Deseoso de cosechar el éxito de las dos anteriores entregas, Santiago Segura ha vuelto a la carga con su inefable personaje.
Pero la que se esperaba que fuera, (para muchos), la mejor entrega de las tres irreverentes películas, no resulta ser sino la peor de todas.
Bien es cierto que Segura se supera a sí mismo en cuanto efectos, acción, secuencias de alto riesgo, (algunas de las cuales las hace él mismo), y presupuesto, pero esto no es más que un intento por camuflar un guión que hace aguas por donde se mire.
Las interpretaciones son delirantes, (incluyendo la del gran Tony Leblanc), y los gags y las muletillas repetitivas y tan cansinas, que lejos de hacer gracia terminan aburriendo.
Se agota la chispa de las anteriores entregas, eso es evidente, y si Segura quiere seguir viviendo de éste personaje, deberá ofrecer al público algo más novedoso, o dejar de exprimir el (en mi opinión), vehículo que le ha dado la fama.