Agradable historia, que genera una incredibilidad constante, pero lo mismo da.

Un poco de optimismo, aunque sea reversible, siempre sienta bien.

En momentos aburridos, tristones, solitarios o anodinos, de esos que todo hijo de vecino es susceptible de tener en su vida, siempre es aconsejable imprimir color.
Puedes pintar las paredes de verde pistacho, vestir como King África, comer ensaladas de zanahoria y remolacha, organizar un vergel en las ventanas, jugar al parchís, o puedes aprender a tocar el djembé, enseñado por el chico africano que okupa tu vivienda. Lo mismo da, pero algo hay que hacer.

Con unos personajes bien construidos, tanto por parte del guión como por los actores, la peli de Thomas McCarthy desprende una eficaz armonía buen rollista, pero sin pasarse.

Nunca es tarde para hacer amigos, salir de noche y tocar los bongos, aunque seas un tipo calvo y anodino.
Es mucho más reconfortante ser solidario que ser solitario.

Magnífica secuencia final.