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Voto de Filiûs de Fructüs:
6
5,9
52.122
Drama
Estados Unidos, años 50. Jack (Hunter McCracken) es un niño que vive con sus hermanos y sus padres. Mientras que su madre (Jessica Chastain) encarna el amor y la ternura, su padre (Brad Pitt) representa la severidad, pues la cree necesaria para enseñarle al niño a enfrentarse a un mundo hostil. Ese proceso de formación se extiende desde la niñez hasta la edad adulta. Es entonces cuando Jack (Sean Penn) evoca los momentos trascendentes ... [+]
17 de septiembre de 2011
52 de 63 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antes de entrar, furtivamente, en cualquiera de las salas de cine que ofrecen entre su variada -y venenosa- cartelera la nueva película de Malick, uno ya debe saber que se encuentra ante un film ambicioso, diferente, alejado, en parte, de los cánones comerciales que el cine suele auto-imponerse actualmente. Y debe saberlo, para que su ya acartonada cartera no sufra con un desembolso que, post visionado, sea aún más doloroso. Sin duda, con ‘El árbol de la vida’, Malick compone su obra más anárquica y personal, su obra…¿definitiva?
Desgraciadamente, el notable ego del director acaba consumiendo las expectativas que muchos teníamos en ésta obra. Y no sólo por la ambición de querer emular al Kubrick más plástico y perfeccionista de su carrera (en ése cuarto de hora triposo), sino por la discutible funcionalidad del personaje de Jack adulto (interpretado por un insulso Penn), el vástago más despótico del cúmulo de engendros perpetrados por la señora O’Brien (Jessica Chastain) y el señor O’Brien (un buen Brad Pitt). Sin duda, un chaval que no parece tener nada que envidiar al Arno Frinch de Haneke (incluso físicamente); o el desequilibrio e irregularidad imperantes en la narración (creo que por primera vez en Malick) sesgada y no temporal de sus imágenes. La película del cineasta norteamericano sí puede entenderse como una suerte de canto a la vida, a sus orígenes, pero la trama se pergeña a través de una suceso radicalmente opuesto: la muerte de uno de los hijos de la pareja protagonista, a partir de la cual se suceden flashbacks y flashforwards de dudosa practicidad que emborronan el conjunto del relato.
A pesar de la radicalidad de la propuesta, ‘El árbol de la vida’ lleva el sello Malick: el norteamericano sigue utilizando un discurso narrativo cimentado sobre voces en off que acompañan o anticipan la acción; sigue haciéndose eco de la naturaleza; incluso, en ocasiones, uno quiere ver autoreferencialidad en algunas de sus imágenes (especialmente en sus trabajos en ‘Malas tierras’ y ‘El nuevo mundo’) y, además, sigue haciendo un uso mágico-dramático de la nostalgia, uno de los sentimientos más arraigados en el trabajo de éste poeta de las imágenes. Y es que, si algo no se le puede negar a la última película de T. Malick es que sea una criatura hecha con mimo, perfeccionada hasta el último detalle y envuelta en un aura de misticidad pocas veces vista en pantalla. Más allá de la belleza de algunos planos, lo que realmente importa es el significado que tienen en sus entrañas. Pocas cosas he visto tan hermosas y simbólicamente atractivas y conseguidas como el plano que da pie –y nunca mejor dicho- al póster definitivo de la película: un pie diminuto entre las manos de su padre, toda una vida por delante enmarcada en una imagen que, sencillamente, cautiva.
Sigue en el espoiladero, sin contar nada relevante de la trama (aunque eso sería relativamente absurdo, va para los despistados):
Desgraciadamente, el notable ego del director acaba consumiendo las expectativas que muchos teníamos en ésta obra. Y no sólo por la ambición de querer emular al Kubrick más plástico y perfeccionista de su carrera (en ése cuarto de hora triposo), sino por la discutible funcionalidad del personaje de Jack adulto (interpretado por un insulso Penn), el vástago más despótico del cúmulo de engendros perpetrados por la señora O’Brien (Jessica Chastain) y el señor O’Brien (un buen Brad Pitt). Sin duda, un chaval que no parece tener nada que envidiar al Arno Frinch de Haneke (incluso físicamente); o el desequilibrio e irregularidad imperantes en la narración (creo que por primera vez en Malick) sesgada y no temporal de sus imágenes. La película del cineasta norteamericano sí puede entenderse como una suerte de canto a la vida, a sus orígenes, pero la trama se pergeña a través de una suceso radicalmente opuesto: la muerte de uno de los hijos de la pareja protagonista, a partir de la cual se suceden flashbacks y flashforwards de dudosa practicidad que emborronan el conjunto del relato.
A pesar de la radicalidad de la propuesta, ‘El árbol de la vida’ lleva el sello Malick: el norteamericano sigue utilizando un discurso narrativo cimentado sobre voces en off que acompañan o anticipan la acción; sigue haciéndose eco de la naturaleza; incluso, en ocasiones, uno quiere ver autoreferencialidad en algunas de sus imágenes (especialmente en sus trabajos en ‘Malas tierras’ y ‘El nuevo mundo’) y, además, sigue haciendo un uso mágico-dramático de la nostalgia, uno de los sentimientos más arraigados en el trabajo de éste poeta de las imágenes. Y es que, si algo no se le puede negar a la última película de T. Malick es que sea una criatura hecha con mimo, perfeccionada hasta el último detalle y envuelta en un aura de misticidad pocas veces vista en pantalla. Más allá de la belleza de algunos planos, lo que realmente importa es el significado que tienen en sus entrañas. Pocas cosas he visto tan hermosas y simbólicamente atractivas y conseguidas como el plano que da pie –y nunca mejor dicho- al póster definitivo de la película: un pie diminuto entre las manos de su padre, toda una vida por delante enmarcada en una imagen que, sencillamente, cautiva.
Sigue en el espoiladero, sin contar nada relevante de la trama (aunque eso sería relativamente absurdo, va para los despistados):
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Pero no todo es oro lo que reluce y la propuesta de Malick, como digo, es algo irregular y condescendiente, rozando muchas veces lo experimental -adjetivo no peyorativo-. Da la sensación de que el cineasta está haciendo su obra definitiva, pero que en muchas ocasiones, ésa línea entre el ridículo y la genialidad que tan bien sabía evitar en sus anteriores trabajos, aquí es algo más difusa. Y sí, entre otras escenas, me refiero prácticamente a la final, con el Jack adulto vagando por una suerte de limbo celestial, que rompe la propuesta -hasta el momento, más o menos armónica- formal y narrativa de la última ganadora de Cannes. Una película ególatra, hecha de excesos, de genialidades, que, sin embargo, no consigue establecer un rumbo concreto durante su metraje y acaba engulléndose bajo su propio manto de presuntuosidad. Muchos la amarán, otros tantos la odiarán, pero lo que no se podrá poner en duda es la personalidad de un autor que ha ido madurando película tras película -aunque conservado el vínculo formal y narrativo (quizá en ‘El árbol de la vida’ es el cambio más significativo respecto a su filmografía) con sus anteriores obras- y que se ha hecho un hueco, con total merecimiento, entre los mejores cineastas de la actualidad.