Si estuviéramos en los años cincuenta, o primeros sesenta, tendría sentido este estuche de que se reviste esta película de reivindicación de la sexualidad femenina y crítica a la “demonización” de lo sexual. Pero estamos en una época en la que la sexualidad no solo no se demoniza, sino que se utiliza como doping de multitudes y como falsa salida de inquietudes de muchos tipos que en nada pueden satisfacerse con ella. La idealización de la prostitución que han hecho notar otros usuarios de esta página es notable. Es cierto que, según los estudios, la prostitución de élite, igual que la pornografía de élite, parece resultar una profesión feliz, aunque solo si ejerce poco tiempo. Pero el papel de Daryl McCormack (nada que oponer a su actuación, y mucho menos a su gran físico) es, sin duda, no solo de prostituto feliz, sino de psicólogo-relaciones públicas y hasta sacerdote, hasta lo risible. Quizá lo más aprovechable de una película que, por otro lado, no resulta aburrida ni zafia, aunque sí pretenciosa, es el enfrentarse al tiempo del personaje de sesentona que encarna Emma Thompson y de ella misma como actriz y ese desnudo integral ante el espejo que dice mucho más que toda la verborrea (no exenta de momentos agradables, pero excesiva) de los cuatro encuentros sexuales de la desigual pareja.