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España España · Cáceres
Críticas de Sinhué
Críticas 1.378
Críticas ordenadas por utilidad
9
3 de enero de 2017
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
A la salida del Cine Gasteiz de Vitoria, en una sesión del estreno de "Los santos inocentes"; poco después del aplauso generalizado de la sala por la justiciera acción de Azarías sobre el señorito Iván, alguien, por mi condición de extremeño, me preguntó si estaba exagerada la adaptación de Camus o si el propio Miguel Delibes había cargado las tintas en la novela publicada tres años antes. Ni lo uno ni lo otro, contesté, ambas (película y obra literaria) eran puro realismo, puro naturalismo.

La acción transcurre en la década de 1960 y hoy (50 años después), en cortijos y tierras de labranza, los señoritos siguen haciendo de las suyas, amparándose aún en la necesidad e ignorancia de los campesinos, muchos de ellos inmigrantes; cobijados bajo el paraguas de la administración: subvenciones y ceguera ante la explotación y confiados en que la "justicia" siempre seguirá de su lado: por algo sus hijos siguen carreras en la judicatura, y los Mohamed del nuevo milenio se juegan los "papeles" para que el mejor aceite, los mejores quesos y el mejor pimentón lleguen puntualmente a sus banquetes con banqueros y políticos. Muchos siguen llamando amos a los terratenientes y, a falta de boina, enrollan entre sus manos viseras con la publicidad de la empresa alimentaria de "Don Ramón".

Lástima que se nos fuera el maestro vallisoletano, podría haber escrito en estos nuevos días de crisis y orfandad la segunda parte, y a la estirpe de Paco y Régula haber sumado la de Dris y Fátima; y a la ilustre familia de la Sra marquesa se uniría, de buen grado, la del jeque de Dubai: Mansour Al Nahyan, recibido con honores de Jefe de Estado por el Presidente de la Junta de Extremadura. Y es que en estas tierras, muerto de nuevo Viriato, parece que queremos recobrar pronto nuestras tristes señas de identidad.
Yo, hijo de jornaleros y emigrantes, me siento identificado plenamente con la parte de los sirvientes. Sin rencor, me gustaría saber si la otra parte se siente también fielmente retratada.

Mario Camus, junto a Antonio Larreta y Manuel Matji, consiguió una perfecta adaptación que contentó al propio novelista y todas las interpretaciones fueron soberbias; consiguiendo Paco Rabal y Alfredo Landa el Premio de Interpretación en Cannes. El acierto en la música (Antón García Abril y el rabel de Pedro Madrid) y la fotografía (Hans Burmann) redondearon una obra maestra de la cinematografía española; sin ninguna duda entre nuestras diez mejores películas.
Sinhué
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7
28 de diciembre de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo que trasladan las obras de Bergman, hasta las más complejas e interpretables, como esta que nos ocupa, es la certeza de un trabajo cuidado, en el que todos los responsables (actores, fotógrafos, músicos, carpinteros....) dan lo máximo que se les pide. Puedes estar más o menos de acuerdo, entender o intuir, e incluso descabezarte intentando desentrañar los temas metafísicos que el director sueco propone; pero el impacto que causa ver la sincera entrega que han vertido en el proyecto te dejará huella indeleble. Puede que de alguna de sus películas solo recuerdes un plano, pero colgará para siempre, irradiando sensaciones, en el museo que tienes reservado a Ingmar Bergman, en un repliegue, de un lugar inquietante de tu cerebro.

Aburrir es un verbo muy utilizado cuando se habla de algunas de las cosas del gran realizador sueco, y aunque el aburrimiento puede formar incluso parte de los placeres de la vida, creo que no es un término adecuado; tal vez le harían más justicia expresiones como ensimismamiento, o por ejemplo: "permanecer absortos hasta la inmovilidad"... Porque, por largos que sean los diálogos o los monólogos, siempre tienes la impresión de que algo vas a descubrir o de que algo acabará sucediendo.

Yo no sé si Persona será la mejor, puede que sea la más destilada; pero a mí me gustaron más: Fresas salvajes, El silencio, Los comulgantes, El séptimo sello y el Manantial de la doncella. Ahora, entiendo que este cara a cara entre dos mujeres; o vaya usted a saber si solo una, por aquello de "yo soy dos y vivo en cada uno de los dos a la vez" que diría San Agustín, obliga a echar mano del maletín del forense para destripar cada una de las palabras, cada uno de los gestos, cada uno de los silencios.....

¿Qué quiso contar el "retorcido" de Bergman, tan interesado en temas existenciales, religiosos, sexuales?. ¿Persona, habla de la dualidad o de que los verdaderos enfermos mentales son aquellos que quieren curar a los que son diferentes? ¿La frustración es una hoguera alimentada por la familia, el sexo, la educación... y su único límite lo impone la muerte?. ¿La ansiada búsqueda de la felicidad es la que nos convierte en infelices crónicos?....
Como véis, una vez más, tras las historias de este hombre hay más preguntas que respuestas. Es esta provocación la que levanta grandes olas de admiración y también de indignación. Sus detractores le acusan de hacerles perder el tiempo, pero algo olisquearán cuando siguen intentando escarbar en sus películas.

Persona, y ahora voy yo y me tiro un farol, es la obsesión de este nórdico, sacudido por todos los vientos de la racionalidad, en la búsqueda del supuesto individuo inteligente. ¿Cuela o no cuela?
Sinhué
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8
20 de diciembre de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Doisneau, resucitado aquí a través del recuerdo y el amor de su nieta Clémentine, es el claro ejemplo del artista que no sabe que lo es, del artista que no quiso serlo y del hombre testigo de los años a través de un deambular cotidiano por calles, bares, bodas y ferias, cámara en ristre. Por eso, por su contacto con la realidad, fue un fotógrafo de las gentes, sus diversiones, sus actos sociales, sus trabajos y penalidades.
Aunque lo que llevó carne al puchero de su familia, al menos en sus comienzos, fueron fotos publicitarias, trabajos de prensa y contratos con la empresa Renault; Robert Doisneau fue un hombre tozudo y de principios que terminó por hacer aquello que le gustaba, aunque le causara problemas. Fue un ser amigable y el eje de una familia a los que utilizó (amigos y demás miembros del clan) de modelos en muchas ocasiones.

Lo evocador y descriptivo de su mirada es mérito de su visión sincera, de un oficio que amaba y de una vocación ilusionante que mantuvo intacta a lo largo de sus 81 años de vida. El resultado, para quienes hemos llegado al mundo del parisino años después de su muerte, es que cada instantánea es una historia que podía ser corazón de un relato, un cuento e incluso de una novela. Por ejemplo, en su fotografía del Café de Joinville le Pont (1948), podríamos imaginar, e incluso acertar, las intenciones de los clientes respecto a la camarera, sopesar la cantidad de amor que se guardan los recién casados, los grados de alcohol en sangre que han pasado de las botellas a las venas, la satisfacción de la dueña porque un día de boda es un día de negocio, la falta de tensión que indica que los parroquianos se conocen...... Y la asombrosa invisibilidad del hombre de la cámara que desde una esquina inmortaliza la escena.
Toda su obra nos hace exclamar: las fotos de Doisneau hablan, ergo, el parisino de la boina vive.
Sinhué
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8
13 de diciembre de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los encuentros afortunados forman parte de lo positivo de la vida y son una de las muchas razones para permanecer vivos, atentos y con los ojos y orejas bien abiertos. Hace unas fechas, barajando una posible alternativa para echarme al coleto, me encontré con esta estupenda y triste comedia italiana: divertida y amarga, gélida y calentita; con sabor a canela y a cayena, brutal e inocente; que se desgrana en días y noches de angustia y esperanza; como nuestras horas, como nuestros años.

El gran Monicelli (Rufufú, La gran guerra, Los camaradas....) formó pareja direccional con Steno durante cinco películas, destacando de su colaboración, además de Vita de cani, por Guardias y ladrones.
Con ese arte especial que tienen los italianos de contar entre risas cosas que te hacen llorar consiguieron en el período de postguerra y neorrealismo, no pocos éxitos con sus tragicomedias de supervivencia y picaresca.

Vida de perros es además de una entretenida road movie de la difícil tarea de los comediantes, a mediados del siglo XX, un fidedigno retrato de la sociedad italiana de aquella época, un peligroso e ilusionante crisol de anhelos juveniles; y, por si fuera poco, un canto épico al triunfo del humanismo encarnado en el personaje impagable que protagoniza Aldo Fabrizi; el señor Martoni, director de la compañía.
Da gusto ver a unos recién llegados: Gina Lollobrigida y Marcello Mastroiani, aportando credibilidad a una obra en la que ellos no son los más importantes.
Si ves este buen trabajo te sentirás muy cerca de los sentimientos mediterráneos que exuda y te recordará memorables momentos del cine español: Cómicos, Mi tío Jacinto, El pisito, Plácido, El viaje a ninguna parte, ¡Ay Carmela!...; aunque nuestro humor resulte un poco más negro, más avinagrado.
Sinhué
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7
5 de diciembre de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siempre se agradece que llegue alguien que haga las cosas bien, ponga orden y restablezca la justicia. Otra cosa será saber qué entienden unos u otros por justicia. Para el espectador está muy claro, y en el western más clásico es difícil errar entre buenos y malos. La verdad resplandece y todos tomamos parte por los perseguidos, menesterosos y esforzados colonos; justo lo contrario que solemos hacer en la vida normal, en la que acabamos por dar la razón a los caciques y poderosos, alegando erróneamente que son los creadores de riqueza.
Clint Eastwood, dominador del género, resucitó con este film el cine de pistoleros, como se llamaba por muchos pueblos de la geografía hispana; con ese aire crepuscular que acabó bordando en Sin perdón.

El Predicador es ese individuo al que todos invocamos cuando los abusos resultan imparables. Y nos da lo mismo su procedencia (Tierra o Marte), su condición (divina o humana) y sus métodos (pacíficos o violentos). Por eso resulta tan fácil, en la acción cinematográfica, identificarse con las víctimas y con sus defensores; y si en el fragor de los acontecimientos los protagonistas vilipendiados miraran hacia las butacas o butacones pidiendo ayuda, más de uno saltaríamos dentro de la pantalla y como mínimo empujaríamos al asesino a sueldo que les tiene en su mira telescópica. Lástima que la sangre se nos enfríe al terminar la película y al salir a la calle solo aspiremos a pasar desapercibidos, no molestar a los señoritos y alejarnos lo máximo de los perdedores más cabreados.

Queda claro también en El jinete pálido un hecho constatable también en nuestros días, y es que si quieres que se te administre el principio moral de la equidad no debes pedírselo a un juez ni a sus adláteres, es más factible seguir esperando un milagro; o contar tu historia en el cine para que todo el mundo te dé la razón.
Sinhué
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