"El Mundo funciona como parece que funciona...", sabia frase con la que el no menos sabio Anand, Campeón del Mundo de Ajedrez hindú que reside en la sierra madrileña desde hace años, contestaba en una entrevista a la pregunta de por qué esta crisis económica que padecemos estaba evolucionando de una forma tan tórpida.
El brillante ajedrecista descartaba así todo tipo de conspiraciones júdeo-masónicas y achacaba el lamentable manejo de la crisis al egoísmo, la avaricia, la chapuza y el pensar a corto plazo de los dirigentes políticos y económicos a nivel mundial.
Tanto Tarantino como los hermanos Coen nos enseñan en cada film que, efectivamente, el Mundo funciona como parece que funciona, a base de decisiones erróneas, chapuzas varias, planes complejos que fallan por la estupidez de quienes los ejecutan y, sobre todo, de codicia, una codicia que suele ir más allá de lo razonable y que, tarde o temprano, conduce a un desastre cuya magnitud determina la suerte.
Partiendo de esta filosofía, que también encontramos en films como el magistral "El gran Lebowski", los hermanos Coen nos narran la crónica de una muerte anunciada (nunca mejor dicho) que el espectador ve venir desde el momento en el que un gris y codicioso vendedor de coches de segunda mano decide coger un atajo que le conduzca directo a la gloria...