Después de tener un comienzo que sinceramente no acaba de enganchar con el espectador, uno a mitad de película descubre tontamente que la película divierte.
Es una sensación un poco extraña, ya que comienza y uno piensa que está ante una chorrada de historia. Pasan los minutos y uno se reafirma en esa opinión. Pero luego sin saber muy bien en que momento, la opinión cambia, y uno descubre que está ante una comedia divertida con escenas brillantes y con unos giros en el guión que sorprenden.
Los actores están bien y aunque no son unas actuaciones destacables, hay que reconocer que convencen. Marisa Tomei y Julianne Moore están fantásticas. Steve Carell está divertido como siempre, dando ese toque especial a esos personajes ingenuos. Ryan Gosling luce cuerpo y sigue siendo un actor que ni me decepciona ni me entusiasma.
Con respecto a la historia hay que decir que le cuesta arrancar. Como si de una máquina de vapor se tratara, el comienzo va a trompicones, pero en cuanto coge velocidad y ritmo, no hay quien la pare. Todo se desencadena de manera vertiginosa, y lo que en un principio parecen personajes aleatorios y escenas sin sentido, acaban encajando dando un resultado que sorprende.
En fin, nos encontramos ante una comedia loca como la vida, en el que utiliza ese no estúpido sentimiento llamado amor, para presentarnos a unos personajes que solo buscan un faro sentimental para no encontrarse tan perdidos. Un faro que a veces no da la luz que uno busca en su vida.