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Voto de Vivoleyendo:
8
Drama En el Japón feudal del siglo XVIII, un joven noble intentará combatir la corrupción oficial que se abate sobre los Shogun. Asano ha decidido combatir a Kira, un viejo señor feudal, que ha logrado su posición mediante actos injustos y corruptos. Por ello se niega a pagar los tributos que Kira le reclama. Al conocer la decisión, Kira pone en marcha un plan para humillarle, empujando a Asano al harakiri por honor. Los samuráis que ... [+]
19 de noviembre de 2013
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nunca podré comprender de verdad el honor samurái, porque yo no nací en Japón. No crecí con ese código en las venas. No compartiré jamás esa inquebrantable aceptación del sacrificio ritual. ¿Hay cosas que valgan más que la vida? Puede ser, para algunos. Yo creo que si no hay vida, no hay nada. Como decía el genial Tyrion Lannister de “Juego de tronos”: “La muerte es tan definitiva... En cambio, la vida está llena de posibilidades.” Mientras haya algo por lo que latir, hay esperanza, por pequeña que sea. Nada hay, aparte de las personas que más se ama, por lo que valga la pena sacrificarse y morir. Eso es lo que yo he aprendido en esta cultura occidental en la que no sabemos aceptar la muerte.
A ojos de aquellos venerables guerreros, yo sería indigna, porque para mí no tiene sentido elegir la muerte antes que la palabra honor. Aferrarme como una fiera a mi corazón palpitante y despreciar esa palabra que no es más que eso, una palabra, un soplo en el viento, un suspiro breve que se deshace en el aire.
Pero los samuráis lo veían de un modo radicalmente distinto. El honor estaba por encima de todo.
¿Cómo se puede entregar la vida sin vacilación por una palabra? No, nunca lo entenderé en el fondo, soy una occidental demasiado analfabeta de ese sutilísimo lenguaje oriental. Comprendo esa perspectiva como simple observadora, pero no la siento como propia.
Pero aunque yo sea demasiado cobarde y descreída porque elijo vivir y desconozco el sentido más profundo del honor, algo sin embargo se me estremece un poco cuando veo “47 ronin” y observo el sacrificio de esos casi cincuenta hombres que eligieron renunciar a todo por vengar a su señor. Sí, renunciaron a intentar llegar a viejos, a permanecer junto a sus mujeres, sus hijos y sus amigos, a seguir viendo amaneceres y atardeceres, a reír, a llorar, a seguir respirando.
Y me doy cuenta de que es algo tan absurdo como... abrumador. Extrañamente conmovedor. Uno de esos actos de entrega descabellados que escriben los episodios más épicos de la historia de la Humanidad, precisamente porque... ¿Cuántos locos harían algo así? No muchos.
No creo que abunde una lealtad semejante. Tan inmensa como para que servir a un señor, que ni siquiera es sangre de tu sangre, que aunque sea un buen hombre no es tu igual porque las leyes sociales dictan que está por encima de ti, sea todo el horizonte por el que te muevas, el astro alrededor del cual giras. Es muchísimo más que la fidelidad entre amo y sirviente, infinitamente más que trabajar por un salario. Un samurái no es un mercenario, no es un simple soldado, no es un simple guerrero.
En su código no entran en absoluto las palabras “deserción”, “traición” ni “derrota”. Su honor y lealtad son su vida. Literalmente. Así de simple. Así de terrible.
Por ello, la leyenda real de los 47 ronin (samuráis que perdieron a su amo), que llevaron a cabo la que probablemente sea la venganza más admirada de toda la historia de Japón, adquiere unas proporciones que nosotros los occidentales somos muy ciegos para apreciar, pero que son enormes para los japoneses.
Incluso yo, tan escéptica, me he tenido que rendir ante tal perseverancia. ¿Quién no flaquearía? ¿Quién no mandaría al cuerno tanta zarandaja y diría que a vivir, que son dos días? ¿Quién no perdería el propósito por el largo camino? ¿Quién no se dejaría envolver completamente por los brazos de la primavera floreciente y pensaría que el haraquiri se lo practique la puñetera madre que parió a los que crearon esas leyes?
Porque la venganza samurái se sirve tan fría como una gélida noche de invierno. Tan fría como para hacer dudar al más fuerte. Tan increíblemente paciente como ver a un feroz guerrero disfrazado de hombre corriente que se pasa hora tras hora fingiendo ser un vendedor, un artesano, un vividor borrachín y mujeriego que esconde la katana.
Día a día, semana a semana.
Por eso esta leyenda causa tanto impacto cuando uno se involucra en ella.
Por esos hombres que pudieron haber elegido intentar llegar a viejos, permanecer junto a sus mujeres, sus hijos y sus amigos, seguir viendo amaneceres y atardeceres, reír, llorar, seguir respirando.
Pero no lo hicieron. Porque había algo más grande que ellos mismos.
Sí, eso que yo nunca comprenderé del todo.
El honor.
Vivoleyendo
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