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Voto de Chris Jiménez:
8
Drama. Romance Un joven sordomudo de nacimiento descubre un día una tabla de surf medio rota entre la basura. A partir de entonces volcará toda su pasión en practicar el surf. (FILMAFFINITY)
23 de marzo de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Frente al gran mar de Shonan de azul turquesa brillante,
una inmensidad en su calidez eterna nos envolvía;
sobre nuestras mejillas la espuma marina,
bajo nuestros pies la arena,
el Sol se alza en el horizonte
recordándonos aquel verano, los felices días...

Casi fluyendo al ritmo de un poema haiku, formando parte de un espacio suspendido en el tiempo, el joven y la chica se encuentran en plena comunión con el mundo que les rodea. Es el instante y su reacción los que adquieren aquí, en esta singular historia, un aspecto fundamental; él, Shigeru, agarra de nuevo su tabla de surf, bajo la mirada tierna de su novia Takako. Cerca un grupo de surfistas profesionales observan su torpe desempeño, se ríen, se burlan, se avergüenzan; a lo lejos Shigeru cae y su tabla se rompe...y de repente las expresiones cambian. Algo, una conexión tácita jamás mencionada, ha hecho vibrar sus emociones, ha perturbado la atmósfera; todos perciben esa intensa sacudida en lo profundo de sus almas...
El instante queda así atrapado no en acciones, sino en reacciones que lo son todo, y hacerlo con tal naturalidad es muy difícil; Takeshi Kitano se convierte así en uno de esos "cineastas del instante", capaz de capturar ese momento, ese segundo presente en lo que tiene de más fugaz y mundano y otorgarle un significado, una sensación de pura eternidad. Por esto y por más cosas "Ano Natsu, Ichiban shizukana Umi" es su primera obra de pleno derecho: es su primera colaboración con Toho, con Jo Hisaishi, es la primera vez que dirige a Susumu Terajima y que decide no actuar y quedarse tras la cámara, igual que la violencia, inexistente.

Desde la misma basura se inicia este relato frente a un mar que si bien no posee las tonalidades cristalinas de las aguas de Okinawa, lugar amado por el actor/director, sí se realza un azul intenso desde todos los rincones del encuadre; es un azul que invita a la calma y a la abstracción, en total contraposición a los colores terrosos, rojizos, sucios, de las previas "Violent Cop" y "Boiling Point". El azul del mar, que en aquélla estaba de fondo y figuraba un paraíso de calma antes y después de los estallidos de violencia, mientras aquí abarca una importancia mayor, de inmensidad y pureza, también de soledad y nostalgia.
"Aquel verano", anuncia el título. Kitano no radiografía un presente que se escapa, en cambio evoca un pasado ya distante; los pasos del sordomudo Shigeru desfilan como a través de un sueño o un recuerdo lejano, que fue y ya no es. La rutina sin florituras, deudora de los naturalistas, la cotidianeidad de un mundo que se mueve y a la vez se conecta a esos protagonistas que viven su propia aventura: frente al mar, una ilusión, el coraje por aprender a convivir con las olas en perfecta armonía dejando el mundo exterior, donde (literal y físicamente para el chico) sólo hay basura (¿alusión a los sentimientos de la joven generación, víctimas de la reciente caída en picado de la economía japonesa?).

No hay una amargura directa pero queda un poso de melancolía, con su entrañable pasión por la vida, y todos, absolutamente, comparten ese cúmulo de sensaciones en planos estáticos, lejanos, sutiles pero de una fuerza inspiradora, descubriendo Kitano su lado "ozuniano", ya que por primera vez en su atmósfera hay oxígeno. Si todos sus personajes se lanzan a duros viajes de iniciación y descubrimiento vital, el de Shigeru, también de Takako, se produce desde su apartamento hasta la orilla de la playa, donde encuentran un paraíso soñado. Compartirlo, observarlo, y a la vez ser compartido y observado es el mayor trofeo de dicho viaje.
Es conmovedora la transmisión de sentimientos e ideas en esta íntima historia. Como llevados por la inspiración, dos viejos amigos de Shigeru, una pareja con la cual Kitano recuerda sus días de cómico "manzai", se unen en su descubrimiento del mar; los joviales surfistas, quienes empiezan burlándose de los esfuerzos del protagonista y poco a poco se identifican con su dedicación; el dueño de la tienda de tablas, que actúa de puente entre ambos como un tutor desinteresado; el yakuza que lleva a la pareja hasta la bahía en su furgoneta. Es un universo donde todo se mueve acompasado, se conecta y se comprende sin pronunciarse una sola palabra.

Desconcierta lo críptico de la propuesta del nipón. Al no existir palabras ni claras intenciones, la motivación del protagonista, que es quien "mueve" los sentimientos de los demás, queda en incógnita; pero en esa incógnita reside la belleza de una interpretación más allá de cualquier lógica. Tal vez en los ojos del todavía jovencísimo Claude Maki resida la clave, unos ojos que interaccionan con todo lo que ven, que exterioriza lo que las palabras no pueden decir, y así lo hace la preciosa sonrisa de Hiroko Oshima (azafata de televisión y amiga de Kitano en su único papel para el cine). Ojos y sonrisas que reaccionan al mundo.
Del mismo modo los de las personas que a ellos les observan en la distancia. La música, bellísima, etérea, de Hisaishi, termina de redondear esa expresión mística; seducido por sus trabajos con Miyazaki, el director no pudo tomar mejor decisión contratándole, durando esta colaboración hasta una década. Como influenciado por la literatura de Kazumi Yumoto, sin sobresaltos ni abruptos cambios, ni giros de guión, con las manos de los jóvenes acariciándose como una única muestra de cariño físico (estas relaciones son muy propias del cine de Kitano) y un concurso a gran escala de surf como único clímax.

Incomprensible para muchos (incluso para Akira Kurosawa, que se quejó bastante de ello), el desenlace, bajo las desgarradoras melodías de "Silent Love", muestra esa intención de resucitar el recuerdo, vivo en el corazón de Takako, y que arde al contemplar el mar de Shonan, la orilla, las olas, las nubes, la tabla de surf, la sonrisa de un desaparecido Shigeru.
Y así lo sentimos nosotros. En aquel verano, el mar más silencioso...
Chris Jiménez
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