Cuando las luces se apagan

Guardaba bastantes expectativas en esta obra sobre los miedos infantiles (la oscuridad es el más terrible de ellos), ya que el cortometraje en el que está basada me parece magnífico, y vislumbraba que su director podría ofrecer una historia de terror narrada con originalidad, pero me ha defraudado intensamente.

El guion --más que guion, parece el borrador de un guion-- va dando saltos sin fluidez narrativa --únicamente apuntes más o menos afortunados--, dejando elipsis argumentales por los rincones. Y así, la historia, además de manida, resulta muy deshilachada .
El miedo y la sorpresa --claves del cortometraje que sirve de sustento-- apenas existen; y no se aprecian --quitando la buena secuencia de apertura-- imágenes de verdadero impacto o tramos de estimable tensión.
Los personajes son típicos y tópicos. Los actores asumen un distanciamiento (o son incapaces de crear una cercanía psicológica) y no consiguen transmitir comportamientos sentimentales para que el espectador se sienta identificado con ellos, algo que es fundamental en este género cinematográfico.
Y casi todo el hilo dramático transcurre en dos únicos escenarios de interior, lo cual, junto a su metraje,1 h 16 m, otorga una factura técnica que se acerca peligrosamente a la de un telefilm, con el agravante de que bastantes de esas cintas realizadas para la televisión poseen mucha más tenacidad (aunque no lo logren) en inquietarnos que esta "Nunca apagues la luz".
Solo la unidad introductoria de la película, como he señalado --con los minutos que se desarrollan en un sótano, hacia el final-- es digna de mencionar por su brillante planificación y eficacia, y anunciadora de promesas que luego, desgraciadamente, no se cumplen del todo.

Visto, en fin, ya muchas veces. Por lo que la novedad que se esperaba, dada la maravillosa idea que propone el cortometraje y la supuesta garra del director, se colapsa en buena parte y solo se contempla en la pantalla un marco medio vacío. Pero, a pesar de ello, guarda su interés.

Entre 2015 y 2016 se puso de moda un cine de terror que nunca me terminó de convencer. Mejor dicho, partiendo de que no termino de simpatizar con el género de terror, el planteamiento de muchas de esas películas de mitad de década (“Badabook”, “No respires”, “Ouija”, “Sinister”...) se me antojaba errático y oportunista, siempre con unos villanos sobrenaturales imprevisibles y de poderes indefinidos, que campaban a su antojo por la película haciéndolas pasar canutas a los protagonistas hasta que sonaba convenientemente la flauta y todo se arreglaba. Aunque fue una época y una moda indudablemente superiores a la de esas películas japonesas de personas azules (generalmente niños) contra las que no había forma de luchar y una vez que entraban en tu vida acababan contigo, hay que reconocer que el género ha mejorado bastante y, hoy día, sería impensable una película de miedo en la que no se pudieran seguir unas normas conocidas para hacer frente a la amenaza.

Para ser de esa etapa, “Nunca apagues la luz” es bastante decente. Tiene todos los sustos esperables y alguno inesperado, generalmente rodados con buena mano y la intención de no caer en los trucos fáciles de subir el volumen inesperadamente o encuadrar repentinamente la espalda del protagonista para que veamos que hay alguien ahí. La trama sigue esquemas convencionales en cuanto a quién y cuándo debe morir y quién no debe morir bajo ningún concepto, pero introduce algún giro razonablemente imprevisible y logra alguna sorpresa que hubiese podido ser más efectiva con unas interpretaciones menos desiguales. Se agradece que esté hecha en serio por alguien que, claramente, creía en el proyecto y no deja que vaya por el camino de los chistes fáciles ni trata de hacer comedia para abarcar más géneros y llegar a más público. En conjunto, diría que es superior a la media del género de esa época.

Una película de guión original pero muy simple de contenido. Personajes tipo que no terminan de atraer al espectador a la escena. Tratando de sorprender más por los sobresaltos de sonido que por el propio ambiente que envuelve a la película.
Puntuación - 3 (sobre 10).

David F. Sander da un salto al cine de terror con una película que encuentra su raíz en los miedos más profundos de las personas, porque...¿quién no tiene miedo a lo que no ve ?, si bien es cierto que no es un film original en lo que a temática se refiere, si utiliza muy bien los recursos del terror más clásico, juego de luces, que crea tensión en las escenas, sonido, música adecuada, y algo interesante es que no se excede en la duración, comienzo rápido y entretenido y que no decae a lo largo de la película. Muy recomendable para una noche de tormenta.

Abusan del recurso de "aparece y desaparece", sobre todo desde la espalda. Es tan predecible todo...

Forzar a dar sustos a lo largo de toda la película es bastante mediocre. Se tiran casi toda la película metida dentro de la casa, es agobiante.

Para variar no explican demasiado los motivos de por qué el fantasma es fantasma, pa qué explicarlo... todas estas películas son iguales.

Dicho esto, la película pasa rápido. No me entretiene, pero tampoco aburre.