Estamos ante una película trepidante, de ritmo diabólico (sus 125 minutos se pasan volando), planificación y factura técnica impecable (la fotografía es digna de premiar), buenas interpretaciones (con un genial Jeremy Renner, en el papel de atracador psicótico sin escrúpulos) y una historia mil veces vista (atracadores y sus códigos de honor perseguidos por policías obsesionados, con historia de amor de por medio) pero que parece nueva.

Lo que se podría haber convertido en gran lastre, es decir, que la historia no la sabemos de antemano (pues en cientos de ocasiones ya lo hemos visto), en mi opinión se convierte en su mejor baza o al menos la que más hay que destacar, pues es realmente difícil (aunque parezca simple) contar algo que a priori sabemos, y sin embargo, mantenernos anclados en la butaca sin pestañear y deseosos de saber qué es lo próximo en ocurrir.

A destacar (por no decir todo), las espectaculares escenas de acción (estupenda persecución y soberbio último atraco), la maestría de Ben Affleck para orquestar todo el espectáculo (si bien su actuación es probable que sea de lo más flojo en la película, la lección de cine clásico detrás de la cámara es de quitarse el sombrero), el elenco de secundarios que llenan de vida la historia y la ciudad de Boston (omnipresente durante todo el metraje).

Tal vez la gran pega de la película, no radique en ella, sino en títulos como Heat de Michael Mann (referente obligado del género desde su estreno) realizada hace ahora 15 años y de la cual (qué duda cabe) se ha inspirado el señor Affleck. Muchos se lo echarán en cara sin apreciar y disfrutar lo que en realidad ofrece esta cinta: entretenimiento (de factura impecable) en estado puro, es decir, cine en estado puro.

Por último me gustaría apuntar que de seguir esta línea (Ben Affleck), es probable que le suceda lo mismo que a Clint Eastwood, que como director es infinitamente mejor (demostrando incluso, ser uno de los mejores de los últimos 30 años en el cine norteamericano).