Cualquier detalle en el cine de Cronenberg es cine misterioso, por tanto cine de autor, nunca se sabe por dónde va a salir, todo es extraño, sus personajes y lo que cuentan, no hay convencionalismos, siempre va diciendo con planos y secuencias, puede que ese sea su mayor logro porque es muy difícil, de modo que el carácter que presenta hace que el espectador se vaya acostumbrando a ese desequilibrio surrealista a su modo, se sufre un proceso de adaptación a la mente del protagonista, a sus pertenencias y a sus secretos, y sobre todo a sus recuerdos, obliga a atender en una experiencia sobre la educación y la convivencia infantil en la que todo cuadra, crecer entre perversiones y alcohol en un ambiente familiar que nunca se tiene la sensación que se salga de lo cotidiano, ocurre muy frecuentemente, va poniendo base a las anomalías infantiles porque todo es demencial, los traumas de la infancia pasan factura y en esta ocasión el autor ni siquiera juega con esas alteraciones perceptivas o alucinaciones que son muy estimulantes en otras películas, pero que tienen el doble juego de añadir confusión a la trama.

Una película perversa, casi macabra, que va vagando por escenarios sin esperanza, se mueve en los límites de la realidad y la cordura, explica el origen innato y adquirido de un desequilibrado proponiendo un viaje por su mente, una travesía desagradable que va tejiendo una telaraña hasta que termina con la seda del paciente, hasta que lo deja seco, en la que cada tramo cuenta, en la que todo se cierra de manera contundente y razonable, dónde nada es aleatorio.