Más allá de los sueños presenta dos registros bien diferenciados: la fantasía como un gran caudal poético, una suerte de cuentos de hadas en una clave extraña, fluctuando lo católico y lo budista (menuda fusión) dentro de un mismo envase y el drama, la tragedia, la pérdida o las pérdidas y ese mundo más allá de la muerte que nos espera a todos con la forma que nuestra mente quiera darle. En resumen: salvo que este enorme pastel no se encuentre dividido en partes bien organizadas, seleccionadas y sabiamente montadas, pues se corre el riesgo de caer en un caos narrativo. No llega a ser tal, pero la falta de síntesis a la hora de unificar las distintas propuestas se hace demasiado palpable.

Separemos los dos ejes principales, porque mínimamente la peli sabe hacerlo: la historia fantástica corre en paralelo (con intercepciones buscadas) junto a otra historia, más empírica y anclada en el mundo "de los vivos". El tono que se elije es la poesía al servicio de una mirada psiquiátrica que se encarga de explicar el estado en el que devienen los personajes. Cada secuencia culmina en una reconciliación que no puede, ni quiere, evitar el regodeo emocional. Regodeo que ya se preciaba visual, puesto que el diseño de arte es solemne y hermoso, y la peli no se cansa de alabarse a si misma.

No es un mal producto, para nada, pero cae en sus propias vanidades: dice lo que tiene que decir no una, ni dos, ni tres veces, por lo menos diez, y cada vez con mayor ampulosidad. Y entre tanto viaje y mundos e imaginaciones recargadas lo que en un principio se transmitía con fuerza termina por resultar cansino, débil, meloso, empalagosamente retrospectivo.