Mejor, lo que se dice mejor, se puede. Claro que se puede. Esta comedia romántica, original y un pelín gamberra, tuvo siete nominaciones a los Oscar, que no pienso discutir en este momento. Lo digo como dato que lleve a la reflexión a quien quiera reflexionar, simplemente.

Trío protagonista bueno. Jack Nicholson está en su salsa, haciendo como que interpreta, pero yo ceo que hace tiempo que dejó de interpretar. Su Melvin cae bien y cae mal al mismo tiempo, cosa que tiene mucho mérito. Eso sí: es difícil creerse esa evolución tan repentina del personaje, de hoy a mañana, sin que medie explicación de por qué el perrito de su vecino le influye tanto y por qué padece esos trastornos psicológicos. No importa. Es simpático, es curioso, es distinto. Carol, encantadora. Mi favorito, Greg Kinnear, quien creo que sí que está realmente espléndido, con un gran despliegue de emociones y complejidades; además, yo no sé si es o no es homosexual, pero su amaneramiento es de diez. Fue el único, sin embargo, que se quedó sin Oscar.

Poco a poco estos tres eslabones se irán recolocando hasta lograr una cadena de amistad y amor que no es brillante pero sí hace pasar un rato agradable, sin pretensiones. Las personas somos sociables por naturaleza y bígamos por amor, y «Mejor... imposible» homenajea al vínculo humano y al amor intempestivo, inesperado, rarísimo, impensable, pero necesario, siempre necesario para la verdadera salud mental y espiritual. Bonito mensaje.

Sin embargo, la cinta es larguísima para lo que nos cuenta, y aunque se trate de una comedia, no te ríes nunca pero sí sonríes siempre, así que bueno, vale. La mascota Verdell es una monada y en lo personal me encanta la ambientación neoyorquina (a lo Woody Allen, como toda la película en realidad) y clásica, con unos apartamentos imponentes; por ejemplo, el del protagonista.

Nos deja, eso sí, uno de los mejores cumplidos que le ha hecho un hombre a una mujer. Muy bueno, Melvin, muy bueno.