En un barrio, un grupo de delincuentes amarga la vida de los vecinos de bien. Cuando los malos se pasan de la raya, alguien se tomará la justicia por su mano.
Un argumento normal, si no fuera porque el justiciero es ni más ni menos que Michael Caine.
En contra de la película, su lentitud. Prácticamente todas las escenas transcurren demasiado despacio para mi gusto, lo cual no es algo bueno para un film de menos de 100 minutos. Todos los personajes hablan, se mueven y actúan muy despacio. Debe ser que el guion no daba mucho más de sí y había que estirar los tiempos como un chicle para rellenar metraje. Como ejemplos claros están la escena del túnel o la visita a los traficantes de droga. Y eso que son dos de las secuencias más emocionantes, pero vaya parsimonia que tiene el director filmándolas.
Si fuera solo por eso, mi nota sería un simple 5. Pero tenemos que mirar el lado bueno de la balanza, que es Michael Caine.
Es una perogrullada todo lo que voy a decir, y cualquiera se puede dar cuenta, pero es que es un actorazo. Este hombre sufre, llora y se enfada como nadie. No vemos a Caine sino a Harry Brown. La credibilidad de su actuación es altísima. Además, este veteranísimo actor está envejeciendo con mucha dignidad. Hay otros de su generación que echan a perder un poco su prestigio, como De Niro o Ben Kingsley, que salen en cualquier cosa que les ofrecen. Pero Caine siempre elige bien sus papeles y hace buenos trabajos, o al menos lo suficientemente respetables.
Vale la pena solo por verle actuar.