Supongo que uno de los peros que la crítica habrá puesto a este gran film de Nolan es su tremenda comercialidad, algo imperdonable para un determinado sector de críticos de cine, a pesar de que una de las mayores capacidades de Nolan es precisamente esa, aunar comercialidad y contenido en sus películas.
De esta forma, convendría advertir al espectador medio para que deje sus prejucios en la puerta de la sala de proyecciones y que, bajo ningún concepto, se deje el cerebro en la entrada haciendo compañía a esos prejuicios. Si se consigue separar el cerebro de los prejuicios, el espectador podrá abrir bien sus ojos y dejar que penetre en su mente esta auténtica cascada de estímulos visuales y narrativos que tardará mucho tiempo en olvidar.
Dicho esto, la odisea de Dom Cobb (Leonardo DiCaprio) en busca de su redención personal a través de un alucinante espionaje industrial en el mundo de los sueños y del subconsciente, envolverá al referido espectador desde el principio de la obra hasta llevarle a dudar de si lo que está viendo o viviendo es real o lo está soñando, y entonces se dará cuenta de la verdadera magnitud del film.
Al acabar de ver la película, no tendrá más remedio que sacar de su bolsillo un objeto familiar e intentar comprobar si ha cambiado o si tiene características de irrealidad, y sólo entonces estará seguro de que acaba de ver un film excepcional, y de que no ha pasado dos horas y media vagando por el subconsciente de algún durmiente o perdido en un misterioso limbo atemporal.