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El último vaquero (TV)

Western Monte Walsh es un buen vaquero que ni sabe, ni quiere hacer otra cosa en la vida que ser vaquero. La inminente llegada del ferrocarril, de las compañías que compran ranchos y de las nuevas tecnologías hacen que los vaqueros tradicionales tengan grandes dificultades para encontrar trabajo. A pesar de todo, Monte sigue fiel a sus principios e intenta no dejar de trabajar como vaquero.... Remake de "Monte Walsh" (1970). (FILMAFFINITY)
Críticas 4
Críticas ordenadas por utilidad
21 de septiembre de 2009
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nos cuenta la historia de un grupo de cowboys a finales de siglo XIX, época en la que el progreso en forma de corporaciones y la llegada del ferrocarril hacen cada vez menos necesarios sus servicios, mostrándonos de manera brillante, emotiva y muy entretenida los diferentes caminos que este grupo de compadres toman para buscarse la vida y lo difícil y en algunos casos cruel que resulta tal adaptación.
No hay buenos ni malos, solamente gente que toman decisiones ante los que se les viene encima, estamos ante un buen western crepuscular, por lo que no esperen tiroteos a tutiplén, enfrentamientos sangrientos ni truculentas venganzas (aunque haberlos, haylos y por cierto muy bien filmados) sino una pausada, buena y bien contada historia que te atrapa desde el primer momento, te pone una sonrisa en la cara que tan solo abandonas en determinados y muy emotivos momentos que realmente te tocan la fibra y te hacen disfrutar (al menos a mi) como hace mucho tiempo que no lo hacia con un western.
Dirigida por el nunca suficientemente bien ponderado, el australiano Simón Wincer (responsable de otros 2 buenos western, “Paloma solitaria 1989” y “ Un vaquero sin rumbo 1990”), rodada en unos magníficamente fotografiados paisajes canadienses, con una excelente banda sonora a cargo de Eric Colvin que suena al mejor estilo Dimitri Tomkin y un reparto de lo más apropiado y hasta diría deslumbrante para tratarse de una producción destinada a Tv y DVD, a saber: un Tom Selleck con 58 años que se come la pantalla como Monte Walsh, ese “ultimo cowboy” que pone sus principios por encima de cualquier otra consideración, Keith Carradine tres cuartos de lo mismo como Chet Rollins, su mejor amigo y compadre de correrías, Isabella Rossellini haciendo un gran trabajo como 'La condesa' Martine, la prostituta extranjera que mantiene una larga en el tiempo relación amorosa con Monte, William Devane compone un contenido y recio papel como el capataz atrapado entre 2 mundos, George Eads sorprende con su papel de Frank 'Shorty' Austin, ese joven e impulsivo vaquero que concatena una decisión equivocada tras otra, y para finalizar y no extenderme más, señalar que también podemos ver a Robert Carradine en alguna que otra escena sin peso en la historia como uno de los vaqueros del rancho y a Wallace Shawn como un empresario de circo que busca un tipo duro y que sepa montar para su espectáculo.
Sigue en spoiler por falta de espacio:
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
tiznao
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17 de mayo de 2011
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Buen telefime que merecería pasar a la gran pantalla más que muchas superproducciones que no aportan nada al cine. Esta tampoco, pero está hecha de una forma pausada, buena fotografia y te hace pasar una buena tarde, pues está llena de buenas intenciones y Tom Selleck no está masl, a parte de descubrir que Isabella se parece cada vez más a su madre Ingrid.
Narra la dureza de un vaquero que con el final de siglo ve como su profesión, que es su vida, va desapareceiendo sin remisisión y él es incapaz de evolucionar. También hay lugar para el amor, la amistad y el dolor.
Interesante.
franio risji
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17 de marzo de 2019
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película posee intensidad emotiva y la trama discurre como un canto en el que la añoranza y el respeto por los antiguos vaqueros quieren ser los protagonistas.
Presenta un anecdotario sucinto a modo de instantáneas que toman vida y es pródiga en ofrecer mil imágenes hermosas con música incorporada para contar una historia de hombres recios en tiempo de crisis como consecuencia del cambio de modelo en la explotación económica de final del siglo XIX.
Postales del viejo Oeste presentadas en un álbum con cubiertas de cuero repujado y envuelto en celofán.
ABSENTA
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13 de diciembre de 2020
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pregunta que hace un veterano vaquero, Chet Rollins (Carradine), y respuesta que le da su buen amigo y colega Monte Walsh (Selleck). Fin de la cita que nos sirve para entrar en el drama que se desarrolla en la cinta, donde un puñado de esforzados conductores de ganado y domadores de potros se baten en retirada de la vida y de la profesión.
Estamos en el poblado de Antelope Junction (Wyomin) en 1862, y las grandes empresas del Este compran los ranchos y despiden a los trabajadores sin contemplaciones. Todo muy crepuscular y triste.
En este sentido abundan frases que enfrentan la inexorable modernización que llega al Oeste con toda una forma tradicional de entender la vida: "La Compañía no entiende de caballos. -Ni tampoco de hombres". Hombres con un sueldo de 25 dólares al mes comidos y dormidos en barracones comunes, bajo la dirección de capataces que son compañeros: "¿Perdería su empleo por ellos? -Perdería mi vida por ellos", pues lo único que realmente tienen es "Libertad y orgullo", en realidad "Solo tienen sus propias reglas. No están escritas. Se viven". En lo sentimental las cosas tampoco van mucho mejor, pues "Los vaqueros no se casan, salvo que dejen de ser vaqueros".
Pueblos con su saloon y su almacén, su casa de baños que dirige el barbero que también hace de dentista. Ranchos con malolientes cocineros a los que hay que tirar al agua para que se laven. Y peleas, peleas a puñetazo limpio con su secuela de moratones y de heridas que hay que suturar y coser. También muertes por neumonía.
La cinta está rodada en exteriores con magníficos paisajes muy bien fotografiados, hay buena música, la interpretación es en general convincente, pero la trama se desgrana con una lentitud desesperante. Dos horas de duración para una historia que, en esencia, perfectamente podía darse en la mitad del tiempo. Es comprensible que las obras televisivas traten de llenar toda una tarde de domingo con la batería de anuncios correspondiente, pero el cine es otra cosa y reclama algo más dinámico y rápido.
Con estas películas dirigidas a la pequeña pantalla a veces tiene uno la sensación de encontrarse con un simple caramelito, eso sí, muy bien envuelto en papel de celofán.
Lafuente Estefanía
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