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Narciso Negro

Drama Un grupo de monjas occidentales abre un hospital en un antiquísimo templo en las remotas montañas del Himalaya. A las dificultades económicas y a la hostilidad de los nativos, pronto se suman las tensiones entre las propias monjas. Un agente británico intentará mediar entre ellas para solucionar sus problemas, pero su presencia acabará despertando, con consecuencias fatales, la sexualidad reprimida de algunas hermanas. (FILMAFFINITY)
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Críticas 23
Críticas ordenadas por utilidad
24 de septiembre de 2012
21 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
El binomio Powell-Pressburger alcanzan aquí la perfección estética y argumental a partes iguales. Con una fotografía rabiosamente preciosista, casi mágica, sobre unos decorados de lírica majestuosidad, nos presentan un lienzo fascinante desde la estética. Pero con ello son capaces de servirnos una propuesta argumental bien jugosa.
Un grupo de monjas son enviadas a un templo en los confines del Himalaya, una especie de Sri Lanka ancestral aislado del resto del mundo. Allí darán educación a sus gentes y atención médica mientras promulgan la fe. La descripción de cada personaje es claramente definido: la rigurosa superiora interpretada por Deborah Kerr, la díscola y enigmática Ruth o la tenaz y veterana trabajadora campestre con el rostro de Flora Robson.
Más allá del retrato costumbrista, la atmósfera y aislamiento del paradisíaco entorno provocará dudas y luchas interiores; la presencia de un hombre afincado en el lugar despertará la sexualidad y los recuerdos de antaño, dando lugar a conflictos psicológicos entre ellas y desavenencias con los habitantes.
La idílica estancia se va tornando diabólica cuando una de ellas cede a la locura y los sucesos avanzan hacia un tenso final en la campana instalada al borde de un profundo e insondable abismo (vertiginosos planos cenitales del lugar).
Todo el reparto está espléndido y puede verse a una jovencísima y exótica Jean Simmons, sin embargo los personajes casi son engullidos moviéndose en torno a un avasallador diseño artístico rebosante de ignota belleza, una de las fotografías más hermosas que haya visto en una pantalla, dándole un halo de misterio y leyenda al relato. Un deleite visual para un guión de inquietante poder psicológico, plagado de imágenes que se adhieren a la retina.
Wellesford
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19 de agosto de 2016
16 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde el punto de vista "artístico" es innegable que la propuesta es una obra maestra donde probablemente los colores saturados del Technicolor inventado hace ahora cien años nunca se explotaron con mayor acierto. El mérito de Powell, Pressburger parece que pasaba de los rodajes, debe mucho, muchísimo a su director de fotografía el excelso Jack Cardiff que se llevó el Oscar junto con la dirección artística de Alfred Junge, que supo recrear el exótico ambiente del Himalaya en estudio.
Solo por el trabajo de Cardiff y Junge la cinta es de obligado visionado. Otra cosa es el desarrollo de la historia y sus personajes tomada del bestseller de la escocesa que vivió en la India Rumer Godden.
No hay un solo plano en que Powell no apueste por el esteticismo a ultranza, tanto que al final la imágen y buena parte de las actuaciones del elenco nos retrotraen al cine mudo con excesivos subrayados de intenciones en primerísimos planos en detrimento del texto y del proceso actoral, con un montaje sincopado que resta credibilidad al proceso psicológico de los personajes, por mucho que se esfuercen Deborah Kerr y Kathleen Byron en aflorar sus pasiones con la escasa química que mantienen, probablemente por culpa de la dirección, con David Farrar. El melodrama no es creíble y pasamos directamente al ambiente de terror, una vez más magistralmente expresado mediante la fotografía y las posibilidades de la escenografía, que desembocará en un clímax más que previsible, que supongo funcionaría en la época mejor que ahora.
Podemos buscarles las vueltas y decir que lo que consiguen Powell y Pressburguer es que sea la propia propuesta estética la que conduzca el drama de estas monjas católicas que tuvieron que convertirse en protestantes por la censura, de mundano pasado, que se suprimió en los USA por lo mismo, en un serrallo hindú propicio para el choque de culturas y la suelta de las pulsiones sexuales, más apropiado para los melodramas ingleses de la factoría Gainsborough Pictures.
Si esta hubiera sido la auténtica intención de los "arqueros" a un servidor no le funciona. No empatizo con los personajes ni con sus bondades y miserias y la mirada sobre la forma de entender la vida de la cultura autóctona acaba por parecerme un expositor de vestuario y complementos que intentan competir sin lograrlo, por supuesto, con la belleza impagable de Jean Simmons.
ELZIETE
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28 de octubre de 2013
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocas parejas de directores han tenido una relación tan fructífera como la que, durante las décadas de los cuarenta y cincuenta, consiguieron Michael Powell y Emeric Presburger en su trabajo conjunto. Y pocas películas dirigidas a cuatro manos (con permiso de los hermanos Coen) han conseguido tener un sello tan personal y único como las dirigidas conjuntamente por estos dos directores.
Especialmente durante los cuarenta, esta colaboración fue la responsable de películas tan especiales como Vida y muerte del coronel Blimp, A vida o muerte, Las zapatillas rojas y la que nos ocupa, Narciso Negro, seguramente una de sus películas más conocidas y aplaudidas.
No se con que percepción sería recibida Narciso Negro cuando se estrenó allá por 1947, pero supongo que sería una de las películas más atrevidas, arriesgadas y modernas de ese momento, y es que todavía hoy en día, tiene esa fuerza especial que solo el cine destinado a trascender su época es capaz de transmitir.
La historia de Narciso Negro sigue a cinco monjas eurpeas que son destinadas por su congregación a un convento que se encuentra en las altas cumbres del Himalaya, donde tendrán que poner en marcha un hospital para los nativos de la zona. Allí se encontraran con un paraje natural tan deslumbrante como hostil que dificultará su adaptación a las nuevas condiciones de vida. Además el propio funcionamiento de los habitantes de la zona, y la presencia de un hombre occidental que media entre ellas y la gente del lugar, tampoco ayudará a que estas cinco monjas encuentren la estabilidad necesaria para llevar a cabo su cometido. Todo esto afectará de manera absolutamente desquiciada a la relación entre la novata madre superiora , la hermana Clodagh, y la compleja y distante hermana Ruth. Un duelo en las alturas que culmina con una última parte sencillamente arrebatada y fascinante.
Es francamente admirable como los dos directores, y también guionistas, consiguen transformar los que, aparentemente, era un exótico, colorido y delicioso melodrama de aventuras en un drama psicológico tan extremo como el acaba siendo Narciso negro, sin caer en ningún momento en el ridículo más escandaloso, sino, más bien al contrario, consiguiendo una transición tan sutil como contundente. El enfrentamiento final entre una abrumada Deborah Kerr y la desquiciada y genial Kathleen Byron contiene algunos de los momentos más inquietantemente bellos que he visto en mucho tiempo.
Y es que el enorme talento visual de los directores alcanza en esta película un protagonismo único, como en pocas películas hasta la fecha. Las imágenes de Narciso Negro son, desde las más bucólicas hasta las más oscuras, unos de los alardes visuales más imaginativos y ricos que se pueden disfrutar en una pantalla. Sorprende saber que la película fue rodada exclusivamente en interiores de estudio. Algo que engrandece todavía más el magistral trabajo del director artístico y, sobre todo, el del genial director de fotografía Jack Cardiff, uno de más grandes (el más?) de su profesión.
En difinitiva, Narciso Negro es, aun hoy, una experiencia que transmite sensaciones especiales y únicas, que dan la razón a esa mítica frase que habla de la magia del cine.

8.5
ernesto
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29 de abril de 2010
18 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película del director británico M. Powell, sobre las dificultades que encuentran un grupo de monjas designadas a educar a mujeres y niños en un pueblo ubicado en las altas cumbres del Himalaya.
Aspectos a destacar: linda fotografía, buena caracterización de la gente del lugar, un film que va ganando en intriga por la conflictiva relación de 2 monjas, etc.. Problema: la película fue censurada y cortada en secuencias centrales, con lo cual luce fragmentada, sin un desarrollo de historia del todo articulado. Una lástima, pues la película me estaba resultando muy interesante.
nicson
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17 de abril de 2016
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
La fe es un regalo ingrato.
Una virtud amparada en la creencia de que las cosas deben prosperar, sin nada que pueda asegurar que, efectivamente, lo harán. Se enseña desde siempre que es algo deseable, y sin embargo hay momentos en que puede ser la peor de las maldiciones.
Sencillamente, hay lugares que no están hechos para la fe, igual que nada florece en una montaña nevada.

'Narciso Negro' es poderío cinematográfico.
Un inmenso cuadro cincelado en colores intensos, que busca remover las entrañas de nuestro propio ser. Ya lo hace la Madre Superiora cuando llama a la Hermana Clodagh, para explicarla que va a tomar el liderazgo de una escuela y enfermería sumergida en el Himalaya, pero eso solo es el principio. La tensión, cuidadosamente construida en silencios y opresiva atmósfera, estalla cuando la Madre Superiora juzga a la monja demasiado joven y errónea para el puesto: más sabe el Diablo por viejo que por Diablo, dicen.
Sería muy fácil decir que es un viaje a la locura, porque no lo es, muy al contrario, es una lucha contra la razón. La de unos pueblerinos que saben perfectamente como sobrevivir en la dura cordillera, y la del Señor Dean, británico que aprendió hace mucho tiempo a respetar las leyes no escritas de dicho entorno. Muy al contrario, las monjas solo cuentan con la palabra del Señor, y la creencia ciega de que esta puede ser seguida incluso en los confines del mundo.

El lugar mismo parece burlarse de sus ropajes, desafiando su blancura con una catarata de colores intensos: parece que en ese palacio, un antiguo harén, los murales de mujeres desnudas se burlan de su castidad, siempre enterrada en telas. Según habla el Señor Dean, ese lugar tiene su propio viento, su propio carácter, y quizás era perfecto para celebraciones sensuales, que no fantasías de civilización.
Hasta los lugareños, que se nos ofrecen en toda su plana inocencia, desprecian cualquier símbolo, y no temen en absoluto estar a punto de tirar una estatua de la Virgen: su única motivación para estar ahí es el apoyo económico de un maharaja indolente y ajeno a su pueblo. El único deseo sincero de estar ahí vendrá del joven General, un apuesto oficial sediento de saber pero demasiado ingenuo de sus propias debilidades.

La tarea se torna tediosa, y según pasan los días, los tañidos de la campana al borde del precipicio suenan cada vez más ahogados, incapaces de reclamar su sitio en ese paraje apartado. Ese mismo precipicio parece hacerse más insondable, amenazando la cordura de una Madre Clodagh que antes lo miraba con neutralidad, y ahora con miedo.
Kanchi, la chiquilla de belleza exótica que les dejan a su cuidado, parece conjurar en su baile (y en sus ojos) la única santidad posible: la que hechiza a los hombres de moldeable voluntad como el General, y nubla las monjas con jirones del pasado. Por eso, la hermana Briony exclama con pesar que cada día se acuerda menos del objetivo de su orden, y Clodagh recuerda sin querer el momento en que se dijo a si misma que siempre sería feliz y libre de preocupaciones: un juramento que encerró en una cáscara de hábito y represión, una demostración de que la llamada del Señor te hace fugitivo de tu vida anterior.

Son ellas, tan seguras de si mismas, las que acabaran pidiendo consejo del Señor Dean para lidiar con las gentes, como las mujeres de antaño sometidas a un hombre, dentro de ese mismo palacio, un sutil testimonio de que el espíritu de los lugares no cambia, como tampoco lo hace el curso del río.
La hermana Ruth es quien acabará por tomar parte de ese influjo y descubrirá sus formas femeninas, largo tiempo aprisionadas, y poderosamente perversas una vez liberadas. No es de extrañar que a ojos de Clodagh ese momento sea puro terror: su feminidad latente también llama a la puerta, queriendo igualmente vestir un bonito vestido, deseando manchar sus labios de un carmín ardiente, no atreviéndose porque no sabe si será un camino sin retorno.

La riqueza de 'Narciso Negro', entonces, reside en su capacidad para quitar la máscara de la religión y la creencia, revelando las pulsiones apasionadas e incontrolables que siempre laten bajo ella.
Era un error pensar que los recuerdos de la felicidad pueden quedar enterrados para siempre, que uno mismo puede convertirse en tumba de tela, y ayudar al prójimo sin mirar jamás atrás. Porque un ídolo de madera nunca podrá tapar el egoísmo, la lujuria y la locura.
Y porque siempre existirán lugares como ese palacio que se oculta en la niebla, deseando liberarlos.
Charles
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