Podría documentar este comentario con multitud de datos sobre el film sacados, sin demasiada dificultad, de la red de redes, pero esto no reviste dificultad alguna. Lo realmente difícil es, cuando aún resuena el último disparo en mis oídos, tratar de explicar esa sensación que te queda dentro al acabar una película de John Ford. Siempre la misma y siempre distinta. Siempre enriquecedora.

Y es que no puede dejar de maravillarme la forma como el maestro de maestros entendía el cine y especialmente el western, un género a priori poco propicio para sensibilidades. Pero Ford las encuentra, las ve, no sé si con el ojo bueno o con el tapado por el parche, pero ahí están retratadas en el blanco y negro más colorista de la historia del séptimo arte. Las encuentra, las retrata y las cincela en nuestro interior de forma indeleble.

Ford es el Rodin de nuestras sensibilidades. Nosotros somos su obra. Su pensador. Sin darnos cuenta nos sorprendemos meditando sobre el amor, el honor, la amistad o la integridad, sobre ese trago que te da ánimos, sobre esas rosas que nunca se han visto y las dos bellezas de la flor del cactus, la exterior y la de los significados. Nos encontramos mano en la barbilla. imaginando batallas entre maletas llenas de libros y pistolas cargadas de balas. Y no albergamos ninguna duda sobre quien será el vencedor, porque aquí no imperan ni la ley del azar ni la del más fuerte ni la del talión, sino la otra. Ya saben, la misma y repetida ley que gobierna el cine de Ford. Ese cine de planos magníficos, de hombres rudos, forjados, valientes y, por encima de todo, honrados. Genial James Stewart, genial John Wayne, genial Lee Marvin, genial O´Brien, genial Vera Miles. Todos ellos geniales al mando de un genio: John Ford.

Es imposible elegir un film de John Ford por encima de los demás. Aquel chiquillo que jugaba con un fuerte donde los soldados resistían las acometidas indias tiene en la niña de sus ojos aquella maravillosa película que fue Fort Apache. El hombre de hoy, que por realismos cambió las inocencias, se inclina por las difíciles uvas de la ira, por aquel irlandés hombre tranquilo y por este hombre que mató a Liberty Valance y que, paradojas de los nombres, resucitó la Libertad.