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The Echo

Terror Un expresidiario se traslada a un viejo apartamento, donde se llega a ver en medio de un problema doméstico entre un oficial de policía, su mujer y su hija. Cuando él intenta intervenir, se verá atrapado en una misteriosa maldición. (FILMAFFINITY)
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Críticas 10
Críticas ordenadas por utilidad
24 de noviembre de 2009
19 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Roy Lee es el responsable de que el mundo entero descubriera "Ringu", aunque fuera indirectamente. Roy fue el que produjo "La señal", cinta que arrasó en el 2002, generando un interés mundial por el cine de terror asiático. Yo mismo, tras intuir el potencial de Asia, descubrí peliculones como "La maldición", con todas las secuelas y precuelas, y estuve mucho tiempo inmerso entre películas como “Llamada perdida”, “Dark Water”, “Dos hermanas”, “Shutter”, “Bangkok Haunted” etc.

Al mismo tiempo, comenzaron a aparecer, todos los remakes en EEUU, a cada cual peor, no faltaba uno, y nunca estaban a la altura de la original. La única, que se merecía mi respeto, era “La señal” porque ésta había tenido la suerte de ser la primera. Evidentemente, por el título de la crítica, todos y cada uno de los remakes asiáticos han sido producidos por Roy Lee, en busca de otro éxito.

La pasta se le fue acabando, fracaso tras fracaso, porque la fórmula era cansina y las películas en las que se basaba no ofrecían nada nuevo, mucho pelo y pocos sustos. Se tuvo que cambiar de género, pasándose al Thriller, para dar el bombazo con la oscarizada “Infiltrados”, un remake de “Infernal Affairs”, que Scorsese copió plano a plano.

Con el dinero de vuelta, continuó con su negocio habitual, el terror. Más remakes asiáticos y también, como anécdota, el remake de [REC], “Quarentine”.

Sin duda, es todo un cazador de ideas, un hombre que sabe lo que busca, aunque yerre, que por fin ha vuelto a atinar. En Filipinas encontró un director, Yam Laranas, que había hecho una película de terror, que rompía con la linealidad de los guiones a los que nos tienen habituados estas producciones. La idea era simple, pero muy sorprendente. Esta vez, para no caer en errores pasados, se trajo al director original y le puso sobre el regazo la pasta, dándole vía libre.
El resultado es notable, mantiene un ritmo brutal y sorprende. Os mentiría si afirmara que no tiene clichés, pero están bien colocados y no estropean mucho el conjunto. Las actuaciones correctas y el pasado de Yam como director de fotografía se aprecia gratamente.
capacitivo
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16 de julio de 2011
12 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Efectivamente, y nunca mejor dicho, “The Echo” es -pues eso- un eco. O un retorno. O un regüeldo. O incluso, como diríamos de forma más basta y directa, un eructo. Un puto eructo que reincide, una vez más, en todos los clichés de la historia del género y que, lamentablemente, constituye un magnífico paradigma de ese cine de terror mediocre y apestoso cuya única apuesta para generar tensión, miedo o desasosiego consiste en ir encadenando sustitos y subidones de volumen cada dos por tres.

Tres cochinas estrellitas, pues, para una peli que —pese a no aburrir en el sentido estricto de la palabra— tampoco deja de ser el típico y tópico pastiche de sobresaltos e imágenes sórdidas a tutiplén sentenciado, de antemano, a ser consumido y olvidado por parte del espectador en el más corto espacio de tiempo posible. Y eso, como mucho.
Taylor
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24 de noviembre de 2010
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Y yo que creía que la fórmula de "Ringu" (1998) estaba más que agotada. Lo está, aunque algunos no parecen haberse dado cuenta. "The Echo" es una historia de Yurei, fantasmas atormentados y vengativos que se resisten a abandonar el mundo de los vivos. Presencias inquietantes, poco amistosas y con muy mala leche. Aquí nos encontramos en un viejo edificio de Brooklyn, no hay colegialas japonesas de esas que le gustan a Sánchez Dragó, y los espíritus no tienen los ojos rasgados, pero, por lo demás, "The Echo" sigue las pautas marcadas por los títulos japoneses y coreanos que todos conocemos. No falta la Sadako de turno dando por culo, los apartamentos destartalados, los pasillos llenos de mugre y las habitaciones oscuras. La parsimonia con que se mueve la cámara, la excesiva e innecesaria duración de los planos, la historia avanzando a ritmo de caracol, los sustos, impactantes si no fuera porque a estas alturas el aficionado al género ya sabe por dónde va a aparecer el fantasma... Todo nos resulta demasiado familiar. El director, el desconocido Yam Laranas, asume el proyecto como un encargo, no como un reto, por eso la cinta resulta tan anodina y aburrida. ¿Recomendable? Hombre, si uno encontró interesantes los remakes americanos de "Ringu" o "The Eye", quizá la disfrute. No es mi caso. Siendo los originales tan superiores, encuentro absurdo preferir unos sucedáneos tan descafeinados. Convertir una cinta tan inquietante como "Ringu" en una película "palomitera" (fácil de digerir por el gran público) me parece una tontería. El cine comercial americano es demasiado pudoroso, tiene miedo de incomodar demasiado al gran público, de ahí que en estos remakes se pierda por completo la esencia de los originales.

(Continúo en "spoiler" por falta de espacio.)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Canelita
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5 de febrero de 2015
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
No he visto casi ninguna película de terror de los últimos veinticinco años con argumento; quiero decir, con una razón de ser que se va desvelando con la suficiente intriga, con los efectos especiales medidos pero oportunos y eficientes, y con una resolución lógica. Los actores no son de primera fila ni falta que les hace, y quizá no sea la película con mayor presupuesto de la historia, y todo eso la convierte en una cojonuda obra de artesanía sobre un guión pensando por alguien con capacidad de raciocionio. Muy recomendable.
Helena
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24 de marzo de 2022
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para los que no estamos demasiado versados en el cine asiático, especialmente en ese subgénero de terror que nos vino importado en masa de la parte del mundo del “Sol Naciente” entre finales de los noventa y principios de los dos mil, y que a mi modo de ver no dejará nunca de ser más que una moda que tuvo su principio, su punto culminante y su decaída (por mucho que actualmente se quiera mantener como reducto de excelencia), “The Echo” (2008), es una película que tiene su encanto y su calidad, a pesar de que sea una cinta modesta en casi todos los aspectos en los que se le pueda considerar desde el punto de vista crítico.

A mi modo de ver, como producto, se la devalúa demasiado a la ligera con el pretexto de que se trata de un presunto “remake”, con el plus inri de que el mismo director es quién estaba al mando del rodaje de su predecesora original.

Independientemente de que el productor ejecutivo (Eric Bernt), también presente entre las firmas del guión, contara con el propio Yam Laranas para dirigir esta versión occidentalizada de “Sigaw” (2004), ello no tiene porque representar de entrada un desmerecimiento del film, ni tan sólo bajo el supuesto de que la etiqueta de “remake” sea con sello certificado para quienes quieran argumentar el manido tópico de la falta de ideas en la industria cinematográfica norteamericana. Ni siquiera la apelación a un desmesurado afán lucrativo por parte de la Vertigo Entertaintment, para una película de cinco millones de presupuesto, que a duras penas recaudó un millón y medio (fiasco comercial, eso hay que admitirlo).

De entrada me resistí a emitir un veredicto tan categórico, ante un trabajo que fue estrenado en el Fantasia Film Festival de Canadá, que lleva realizándose desde 1996, y que no consiguió su lugar en cines. Fue puesto directamente a las ventas en “deuvedé”. Quizás, de ser proyectada en salas, el triste rendimiento fiscal habría sido otro.

“The Echo” podría verse perfectamente como una de estas obras de la historia de la música que, siendo originalmente compuestas para piano, o para una determinada formación o conjunto, son versionadas una y otra vez, las veces por el mismo compositor, sin ninguna otra pretensión que recrearlas o reproducirlas en otros contextos.

No he visto (y no sé si veré, pues de momento no forma parte de mis prioridades), la referente “Sigaw” (2004), pero la relación entre ambas podría explicarse bajo este prisma de “traducción” contextual de un argumento, temática o trama, con el enriquicimiento o añadido del mensaje que podemos descifrar bajo las características de los personajes, la puesta en escena, y el desarrollo del relato.

Uno de los aciertos que sin duda atribuyo a la cinta, es la construcción del “set” de la historia: alrededor de la escena principal, el vetusto y degradado edificio en el que tenemos la casa de la madre de Bobby, donde él se instalará al salir de la cárcel, será el centro de un encuadre marcado por lo decadente en lo que refiere a descripción ambiental del entorno que envuelve la acción. Los escenarios secundarios, aunque no marcaran el mismo nivel de dejadez, deterioro y falta de luz (el despacho de la revisora penal de Bobby; el taller donde él encuentra a trabajo, como favor para su proceso de reinserción; el café donde trabaja su antigua novia, Alyssa, con la que intenta de nuevo retomar la relación sentimental…), son accesorios secundarios al desarrollo de una trama que se centrará en el edificio en el que vive Bobby, manteniendo esta esencia austera y rancia que comunica la decadencia espiritual los que están viviendo en medio de ello; y que, por lo menos en apariencia, se niegan a aceptarlo.

La labor de imagen de Mathew Irving dará cuenta de ello, creando este contraste de atmósfera lumínica (dominada por un colorido amarillento y marronoso que no hace más que evocar mugre, polvo, grasa enquistada y cucarachas), caracterizada por los destellos algo más frescos en algunos exteriores y otros espacios con luz más fría, pero que tampoco escaparán a la ominosa presencia de los efectos que representarán a las almas atormentadas que harán la vida imposible a todos.

En este entorno, y en particular del contexto emocional de Bobby, me llamó la atención especialmente la evocación casi inmediata que hice del patrón relacional que en la película “El Exorcista” (1973), de William Friedkin, mantiene el padre Damian Karras con su anciana madre, que vive sola en un sitio tan o más degradado que el que nos presenta aquí la película: lo que parece haber sido una estrecha relación materno filial, que termina en un abismo de separación y distanciamiento, y con sentimientos de culpa por abandono de la progenotpra, por parte de los prrotagonistas, después del fallecimiento en soledad de aquélla.

La estricta funcionalidad y vulgaridad son las constantes bajo las que se construyen unos efectos de sonido (y por extensión una banda sonora musical tan fisiológica y descuidada como representa que es la estructura de las viviendas en las que todo sucede), que no pasan del adorno, y si en su momento causan algún chutillo de adrenalina, todo esto que dan, pero sin ninguna otra intención que contribuya demasiado en el mantenimiento de la tensión argumental y el ritmo narrativo; lo que realmente capta o centra la atención motivada del espectador (y las veces con pinzas), son dos elementos clave: el cuerpazo de Jesse Bradford, que está para arrimarse a él y no soltarle (la mayor parte del metraje nos aparece en camiseta, exhibiendo sus bíceps), y toda la coreografía corporal y fisionómica que expresa por encima de unos diálogos endebles.

Y, por otra parte, lo que mantiene a la enclenque llama del interés durante el visionado es la incógnita, lenta y parsimoniosamente desvelada,sobre el fatuo destino de la mamá del prota, y las causas que llevaron a su locura y posterior suicidio (si es que así le podemos llamar al dejarse morir de inanición, encerrada en el baño).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jordirozsa
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