Penúltima adaptación de una novela de Nicholas Sparks, ese escritor que escribe libros románticos y ha triunfado en el intento. Los hombres también tienen su sensibilidad, para que luego digan. Aunque las críticas especializadas le dan bastantes palos a «El viaje más largo», yo me siento buena: no tiene más pretensiones que la de empacharnos de rosa y es lo que logra a partir del romance entre dos personalidades opuestas, la de una estudiante de arte de ciudad y la de un profesional del rodeo del campo. ¿Podrán conciliarse los deseos y los sueños de ambos? Acude al cine si lo quieres saber.

Si hacemos el esfuerzo de no comparar a Eastwood hijo con Eastwood padre y nos fijamos en su parecido, que lo tiene, más que en sus diferencias; si pasamos por alto la forma tan ñoña y desapasionada de comenzar y desarrollar un romance, y por partida doble además; si no nos acordamos de que el recurso de las viejas cartas lo hemos visto como trescientas cuarenta y cuatro mil veces y que no siempre queda bien, como es el caso; si obviamos lo patético que es el personaje de Jack Huston y lo repipi el de Oona Chaplin, con tanto arte basura; si aceptamos el tono meloso y grandilocuente como una regla básica del juego; y si damos por hecho que no va a ver ninguna sorpresa que mejore o modifique el género romántico, la película no se hará molesta. De hecho, es todo tan malintencionado que admito que no se te quita la sonrisa o sonrisilla de la cara. Y a veces hasta te da la risa, aunque me temo que eso no es precisamente un halago para la película...

A destacar, la bellísima historia secundaria del niño Daniel McDonald interpretado por Floyd Herrington. Esa sí que emociona. Merece un spin off cuanto antes.

Agradable, nada más.