Ignoro si esta película tiene algo que ver con tradiciones ancestrales de esa zona asiática, el caso es que durante más de una hora me sentí absorbido por sus simbólicas imágenes, sin embargo en su último tramo quedé descolocado, no pude relacionar lo que había visto con su desenlace.
Cine cercano al de su vecino Kim Ki-Duk y con influencias de Tarkovski en su discurso narrativo de ritmo parsimonioso. Los últimos días de un hombre al lado de familiares que lo cuidan, con apariciones espirituales de su fallecida mujer y su hijo desaparecido transformado en fantasma del bosque, nos lleva a una serie de paseos metafísicos impregnados de un fascinador realismo mágico, cual relato de García Márquez transportado a los parajes tailandeses. La copula de una princesa de rostro desagradecido con el espíritu en forma de pez, en un edénico estanque, me resulta su momento más fascinante.
Como he dicho al principio de esta reseña, su tramo final me resultó desconcertante, pues todavía intento vislumbrar la interrelación con el grueso del metraje, que lo tendrá, pero que en mi humilde ignorancia quedé desilusionado con la totalidad del relato. Aún así se trata de un fascinante compendio reflexivo en el que el surrealismo visual no nos deja indiferentes, imágenes bellas en un contexto mágico sobre la vida, la muerte y las leyendas alegóricas.