"Un invierno en la playa" tiene la capacidad de reunir en poco más de noventa minutos hasta tres géneros cinematográficos diferentes, lo que resulta complicado. Esta montaña rusa de las emociones cautiva porque logra el equilibrio entre drama, comedia y romance de manera natural, sin forzar las historias y haciendo que fluyan.

La mayor parte se la lleva el drama, con experiencias comunes que atraviesan la pantalla (gracias en gran parte a la notable banda sonora), pero siempre encaminadas a seguir la luz al final del túnel, ese optimismo que irradia la película por muy mal que vayan las cosas. A pesar de parecer triste, y de que toque los típicos problemas de siempre (drogas, dificultad para el compromiso...), la película mantiene un aire de naturalidad que permite al espectador disfrutar de cada frase, de cada fotograma.

Su valor más importante es elegir a un reparto homogéneo y muy sólido, con intérpretes que acumulan gran experiencia en estas lides, y de la que hacen gala. Tanto Kinnear como Connelly son estupendos actores que parecen no necesitar trabajar demasiado sus personajes porque tienen una capacidad innata para desarrollarlos, y los más jóvenes Collins y Joiner parecen haber aprendido de ellos y bordan sus personajes. Ojo a la actuación pequeña pero destacable de Lerman, al que vamos a seguir viendo en papeles de calidad por mucho tiempo porque sabe elegir muy bien los proyectos.

Al final, como la vida misma, inevitablemente los personajes encuentran sus caminos como lo haría cualquiera, a veces a golpes, a veces de manera más sencilla, pero siempre mirando hacia adelante y buscando esa luz de optimismo que rebosa la película.