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Aventuras. Acción. Ciencia ficción
Año 1957, en plena guerra fría. Indiana Jones (Harrison Ford) consigue de milagro salir ileso de una explosiva situación con unos agentes soviéticos en un remoto desierto al que llegó detenido junto a su amigo Mac (Ray Winstone). El decano de la Universidad (Jim Broadbent) le confiesa a su amigo el profesor Jones que las últimas misiones de Indy han fracasado, y que está a punto de ser despedido. Mientras tanto, Indiana conoce a Mutt ... [+]
31 de mayo de 2008
14 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
El argumento de esta película es el tradicional: una panda de rusos malotes, de esos que ni sonríen en toda la película, quieren conseguir una calavera de cristal que oculta en su interior, como toda buena ruina que se precie, el poder de dominar el mundo. Una excusa como cualquier otra para que regrese Indy y cumpla su misión: arrasar con la taquilla.
Y arrasará, pues la historia tiene buen ritmo, personajes simpáticos, malvados a los que odiar y temer, y un héroe que al final lo resolverá todo a latigazos, para nostálgica felicidad de los cuarentones y cincuentones que conocieron en su juventud al único arqueólogo del mundo empeñado en destruir toda reliquia, tesoro o templo sobre el que ponga las manos.
Que queréis que os diga; es entretenida, y gustará a los fans, que es de lo que se trata, pero creo que el guionista se excedió buscando el más difícil todavía en cada giro de la historia; por lo demás, el héroe con la banderita americana al fondo ya se me atraganta de puro empacho.
Y arrasará, pues la historia tiene buen ritmo, personajes simpáticos, malvados a los que odiar y temer, y un héroe que al final lo resolverá todo a latigazos, para nostálgica felicidad de los cuarentones y cincuentones que conocieron en su juventud al único arqueólogo del mundo empeñado en destruir toda reliquia, tesoro o templo sobre el que ponga las manos.
Que queréis que os diga; es entretenida, y gustará a los fans, que es de lo que se trata, pero creo que el guionista se excedió buscando el más difícil todavía en cada giro de la historia; por lo demás, el héroe con la banderita americana al fondo ya se me atraganta de puro empacho.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
La historia es tal que así: un doctor Jones sexagenario es secuestrado por una panda de rusos, de numero indeterminado y variable, ayudados por un amigo de nuestro héroe que resulta ser un traidor. Le obligan a guiarle hasta la tumba de un E.T. imantado – cosa que Indy hace incluso con alegre eficiencia-, pero cuando hacen amago de llevárselo a la invernal Rusia el buen doctor dice “hasta aquí hemos llegado” y se pone a repartir.
Y vale que a Indy no le alcancen las balas – faltaba más -, ni le afecten los golpes – aunque sea contra un camión a toda velocidad-, pero de ahí a que le caiga una bomba nuclear encima y salga sin un rasguño gracias ni un mal linfoma… vamos, para mear y no echar gota. De hecho el tío ya anda tan sobrado que aún se detiene a contemplar el hongo nuclear en primera fila. “Precioso” piensa. “Y yo sin mi cámara”.
Luego, a modo de vacaciones, se vuelve a la universidad a dar clases con todo lo aprendido. Craso error. En cuanto demuestra que sabe leer el F.B.I. lo enfila por rojo –esto es AMERICA, si señor-. No importa demasiado: de todas formas tenía que marcharse a Sudamérica a rescatar a su vieja novia y a un viejo amigo, armado con su viejo látigo, de las garras de sus viejos enemigos, que les mantienen secuestrados en unas viejas ruinas.
Tal vez para disimular un poco este aire geriátrico el guionista le hace acompañarse de un chaval que se escapa del instituto – y eso que el chico unos tendrá treinta y tantos- tan repelente y tan americano que solo puede ser su hijo.
Y allá van, padre e hijo, a explorar enormes templos mayas – que a ningún otro se le había ocurrido explorar, por visto- donde vuelven a encontrarse a los rusos y, of course, a la ex novia de Indy, con la que mantiene unos toma y daca gracisos, pero previsibles. Luego se reconcilia con el amigo traidor unas cuantas veces... para que le vuelva a traicionar otras tantas - Indi, hijo, es que pareces tonto-. Y llegado a este punto el guionista debió irse a mear, oportunidad que aprovechó su hijo yonki para colarse en su estudio y, en plena alucinación, escribir que el chaval de Indi, saltando de liana en liana cual tarzán – truco que aprende sobre la marcha-, logra dar alcance a dos coches que corrían a ciento cincuenta por hora y le llevaban sus buenos dos kilómetros de ventaja.
Luego llegan los trucos mágicos, las hordas de antiguos guerreros mayas – ya sabes, esos que desaparecieron quinientos años atrás-, hormigas gigantes y los platillos volantes pilotados por extraterrestres que abren puertas dimensionales - así, todo seguido y sin anestesia-; y justo cuando parecía que ya nada podía asombrarnos, va Indiana y se casa… lo cual, en un héroe, equivale a la muerte. Hasta nunca, Indi.
Y vale que a Indy no le alcancen las balas – faltaba más -, ni le afecten los golpes – aunque sea contra un camión a toda velocidad-, pero de ahí a que le caiga una bomba nuclear encima y salga sin un rasguño gracias ni un mal linfoma… vamos, para mear y no echar gota. De hecho el tío ya anda tan sobrado que aún se detiene a contemplar el hongo nuclear en primera fila. “Precioso” piensa. “Y yo sin mi cámara”.
Luego, a modo de vacaciones, se vuelve a la universidad a dar clases con todo lo aprendido. Craso error. En cuanto demuestra que sabe leer el F.B.I. lo enfila por rojo –esto es AMERICA, si señor-. No importa demasiado: de todas formas tenía que marcharse a Sudamérica a rescatar a su vieja novia y a un viejo amigo, armado con su viejo látigo, de las garras de sus viejos enemigos, que les mantienen secuestrados en unas viejas ruinas.
Tal vez para disimular un poco este aire geriátrico el guionista le hace acompañarse de un chaval que se escapa del instituto – y eso que el chico unos tendrá treinta y tantos- tan repelente y tan americano que solo puede ser su hijo.
Y allá van, padre e hijo, a explorar enormes templos mayas – que a ningún otro se le había ocurrido explorar, por visto- donde vuelven a encontrarse a los rusos y, of course, a la ex novia de Indy, con la que mantiene unos toma y daca gracisos, pero previsibles. Luego se reconcilia con el amigo traidor unas cuantas veces... para que le vuelva a traicionar otras tantas - Indi, hijo, es que pareces tonto-. Y llegado a este punto el guionista debió irse a mear, oportunidad que aprovechó su hijo yonki para colarse en su estudio y, en plena alucinación, escribir que el chaval de Indi, saltando de liana en liana cual tarzán – truco que aprende sobre la marcha-, logra dar alcance a dos coches que corrían a ciento cincuenta por hora y le llevaban sus buenos dos kilómetros de ventaja.
Luego llegan los trucos mágicos, las hordas de antiguos guerreros mayas – ya sabes, esos que desaparecieron quinientos años atrás-, hormigas gigantes y los platillos volantes pilotados por extraterrestres que abren puertas dimensionales - así, todo seguido y sin anestesia-; y justo cuando parecía que ya nada podía asombrarnos, va Indiana y se casa… lo cual, en un héroe, equivale a la muerte. Hasta nunca, Indi.