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Que Dios nos perdone

Thriller. Drama Madrid, verano de 2011. Crisis económica, Movimiento 15-M y millón y medio de peregrinos que esperan la llegada del Papa conviven en un Madrid más caluroso, violento y caótico que nunca. En este contexto, los inspectores de policía Alfaro (Roberto Álamo) y Velarde (Antonio de la Torre) deben encontrar al que parece ser un asesino en serie cuanto antes y sin hacer ruido. Esta caza contrarreloj les hará darse cuenta de algo que nunca ... [+]
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Críticas 193
Críticas ordenadas por utilidad
8 de mayo de 2021
37 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de haber leído todas las críticass de este foro y teniendo todavía fresco el impacto que me produjo el visionado de la película hará ya unos cinco meses más o menos, sigue haciendo mella y eco en mi mente, el mensaje de este bello producto de Rodrigo Sorogoyen. No sólo ya como pretendida crítica social y/o política de la República de Mortadelo y Filemón a la que llamamos España (yo lo haría extensivo a toda esa patética cultura borreguil de Occidente, que no termina de culminar su decadente ocaso), sinó también como apisonadora lección de moral y ética, y retrato psíquico (caricaturesco, eso sí) del homo brutalis contemporáneo, tanto individual como colectivo, a cuyo lado un cromañón o un neandertal parecerían poco menos que Albert Einstein o Wolfgang Amadeus Mozart (sólo por citar a dos grandes genios de la Historia).

Tal es la riqueza de la carga de significados que nos transmite el código de «Que Dios nos perdone», que hasta incluso la trama de la investigación de los asesinatos perpretrados en esta sofocante Madrid (podría haber sido cualquiera de las modernas capitales de la actual dictadura global disfrazada de comprometidas democracias), se antoja anecdótico y secundario.

Lejos de considerarlo como una obra maestra, ni mucho menos, coincido en varios puntos con los fans y entusiastas, tanto de la cinta como de su director (citan mucho a «La Isla Mínima» y «Stockholm» como referencias, pero esta es mi primera cita con el realizador), de algunos de los cuales me ha fascinado el nivelazo de sus escritos, a la altura de esta tan lograda como exitosa producción.

Sin embargo, y desde el principio elemental de la sabiduría popular, desde donde se reza que todas las comparaciones son odiosas, no comparto esa cuasi obsesiva denominación de ‘thriller fincheriano’, con la que tann ligeramente se ha etiquetado a la película. En su día vi «Seven» en el cine, y les puedo asegurar que para mí sería como si me dieran a escojer entre un «bollicao» y una rosquilla de mi abuela Angelina (en paz descanse); o entre una de esas manzanas de supermercado, que como todas las demás, sólo sabe a pepino, y un maduro melocotón que rezuma dulzura en su jugo al hincarle el diente, nada más cogido del árbol.

«Que Dios nos perdone» tiene en verdad las cualidades que la identifican en ese género mal llamado «cine negro»; ese cine que ya en los cuarenta nos presentaba unos personajes cuya moral, personalidad y vicisitudes, los aleja por completo del tópico de «malos y buenos», y el devenir de los acontecimientos en el transcurso del guión, no dependía de tales atributos, como sucede en los cuentos de héroes (ya sean mitológicos o cotidianos). Personajes grises, historias grises, valores turbios... en fin «cine gris», que los celuloides en blanco y negro como «La Jungla de Asfalto», «Fuerza Bruta», «El estraño amor de Marha Ivers»... y tantas y tantas que legaron un estilo narrativo que Sorogoyen ha embellecido con tópicos de rancio abolengo, ambientados entre unos castizos bajos fondos, y la espuria realidad de su cara postmoderna. Ese toque tan autóctono al que ya nos tiene acostumbrados, por ejemplo, José Luís Garci.

Sorogoyen logra romper la barrera de los complejos, y supera con creces a «Seven», que con un Brad Pitt guapísimo, y un Morgan Freeman imponente, en plena forma interpretativa, no logra camuflar el nivel de la bisutería, ante una joya en donde el crimen y el suspense pasan al plano de lo accesorio, y se funden con delicadeza en ese proceso que, con maestría, nos explica el horror a través de la belleza del arte. Mientras que «Seven» es pornografía de la muerte en su puro estado, «Que Dios nos perdone» es poesía.

Y si la imagen, muy bién cuidada por una fotografía que pone la luz en consonancia de lo crepuscular y decadente de la atmósfera recreada, con una cámara que en sus encuadres nos sumerge constantemente en la realidad diegética de los protagonistas, compone en el montaje una excelente métrica de versos, la tremenda partitura de Olivier Arson, perfectamente acompasada con el ritmo narrativo que marca el guión, termina de aprisionar el vilo del espectador durante todo el metraje. Una soberbia música orquestal, como las de antes, que pone las tildes en la expresión dramática de actores, escenas y encuadres.

A diferencia de muchos filmes transatlánticos (aka, importados de yanquilandia), en los que se echa mano del cliché de la antagónica pareja de polis, que a la par que son radicalmente distintos entre sí en sus usos y personalidad, se complementan, y marcan una clara o total diferenciación del villano de turno, el dúo formado por Antonio de la Torre y Roberto Álamo, no cumple la misma función: lo que aquí sostiene la trama, es el equilibrio que mantienen los respectivos perfiles de la tríada formada por los dos susodichos, no menos turbios que la figura del asesino en serie (Javier Pereira).

Si alineamos estos tres astros del arte interpretativo, en el espectro del psicodiagnóstico clásico, obtendremos a respectivos representantes de este contínuo, que va de lo neurótico (Álamo), a lo psicótico (Pereira), pasando por ese «border-line» central, donde se hallaría el personaje de Antonio de la Torre, con un pie en la realidad, y el otro en su particular mundo. Con un claro desequilibrio entre su brillante racionalidad, y su incapacidad de expressar sus emociones y/o de establecer relaciones sociales sanas. Un tanto manipulador, y con trazas de síndrome de Asperger.

Flanqueado por un lado, por su compañero de andanzas Alfaro, de carácter expansivo, agresivo con casi todo el mundo, en especial con sus compañeros... un volcán en contínua erupcion, incapaz de mecer su rabia y frustración; y del otro, Andrés, el asesino en serie, preso de su malsano apego a una figura materna que representa un tiránico sometimiento hasta desde la enfermedad, e incluso el más allá, y tal vez sumado ello a un trauma pasado que lo ha precipitado al ojo de su transtorno.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jordirozsa
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19 de septiembre de 2016
53 de 88 usuarios han encontrado esta crítica útil
Espectacular trabajo de Sorogoyen, que ni Urbizu, para un trabajo acongojante y excelentemente interpretado por la pareja protagonista. Muy bien narrado y con una ambientación de un Madrid turbio y gris, lleno de perdedores, donde te metes en la historia, te retuerce el cuello y no te suelta hasta su amargo y lluvioso final. Es una de las películas españolas de 2016. Sorogoyen planta un órdago al "neo noir" español contemporáneo. ¡Bravo!
enyel
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31 de julio de 2019
32 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
Filmaffinity tiene bastante peso para mí a la hora de descubrir productos audiovisuales y también cuáles decidir ver, pero aquí me la habéis colado, no solo los votantes, también mis “almas gemelas”. Y es que una cosa es que una peli o serie me guste o no y otra que esté plagada de errores y casualidades increíbles (sobre todo si se trata de un film realista) y que al menos a mí me suelen sacar de la historia.

Por poner un par de ejemplos; vengo de ver “El año pasado en Marienbad”, un film complicado, surrealista, de mucha narración… Me aburrió de la hostia, pero no tiene errores tangibles aparentemente para un zote como yo. Ejemplo de lo contrario es “Un ciudadano Ejemplar”, un pedazo de 7 que tiene en esta página con una de las tramas más absurdas y plagada de gazapos e incongruencias que yo recuerde. “Que dios nos perdone” está bastante más cerca del segundo ejemplo que del primero desafortunadamente.

Cierto es que tiene una atmósfera bien trabajada, los actores están fantásticos, en concreto Roberto Álamo que por algo recibió el Goya y la producción y la factura técnica en general, hasta dónde yo puedo entender que es poco, es de una calidad notable. Ahora bien; se supone que es un film policíaco y la investigación es la trama central y lo fundamental, seamos un poco rigurosos, que le veo las costuras hasta yo: la investigación policial es pobrísima, son tan buenos investigadores los protagonistas y está todo tan bien enlazado en la trama que todo avance es fruto de casualidades macarrónicas… (Aclaro; sigo en la parte de spoilers y seré un poco hater)
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MiguelRouco
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25 de marzo de 2017
21 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
48/08(15/03/17) Notable thriller hispano, muy grata sorpresa esta segunda realización del madrileño Rodrigo Sorogoyen, guionizado con él e Isabel Peña (“Stockholm”), denso descenso a los infiernos de la maldad humana, a sus miserias y patetismo moral, enmarcado de modo electrizante para trasladarnos esta idea de cuasi-antesala al purgatorio en que se convierte este Madrid co-protagonista, mugriento, feista, caluroso, decadente, por el que pulula un psicópata que viola y asesina a desvalidas ancianas, ello en un microcosmos de personajes oscuros y disfuncionales, con múltiples aristas, con defectos, lo que los hace más humanos, y nos hace empatizar con ellos. Cinta que te atrapa en la malsana red que va tejiendo poco a poco y que terminará por oprimirte en su sórdido entramado de lacras de nuestra sociedad. Un muy incisivo y profundo guión que enmarca paradójicamente los hechos en medio de una visita del Papa para unas jornadas dedicadas a la juventud en 2011, ello mientras un sociópata veja y mata ancianas solitarias, como queriendo gritar que nadie se preocupa de la tercera edad, son “material obsoleto”, brutal. Denota influencias claras al David Fincher de “Seven” (1995) y “Zodiac” (2007), por su sequedad, por su crueldad visual, por su villano singular. Apoyado en un trabajo actoral glorioso, con secundarios que dotan de altura dimensional a los protagonistas, Roberto Álamo y Antonio de la Torre extraordinarios, la fuerza dramática emocional que transmiten traspasa la pantalla.

Sorogoyen edifica un relato agrio, adusto, con personajes defectuosos, en medio de un mundo que parece devorarse a sí mismo en su decadencia moral, en su pobreza física y espiritual, con un arranque que engancha por lo bien que describe a los personajes, no son héroes, son personas de carne y hueso con sus taras y virtudes, que se desenvuelven en una sociedad violenta (vemos salpicadas escenas de manifestaciones y represión policial en la tele), embebida de religiosidad y a la vez egoísta, una sociedad degradada. Más preocupada de esconder la suciedad bajo la alfombra de la invisibilidad mediática, a estos no les “pone” la muerte de una “vieja”, todo sea por mostrar un hipócrita escaparate de fervor cristiano sin mácula. Las falsas apariencias ocultando la realidad de un submundo viciado en su podredumbre, una ciénaga donde lo peor de la naturaleza humana sale a flote, transmitiendo para ello con ingenio sudor y calor que se nos cuela en la epidermis, con recursos como que el aire acondicionado del coche no funcione, el sudor en las axilas, o Alfaro siempre con una botella de litro y medio de agua. El realizador hace un descarnado lienzo propio de Goya y su serie negra (ej, “Saturno devorando a sus hijos” o “Duelo a garrotazos”), pintando el patio trasero de nuestra juventud, la vejez, como un sumidero de personas que solo parecen encontrar consuelo en la religión, donde cualquier esperanza no es más que una mentira que las devora, su aislamiento social es un muestra de nuestro egoísmo patológico.

El director amasa con intensidad un atmósfera cerrada de esperanza, donde prima el individualismo y el sálvese quien pueda, en un desarrollo tan fluido como tenso, con diálogos inteligentes que discurren con tremenda naturalidad y frescura y a la vez describiendo con hondura a los personajes, salpicando de humor que sirve además de para hacer digerible, para humanizar y dar patina de realismo. Sorogoyen para impactar y dar relieve al salvajismo del asesino no se priva de que asistamos con detalle a como ha dejado a sus infelices víctimas (elemento en el que se asemeja a “Seven”), imágenes nada políticamente correctas, de las que dejan huella en el subconsciente, no aptas a todos los estómagos, esto baña de autenticidad y nivel tétrico el metraje

Tiene su núcleo en la buddy-movie, dos protagonistas pareja policial, diferentes entre sí y a la vez con muchas similitudes, con dificultades para socializar y con dificultades en su vida íntima: El inspector Velarde introvertido (por su tartamudez), meticuloso en su proceder profesional, pero apocado y cobarde, solitario que anhela a la limpiadora de su piso. Interpretado por Antonio de la torre de modo fascinante, imprimiéndole complejidad, mundo interior, fragilidad, grietas emocionales, impresionante la naturalidad de su tartamudez, su química con Roberto Álamo es vibrante, magnífico en su lenguaje corporal y gestual para hacernos creíble el personaje sin caer en la fácil sobreactuación (propia de encarnar esta patología), Formidable; El inspector Alfaro es su contraparte, visceral, impulsivo, violento, otro arrollador, temerario, autodestructivo en su rabia interior, con problemas con su familia, con su distante esposa y con su rebelde hija adolescente. Roberto Álamo lo encarna con una pasión brutal, rudo, temperamental, desplegando un dignidad y potencia ardorosa tremebunda, inunda la pantalla con un carisma enérgico, le otorga fondo, debilidad, frustración, melancolía, siempre un volcán a punto de estallar, con una compenetración con de la Torre espléndida, haciendo brotar entre los dos momentos ardientes de sensaciones, Colosal; Los dos con fantasmas en que les atosigan, los dos nobles a su manera, los dos unos perdedores, y lo mejor, el realizador no juzga, expone. El film entremezcla de modo hábil las dos tramas, la del asesino y la de las complicadas vidas sociales de los protagonistas, componiendo un entramado que se retroalimenta uno del otro.

Entre los secundarios sobresale un brillante José Luis García Pérez en el rol de jefe de policía Sancho, dotado de un cinismo y vis cómica notable, con contención y mesura demuestra grandes dotes interpretativas, con interacciones con los protagonistas fenomenales, desplegando mordacidad, ironía y mucha mala baba, ejemplo de la autoridad que se dobla ante la opinión pública... (sigue en spoiler)
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TOM REGAN
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1 de noviembre de 2016
38 de 63 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hacer a estas alturas un thriller con dos policías totalmente antagónicos, que investiguen a un asesino en serie es algo realmente difícil; sobre todo por el hartazgo que desde el cine americano -y el europeo también- hemos tenido desde hace 20 o 30 años. Inifinidad de extraños compañeros en las investigaciones, desde la pareja de "Seven" hasta la estudiante del FBI que recurre a un psiquiatra sociópata para descubrir a un asesino que no para de hacer de las suyas. Y siempre sucede lo mismo, en un patrón con el que casi se podrían hacer infinitas variaciones sobre lo mismo: psicópata lleno de peculiaridades, investigación cada vez más compleja, investigadores inteligentes pero mal adaptados a sus vidas cotidianas pero que con su agudeza descubren los mínimos indicios...

Como ya digo, todo muy trillado. Quizás la única novedad al género que aporte Sorogoyen en su tercer largometraje es el contexto en que se desarrolla la historia -nada más y nada menos que la visita del anterior Papa en el año 2011 a Madrid, en pleno estallido del 15 m...- y sus dos singulares protagonistas: un tímido y agudo inspector tartamudo -ejemplarmente interpretado por un Antonio de la Torre brillantísimo, como siempre- y un verdadero bestia de compañero, con serios problemas de actitud y carácter -Roberto Álamo siempre en la cúspide de la interpretación, no se puede hacer mejor. Lo de este hombre es digno de mención-. Al igual que Garci consiguió con "El Crack" ubicar toda la mejor tradición del cine detectivesco, dotándolo de personalidad en la España de los 80, esta película reubica todo lo que hemos visto en el cine norteamericano en los barrios más castizos de Madrid. No huele a hamburguesas y coca cola, sino a cerveza y tortilla de patatas.

Y poco más, porque el desarrollo bebe directamente de todas las películas de policías y psicópatas de los últimos tiempos, aunque en su segunda mitad hay un pequeño bache de ritmo y demasiadas concesiones argumentales en un desarrollo de guión que podía haber estado mucho mejor articulado y donde suceden demasiadas cosas "por casualidad" (por casualidad para llegar a una determinada meta, claro...).

Especial mención merece la factura de la cinta, con una excelente fotografía, y lo que es más importante, una banda sonora escalofriante que funciona a la perfección y que añade una atmósfera bastante original a la película, inquietante en todo momento. Las secuencias de acción están bien rodadas, pero a este director aún le falta para aportar verdaderos recursos originales a este tipo de películas.

Pero vamos a lo más importante, que los personajes funcionan. Aunque no con una precisión milimétrica de dámero, pero lo suficiente como para que la investigación -y lo que es más importante, la resolución...- sea lo suficientemente atrayente para mantenerte interesado -a pesar de ser predecible en la mayoría de los casos-. Y la película también, a pesar de sus momentos más flojos, y que en realidad es algo que ya estamos un poquito hartos de ver una y otra vez en cine, televisión, en los informativos y hasta en youtube.

Aparte de las esplendorosas interpretaciones no sólo de los dos fantásticos protagonistas, sino de todo el reparto -donde podemos destacar a un José Luis García Pérez francamente brillante-, "Que Dios nos perdone" es también un revulsivo para ver toda la mayor sordidez que podemos encontrar en todas las capas de nuestra actual sociedad, vista a través de una voluntariosa y escéptica mirada.
Federico_Casado
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