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El viento nos llevará

Drama El rodaje de una película en la pequeña localidad kurdo-iraní de Siah Dareh provocará una pequeña revolución entre los habitantes del pueblo, convencidos de que los miembros del rodaje son en realidad buscadores de un tesoro que se halla en el cementerio local. (FILMAFFINITY)
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Críticas 23
Críticas ordenadas por utilidad
29 de octubre de 2008
60 de 66 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un equipo de rodaje espera una muerte para poder grabar así una ceremonia fúnebre tradicional. Macabro, dirán ustedes. Macabra la vida pues, que en el fondo viene a ser lo mismo.

Kiarostami recurre a planos generales de carreteras sinuosas, conversaciones en off, encuadres fijos y fueras de campo... Ese estilo conlleva el rechazo de una estructura visual típica, sin planos habituales de narrativa convencional. A mí me parece que la pretensión disociativa de esta construcción de imágenes, podríamos llamar opacas, responde a las necesidades de las historias que Kiarostami aborda: no vemos al equipo de rodaje; la anciana moribunda es un comentario, tampoco la vemos; la chica de la cueva oculta el rostro... Kiarostami niega a su vez, como parte de esa desconexión con el espectador, cualquier familiaridad con los personajes y fomenta cierta antipatía hacia el forastero protagonista. Igualmente, los imposibles diálogos también son así, imprimen una sensación elusiva, deslavazada y repetitiva.

El propio Kiarostami dice que su objetivo es mostrar sin mostrar, yendo más allá de lo que físicamente se representa. No pretende contar una historia ni involucrarnos emocionalmente con personajes. En ese sentido, toda la película es un descomunal tiempo muerto, que tiene en la abstracción su objeto fundamental. Ninguna situación aporta nada al desarrollo de la historia, el metraje es una constante dilación, una infructuosa demora que no lleva a ningún sitio. Alarga las tomas, se entrega a encuadres que no explican y nos escamotea planos que, desde un punto de vista académico, son estructuralmente necesarios para la construcción normal o natural de las escenas. Todo esto tiene una finalidad, claro, y yo diré, en defensa del iraní, que así es como me llega la vida de estas gentes. Un constante divagar entre carreteras de tierra y rutinas arcaicas de una aldea del Kurdistán. Creo que es una estupenda forma de trazar el abismo que suponen esos pequeños pueblos de polvo y olivos con respecto al director y, más aún, con respecto al espectador occidental. La mejor forma de representar la diferencia entre nuestro mundo y el de esos lugareños proyectados de forma fragmentaria.

La presencia de la muerte es constante, y esa latente amenaza del paso del tiempo conlleva, creo, una sutil evolución en el personaje principal. Es un hombre austero, casi soberbio, que irá asumiendo nuestro plazo caduco a medida que se ve inmerso en la paz de esas casonas donde las cosas suceden despacio, y donde se te ofrece la posibilidad de reflexionar sobre esa fugaz existencia que pasea entre las nubes o navega sobre un fémur arrastrado por la corriente. Olvidándose del móvil, los plazos y el equipo de rodaje, una nueva forma de mirar aparece. Una mirada que reconoce el valor del viento moldeando el trigo, o del silencio que llena un plano general.
Bloomsday
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31 de marzo de 2006
40 de 45 usuarios han encontrado esta crítica útil
Escrita, montada, coproducida y dirigida por Abbas Kiarostami, se rodó en Siah Dareh, aldea del Kurdistán iraní, a 700 km. de Teherán. El título es el de un poema de Foraugh Farrokhzad (1935-1967). Nominada a 4 premios del Festival de Venecia, obtuvo 3: mejor película, FRIPESCI y el Gran Premio del Jurado.

La acción tiene lugar durante un mes, aproximadamente, de 1999 en Siah Dareh. Narra la historia del ingeniero Behzad Dourani, jefe de un grupo de 3 técnicos de cine, que acuden al lugar para filmar una ceremonia fúnebre. La agonía de la enferma terminal, la Sra. Maleba, postrada en cama, se prolonga, mientras los técnicos se ven inmersos en una larga espera.

La película es un canto a la vida, que traspira naturalidad y poesía. El realizador desarrolla un bonito discurso sobre el valor de la vida, inmensamente rica como fuente de gozo y satisfacción. El valor de la vida se define por contraste con la muerte, que evocan el cementerio, el fémur que encuentran al construir una zanja, la larga espera de la muerte, el proyecto de filmación de una ceremonia fúnebre, la vejez avanzada del Sr. Machi, etc. Su exaltación se construye con elementos tan vivos como la discusión entre la mujer que sirve tés y el marido indolente, la descripción de la carga de trabajo de una jornada laboral, el descanso de varios hombres ante una taza de té, la tortuga que avanza lentamente y que recupera la posición natural cuando la ponen boca arriba, la presencia del médico que lleva en la moto un botiquín lleno de remedios, el niño, la escuela, etc. La película pone en relación las costumbres antiguas y la vida modesta de los aldeanos con los símbolos opulentos de la vida moderna (cine, móvil, todoterreno). Al mismso tiempo elogia la calma de la aldea y la sabiduría popular frente a la impaciencia de los técnicos y los fallos de los instumentos occidentales modernos. Son escenas de gran belleza la de la cueva en la que una joven ordeña una vaca mientras el ingeniero recita versos de un poema, la de la tortuga, la del fémur humano arrastrado por la corriente viva de un riachelo.

La música, de aire tradicional y étnico, refuerza el clima de sosiego, austeridad y paz de la aldea. La fotografía resalta los paisajes inmensos del lugar, el dorado de las mieses, los ocres del camino, los tierras de las casas y los grises del conjunto de la aldea. El guión hace bellas elipsis en busca de una economía de medios que subraya la de la aldea y los aldeanos. Los diálogos son de gran sencillez y de sugestiva ingenuidad. El relato se mueve en una zona intermedia entre el documental y la ficción. La interpretación, a cargo de actores no profesionales, salvo la del ingeniero Behzad (Behzad Dourani), desborda naturalidad. La dirección olvida los cánones del cine occidental, a la búsqueda de una narrativa reposada, contemplativa y reflexiva, de trazos orientales.

La película destila encanto y lirismo. Invita a la reflexión y a la relativización de los cánones occidentales.
Miquel
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26 de noviembre de 2006
34 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde un principio, en el que me sentí dentro del camino al pueblo, la película me absorbió. La belleza que extrae de los paisajes, del pueblo, de las gentes. La sugerencia en las formas, la invitación a participar concediéndonos siempre una posición en la escena (o prohibiéndonosla). El cariño y respeto en la descripción, y crítica, de la sociedad rural.
Todo ello te arrastra de tal manera que olvidas un ritmo, como siempre en Kiarostami, lento y repetitivo. Me quedo con esa forma de contar que ya no sorprende por que la hemos visto en sus obras anteriores, pero que sigue embriagando; con esas sorpresas que te encuentras en el recorrido por una pequeña aldea, mucho menos homogénea y previsible de lo que uno esperaba; con metáforas incómodas como la idea de llevar un fémur humano en el salpicadero del coche; con la contraposición entre lo urbano y lo rural. Del primero critica las prisas, la superficialidad personificada en un grupo de hombres que de este viaje no se llevará más que el sabor de unas cuantas fresas. Del segundo el conservadurismo y el machismo donde la mujer sólo puede servir el té a su propio hombre.
Y, por supuesto, me quedo con el amor a la vida que rezuma la obra de Kiarostami a cada fotograma, evidenciado una vez más por contraposición a la muerte.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
ibán
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6 de noviembre de 2009
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
A un poblacho iraní llegan tres personas venidas de Teherán buscando algo, un secreto, un misterio (por lo que parece, hacer un reportaje sobre una más que centenaria mujer que está a punto de morir...). Otra vez el incorregible y casi ya mítico en diversos círculos Kiarostami reduce el cine y la vida a su caja minimalista y otra vez se narra la historia de una búsqueda en la que el valor real de lo que en la pantalla pudiera ser buscado queda enterrado por el valor moral de lo que Kiarostami quiere que busquemos: la identidad de cada uno, una fe para seguir creyendo en lo nos rodea, a Dios, a la Naturaleza y la poesía como alimentos bellos e irreductibles para seguir creyendo que éste es un mundo que merece la pena. Un discurso a contracorriente y muy cerebral, harto discutible y discutido, pero legítimo y plasmado en imágenes limpias, sugerentes, que se repiten una y otra vez, alargando una anécdota argumental que deviene concéntrica, desarrollada bajo ese prisma humanista y naturalista tan propio de Kiarostami, sin ofender a nadie, todo claro, todo transparente, todo hermoso, todo bondad y solidaridad. Kiarostami desde su minimalismo prosigue, pues, con su apología del ser humano y la solidaridad (¿seguro?) entre las gentes, de la relevancia suprema de las cosas pequeñas (esto sí me gusta), de la cotidianiedad, de lo tradicional (es feroz la crítica a cualquier atisbo de tecnicismo con la tantas veces repetida secuencia de la llamada al móvil), de la contemplación de las cosas bellas y simples, de la serena poesía. Y se apoya en actores no profesionales -cúan Pasolini- y fabrica otra magnífica obra artesanal, dónde hay un desprecio por el montaje y el tecnicismo cinematográfico premeditados.
No me cabe duda de la calidad del cine del iraní y estoy más en la orilla de los que creen que es un gran cineasta que no un pesado con prestigio bendecido, pero es indiscutible que hacen falta no pocas tragaderas para que el público llano y no cinéfilo pueda soportar tales obras sin los terribles efectos secundarios de la somnolencia, la apatía, el hastío o la desazón, y es que vista una, mejor o peor, están vistas todas. Pese al hálito de frescura que te pueden transmitir.
kafka
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19 de abril de 2013
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es un pueblo de casas bastante blancas, pero sus moradores lo siguen llamando, como sus antepasados: El Valle Negro. Las construcciones son tan humildes como sus ocupantes, pero se respira allí un ambiente de paz, camaradería y solidaridad que apenas, ocasionalmente, se ve interrumpido por una discusión de pareja, una enfermedad o un accidente.

Hasta, El Valle Negro, han llegado tres hombres que tienen como tarea hacer un reportaje fílmico sobre el funeral de una señora que, al parecer, se encuentra en grave estado de salud. Pero mientras esperan que el deceso ocurra, el ingeniero Behzad establece una interesante relación con un inteligente y muy bien enterado chico, llamado Farzad, y con él, y con otros incidentales habitantes de aquel lejano pueblo, irá conociendo su compromiso con la vida, con sus congéneres y con el amor.

Con ese habitual minimalismo que caracteriza su cine, el director iraní, Abbas Kiarostami, se impone aquí el extremo, hasta el punto de utilizar muchas voces en off para ahorrarse actores y evitar repeticiones, haciendo muchas tomas en plano general para poder suplir con el doblaje las dificultades que pudieran tener sus actores naturales, y sirviéndose de muy pocos escenarios para desarrollar la historia. En, <<EL VIENTO NOS LLEVARÁ>>, todo ésto va causando cierto agotamiento, porque se cae mucho en lo reiterativo sin mayor sustancia; fatigan esas repetidas salidas en coche en busca de una colina para poder obtener una señal telefónica (aunque dejan muy bien plantada la crítica a las comunicaciones); y resultan muy monótonas las conversaciones siempre caminando con los actores casi en tomas de teleobjetivo o también en coche donde apenas vemos (las más de las veces) el rostro del ingeniero, un personaje que, por otro lado, resulta muy poco carismático.

Kiarostami, logra de nuevo su particular homenaje a la tierra (naturaleza plena, paisajes inspiradores y relajantes, animales muy activos y útiles en su relación con el hombre…) y, de ésta manera, persiste en que aquí todo está bastante bien y que no hay muchos motivos para andar interesándose en el más allá. Queda también muy bien plasmada la calidad de su gente, y sin mayores alegatos contra el olvido en que les pudiera tener el Estado (la escasez de fármacos -que no es tan malo si bien sabe verse-, y la ausencia de medios de comunicación que, a la gente no le preocupa para nada, porque nada reclaman del mundo exterior y tienen además harto tiempo para las relaciones interpersonales), muestra que es viable allí la sobrevivencia, pues, abundan los ancianos... y ni siquiera la señora que les permitiría cumplir con su trabajo, da muestras de querer emprender el largo viaje.

De notable belleza el poema de la escritora iraní, Forough Farrokhzad, que da el título a la película:
“Si algún día pudieras venir a mi casa
Tú, que eres tan amable
Tráeme una lámpara y una ventana
Por la que pueda ver a la gente
Que puebla la alegre calle”…
Luis Guillermo Cardona
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