La vida es silbar

Antes de que Jean Pierre Jeunet obtuviese un sobredimensionado reconocimiento de crítica y público con su simpática y gustosa "Amélie", el cubano Fernando Pérez fue capaz de rodar el único largo del año bajo el férreo pabellón castrista y con un argumento muy parecido al de la película francesa: una muchacha intenta lograr que tres de las personas que la rodean y que tienen una importantísima conexión en el pasado, logran alcanzar la felicidad en la encantadora La Habana.
Se sirve el cineasta cubano de un torrente de metáforas, de un simbolismo funcional y ajustado, de una notable capacidad para crear imágenes dentro de una atmósfera de apetecible realismo mágico iberoamericano, logrando, en fin, una mixtura natural e integrada, de lirismo, jovialidad, fantasía, realidad y melancolía desencantada. El resultado es, pues, magnífico y su reflexión acerca de que la vida es un silbido (¿alegría?) acompañado, interrumpido o acoplado a sollozos, penalidades o desencantos es un dardo en la diana: el ser humano no deja de ser alguien que sigue buscando la manera de silbar, de ser un silbido lo más perpetuo posible.

Esta película es con total seguridad de lo más peculiar que he visto hasta la fecha en lo que a cine se refiere. Está llena de surrealismo, pero llena hasta el borde. Sin duda, la película cuenta cosas pero pasa de unas a otras y al final no sabes qué es lo que realmente te ha querido decir. Cosas interesantes se mezclan con otras absurdas que rozan el ridículo, y lo peor es que tanto el comienzo como el final del film son de este último grupo. Hay demasiadas cosas sin sentido que además no aportan nada, parece que las hayan puesto por ponerlas sin ningún objetivo. Aunque como el sentido de la película lo tiene que buscar el espectador a partir de lo que se le muestra quizás la peli le gustará a gente. Eso sí, las interpretaciones no están mal, y Luis Alberto García me ha sorprendido por lo bien que está. Modesta pero pretenciosa película que se da con un canto en los dientes al desaprovechar cosas interesantes al mezclarlas con el absurdo.

Una chica, aparentemente feliz, nos cuenta la vida, creo que amorosa, tampoco está muy claro, de 3 conocidos en La Habana de Castro. Tres historias paralelas que no tienen ninguna conexión, ninguna relación en nada. La joven bailarina con su nuevo compañero de vuelos, el bohemio, ratero y vividor pescador con una especia de rusa calva, y una mujer que cuando tiene un problema, o hace algo diferente, bosteza. Sí, se le abre la boca como si se tratara de un tic, algo que trata de solucionar su propio psicólogo.

Aparentemente puede dar lugar a pensar que se podía haber hecho un buen guiso, pero no. Es todo insustancial, todo metafórico, todo abstracto, todo fuera de lo común, hasta no entender nada. Mucho menos el espacio dedicado al caracol, un sinsentido auténtico. La película es de un tedio y un aburrido brutal, y es muy difícil no consultar el tiempo que falta, al menos diez veces en el total de la cinta.

Y lo de silbar una alegatoria., sin más, silbar representa en la peli felicidad, para mi silbar, en este contexto, es tedio. Para mí, muchos premios, que los respeto, pero ni de lejos los comparto. Una pérdida de tiempo para quien quiera ver algo serio, comedia o drama, pero serio. Un 2.

Esta película es pura pasión.

Y, al contrario que el personaje de Mariana, parece haber hecho una promesa de liberación total.

Como el psicólogo, va gritando sin miedo al ridículo sus verdades.

Aunque a veces, de hecho, es ridícula.

Y a veces se desmaya.

Como Elpidio, la película va buscando pero no sabemos lo que encuentra, si es que encuentra.

La pasión, más que un silbido, es un grito.

Aunque a veces gritar dentro del mar nos haga tragar agua.

Esta película es pura pasión.

Y es rara de cojones.