Y a Neo lo que es de Neo. Desde su aparición, la saga de Matrix generó admiraciones y odios en acentos hiperbólicos, desde quienes la catalogaban de la bandera de una futura forma de hacer cine a quienes la acusaban de ser filosofía fácil para descerebrados y con muchos tiros y piruetas.

Tan complicada como la personalidad de sus creadores, los hermanos Wachowski, el universo que fusiona los postulados platónicos con Alicia en el país de las maravillas, es una cinta entretenidísima donde cada revisionado te da un pequeño detalle que quizás te hubieras perdido en previas visitas.

Es cierto que el bueno de Keanu Reeves y su sobrio estilo no ayuden a ese personaje acelerado y destinado a ser mesiánico, un Neo a quien apenas conocemos en la caverna, obligado a abrir los ojos desde el inicio, pero piruetas y freakadas al margen, bajo la batuta de Laurence Fishburne, nos adentramos en una mitología propia y muy rica. Cierto, las cabinas telefónicas de Blade Runner son un gazapo, pero, ¿vamos a enjuiciar dicha obra maestra por tal tontería? Pues en Matrix perdonen las luchas comiqueras y se encontrarán ante una obra tan inquietante como las motivaciones de Cifra, uno de los personajes mejor construidos de esta primera entrega.

Con un destacado grupo de supervivientes (donde sobresale Carrie Anne Moss), Matrix es la carta de presentación de un nuevo estilo y género.

Los Wachowski deben de ser unos tipos peculiares. Pero tienen una personalidad a prueba de bomba y esta creación lo confirma.

No es tan original como la venden, esto se había contando antes... pero nunca así. Y ése es su mérito. Demos al César, lo que es del César.