían ganado o habían perdido. La propaganda bélica era la que daba la respuesta correcta, y estaba ligada con la corrección política.
Por eso es una película sobre la pérdida de identidad, no la identidad personal sino la identidad nacional. Esa es la identidad que se perdió en Vietnam, más tarde en Afganistán, en este siglo en Iraq. Lugares a los que se fue a guerrear sin otros motivos más que los económicos, los derivados del control del gas y del petróleo. El territorio continental de los Estados Unidos nunca había sido atacado, nunca invadido sino hasta después del 11 de setiembre del 2001. Ello ocurrió con el ataque y destrucción de las Torres Gemelas. Sus consecuencias fueron desbastadoras. El país comenzó una caída aún más grande y perdió la seguridad interior. Más tarde, con la caída de la Bolsa de Nueva York en 2008 y el crack bancario internacional, se afectaría hasta el mismo orden mundial. Lo que Estados Unidos ha sufrido es en realidad la pérdida de un ideal, aquel que en los ´50 se dio en llamar “el sueño americano”.
Los personajes de la película se han quedado solos. Tres viejos guerreros que nunca encontraron respuestas. Cuarenta años después, vuelven a hacerse las mismas preguntas. No han hecho casi nada de sus vidas más que sobrevivir. Un médico expulsado del ejército. Un sargento que ha devenido en barman de una taberna solitaria en alguna ruta de Virginia. Un soldado negro envejecido que se ha refugiado en Dios y su familia convirtiéndose en pastor evangélico. Los tres se asemejan a fantasmas de una época ida que solo parecen escuchar: “Sálvate como puedas. El Tío Sam ya no puede hacer nada más por ti”.
Basada en la novela del mismo nombre de Policsan, cuyos antecedentes registran el excelente guión, entre otros, de Permiso de Amor hasta Medianoche (1973) de Mark Rydell, el film está narrado con mucha agilidad y un humor muy corrosivo, donde Richard Linklater vuelve a mostrar su capacidad narrativa y conceptual. El Reencuentro no pretende ser una comedia ácida ni transformarse en un profundo drama generacional. Por eso, deja abierta una puerta de esperanza: la amistad. Esa constituida por un vínculo indisoluble que mantiene unidos a los amigos a lo largo del tiempo y la distancia. Han estado perdidos durante 40 años sin verse, pero ahora han vuelto a estar juntos, se han acompañado y han encontrado algo de perdón y paz en sus vidas. Tal vez la vida les esté dando una segunda oportunidad. Linklater los abandona allí, en medio de la América más profunda.
Nosotros, los espectadores, agradecidos. Acabamos de ver un film visceral, profundo y entretenido. Tres grandes actuaciones para el recuerdo de Carell, Cranston y Fishburne. En síntesis, un film para disfrutar y reflexionar. El cine de Linklater, un texano muy independiente, es así, sorprendente. No olvidemos que es el director de esa joya del cine americano llamada Boyhood. Ésta, como aquella, son para tener en cuenta.
Charly Barny
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