Interesante título del maestro italiano que, pese a contar con un comienzo simplemente apoteósico, va perdiendo fuerza, fuelle y sentido, y se enmaraña en una sucesión de escenas surrealistamente fellinianas de menor acierto que en otras ocasiones. Le sobra quizás algo de metraje.

No obstante, todo ésto no supone un óbice para que la cinta cuente con las virtudes del cineasta y Marcello Mastroianni realice una buena interpretación.

Intento de thriller de terror apoyado en una estructura de falso documental, al que se le atribuye de manera ilegítima naturaleza verídica en los hechos que narra. A la postre, lo único que parece transmitir terror es el resultado final de una cinta catastrófica donde las haya, con unas actuaciones que dejan, ya no mucho, sino todo que desear; un guion nefasto y sumamente abstruso, y el abuso de la muestra al unísono de un supuesto material documental y su también presunta representación cinematográfica. Ésto último, ya no sólo el abuso, sino el concepto en sí, no se sabe bien a qué necesidad responde y con qué objetivo se realiza.

Milla Jovovich sigue inmersa en una ya aparente patológica obcecación en demostrar al mundo entero que ésto de la actuación se le da bien, cuando, precisamente, lo único que consigue título tras título, es todo lo contrario. La dramatización que trata de efectuar en esta película da, simplemente, vergüenza ajena, y todo queda dependiendo de que el estrecho hilo de su fotogenia acabe soportando su adefesio particular, y el bochorno de una propuesta que carece de pinreles y de cabeza. Obviamente, aquél que tenga un mínimo de miras, y no se deje hipnotizar por su bonita fachada, se dará cuenta de que el hilo se rompe, dejando caer un producto hasta el inframundo del cine.

Tanto Osunsanmi, sembrado en la dirección, como la Jovovich, nos brindan para deleite nuestro, un prólogo y un epílogo ridículos que no hacen sino hurgar en la herida: por mucho que lo intenten, La cuarta fase, no tiene nada que contar.

Sólo Will Patton da signos de querer salvar el desastre, pero se trata de él solo contra el mundo, y contra los extraterrestres que sugiere el filme. No es para culparlo, pero no puede hacer nada en esa tesitura.

Como recurso desesperado, Osunsanmi acude una y otra vez al susto fácil, con los típicos cambios de escena repentinos con gritos estridentes de alguno de los desafortunados protagonistas, o algún efecto que también vaga por el limbo de la mediocridad.

Pérdida de tiempo absoluta. E.T. tenía más gracia.

Pese a su implícita promesa publicitaria de ser una verdadera novedad en el género, lo cierto es que la cinta no deja de ser un drama de asesinato al uso. Los tintes metafísicos que aporta el antaño creador de la trilogía de El Señor de los Anillos convierten el desarrollo de la parte tangible de la historia en sumamente inverosímil.

De curiosa estética y fotografía, el filme consigue arrancar emociones y algún que otro desasosiego al espectador, merced a una gran actuación de su protagonista principal, quien llena la pantalla de bondad y ternura.

Rachel Weisz vuelve a no decir nada en un papel desaprovechado, y hace una nueva exhibición de sosería e inexpresividad sólo superada quizás por su papel de Hipatia en la Ágora de Amenábar.