As I Open My Eyes

A mediados de la década recién terminada, el cine en Túnez reflexionó profundamente acerca de la así llamada Primavera Árabe. Entre los filmes de esa época, podemos mencionar dos: Hedi (2016), de Mohamed Ben Attia, y À peine j'ouvre les yeux (2015), de Leyla Bouzid. Vamos a dedicar unas líneas a este último, cuyo título internacional es As I Open My Eyes, ambientado de manera muy intencionada en el verano de 2010, pocos meses antes de que todo empezase y la sociedad que presenta, sobre todo en la juventud de una banda de pop/rock, que es la que vertebra la película, es muy occidental: hombres y mujeres que toman cerveza, chicas que usan coloristas vestidos de verano con la desenvoltura propia de cualquier joven de su edad en cualquier latitud del planeta donde haga calor: escotes, mangas a la sisa, la mitad de las piernas al aire.

Nos hayamos, pues, sin que haya ocurrido nada en concreto que podamos considerar como un punto de inflexión sociopolítico (caída del Muro de Berlín, muerte de Franco, etcétera), en un momento en que la propia sociedad tunecina, o Túnez capital, que es donde transcurre la acción, ha evolucionado hacia unos hábitos que muy poco tienen que ver con la tradición musulmana.

Las propias letras de las canciones de esa banda de pop/rock apuntan a un giro profundo de las condiciones de vida: las chicas entran en los bares de hombres a compartir con ellos las cogorzas, las relaciones sexuales fuera del matrimonio no son motivo de lapidación, las mujeres conducen coches. Música, fiestas, etcétera. El título, desde luego, As I Open My Eyes, no puede ser más elocuente de la actitud crítica de la juventud ante la circunstancia: cuando abro los ojos. De hecho, todas las letras de este grupo van en esa onda.

Sí, desde luego que sí, las cosas estaban cambiando, parafraseando a Bob Dylan y soplaban vientos de libertad, que es el subtítulo de Hedi y de entre todos los personajes de À peine j'ouvre les yeux emerge la protagonista, Farah, interpretada por Baya Medhaffar, que es la vocalista de la banda de pop/rock, con la firmeza y la desorientación, valga el oxímoron, propias de la adolescencia recién superada , pues se trata de una joven que acaba de terminar la educación secundaria, pero consiste sobre todo en un personaje con toda la carga alegórica de una revolución ilusionante, pero fallida. Y por eso Farah es traicionada, escarnecida y anulada.

Junto a Farah debemos situar a Hayet, la madre, magníficamente interpretada por Ghalia Benali, dotada también de un gran valor alegórico: la nación tunecina. Por ello, el salto generacional entre madre e hija es algo más que una mera barrera actitudinal basada en el paso del tiempo: es la dinámica propia de una sociedad que quiere evolucionar en medio de tensiones contradictorias. De alguna manera Hayet quiere comprender a su hija, pero atisba en el horizonte el fracaso de una revolución que todavía no ha comenzado.

Se trata de una película con grandes emociones, pero estos sentimientos no se refieren a los habituales en cualquier historia: aquí solo mueren las ideas y las penas de amor tienen un contenido simbólico mucho más social que personal.