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Decálogo 10 (TV)

Drama "No codiciarás los bienes ajenos": Un hombre muere dejando una colección de sellos de gran valor. Sus dos hijos, Jerzy y Artur, que son los herederos, advierten que falta un sello para completar una valiosa serie. Décimo (y último) de los diez mediometrajes que constituyen el llamado "Decálogo" y que se inspiran en los Diez Mandamientos. (FILMAFFINITY)
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Críticas 16
Críticas ordenadas por utilidad
4 de abril de 2010
50 de 51 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los protagonistas de los diez episodios son como los vecinos del bloque de viviendas, que se visitan, se cruzan, salen al fondo, igual que el testigo mudo, el joven rubio que en algún momento aparece en la mayoría de los capítulos.

El vecino que coleccionaba sellos y en el episodio octavo visitaba a la profesora de Ética para hablarle de sus adquisiciones como quien habla de los nietos, muere y deja la colección a sus dos hijos, que apenas le conocían, que ignoraban su pasión filatélica y no tienen idea del valor del legado hasta que un entendido se lo aclara: valen una fortuna multimillonaria.

Los hermanos tampoco se conocen mucho y son opuestos: uno es un hombre de orden y el otro un músico rockero que grita letras nihilistas.
Pero la conciencia de poseer sellos valiosos como joyas les une y les transforma.
Cambian cerraduras, se hacen con un feroz perro dogo, se lanzan a complejas especulaciones con la ambición de conseguir estampillas inalcanzables, y se embarcan incluso en movidas que acarrean consecuencias físicas e infunden una desconfianza que no puede ser más absoluta.

Una fría exposición de cómo la codicia puede deformar a las personas.

(En el cierre del ciclo aparece el joven empleado de Correos del sexto episodio, personaje tratado por Kieslovski con especial ternura entre todos los de la serie.)

La colección de relatos agrupados en “Decálogo” es un profundo fresco de la condición humana, sus zozobras y grandezas, realizado con radical economía de medios en la producción y el lenguaje. Con sus normales altibajos, constituye una obra maestra imprescindible en la cultura europea del siglo XX.
Archilupo
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12 de mayo de 2010
27 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Inspirados en los Diez Mandamientos, el director Krzysztof Kieslowski y el guionista Krzysztof Piesiewicz crearon el Decálogo, una serie de diez películas de aproximadamente una hora de duración para la televisión polaca.
Cada capitulo o película relata una historia independiente a las demás, pero compartiendo un mismo escenario, un bloque de pisos por el que se entrecruzan los personajes y sus destinos. Además rodados he interpretados magistralmente y llenos de escenas metafóricas.

Hay una curiosidad en el Decálogo. Es el actor Artur Barcis que hace de personaje versátil, apareciendo en ocho de los capítulos y que se le puede ver siempre observando en los momentos trascendentales de los personajes pero sin influir en la acción. Dando como resultado un símbolo especial y misterioso. Algunos lo llamaron el ángel y otros el diablo, Kieslowski dijo que solo era un tipo que vagabundea por todas las películas, viendo y observando.
tool
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9 de noviembre de 2011
24 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pues resulta que Kieslowski sí tenía sentido del humor y dotes (¡y qué dotes!) para la comedia, lástima que no las cultivara más. El "Decálogo" termina con una fiesta. Este episodio es una especie de cruce entre “El dinero” de Bresson y “Charada” de Stanley Donen, y (según mi extraviado criterio) supera a ambas. Grandísimos actores, simpatía a raudales (a la polaca, ojo, que esto no es una comedia napolitana). Desaparece el rubiales querúbico del resto del ciclo, pero se asoma fugazmente el jovencito empleado de Correos, del que estoy medio enamorado desde mi juventud y al que yo espiaría con un catalejo y le compraría todos sus sellos de focas. En fin, Kieslowski nos da sus bendiciones en su último sermón dominical. Ite missa est
Macarrones
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10 de julio de 2010
18 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
El último mediometraje de la obra ‘Decálogo’ se centra en el décimo mandamiento: “No codiciarás los bienes ajenos”. El dúo Kieslowski-Piesiewicz gravita su historia, en esta ocasión, en torno a ese personaje entrañable que visita, en el octavo capítulo, a la anciana profesora para hablarse de sus sellos. Sus dos hijos, dos hermanos totalmente desfraternizados, vuelven a reunirse tras la muerte de su padre (quién no aparecerá en plano). Ambos acabarán por descubrir una colección de sellos valiosísima a la que su progenitor había dedicado gran parte de su vida, dando pie, de esta manera, a la aparición del tema principal: la codicia.

Un derroche de codicia es lo que nos explicita el cineasta polaco en las imágenes, con cierto cinismo corriendo entre sus venas. Dos hombres que prácticamente ya no conocían a su padre. Tampoco se conocían entre sí. Pero el descubrimiento del tesoro, de la fortuna, les hará aferrarse a él, ansiándolo. Los recelos y desconfianzas se apoderarán de los dos protagonistas, materializando estas sensaciones en rejas, especulaciones, engaños. También comprando un perro guardián o dejándose, literalmente, un riñón en el camino.

De largo, a mí me lo parece, es el capítulo más estrambótico de la serie y, porqué no, un buen punto y final a una obra que ha hablado de las miserias y las grandezas de nuestros similares, de los dilemas y debates abiertos que todavía azotan a la condición humana, de moralidades y amoralidades, sirviéndose para ello de un decálogo que ha marcado, con puño de hierro en más de una ocasión, el existir de tantas y tantas personas. Una obra, tan modesta como grandiosa, que se convierte en un referente del cine gracias a ese paseo por nuestra desangelada existencia.
The Motorcycle Boy
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23 de diciembre de 2008
17 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vaya manera de acabar una serie... Kieslowski estremeció por aquellos años (y lo sigue haciendo hoy en día) con esta insuperable producción de 10 capítulos inspirados en cada uno de los 10 mandamientos. Ese color gris constante y opresivo de una Polonia espectral ha sido inmortalizado por un genio que apunta directamente a la cabeza del espectador.

Sin duda, esta última entrega es la más siniestra de las 10. Una valiosa colección de sellos dejada en herencia sirve de pretexto para dibujarnos en la pantalla la oscura conciencia humana, estragada por el egoísmo y la ambición desmedida, hasta un nivel casi existencialista.

El caso es que no sé por qué terminé esbozando una tímida sonrisa al finalizar el episodio, cuando en el fondo no tiene ni la más mínima gracia lo que ocurre (vedlo, vedlo, y lo comprobaréis...). ¿Me estaré volviendo perverso? Sea lo que sea, le diré a mi padre que no quiero ninguna colección suya de herencia, je, je, je.

Disfrutadla, señores. Este cine cada día abunda menos.

Saludos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Autillo
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